La 61 edición de la Berlinale se rindió a la película iraní Jodaeiye Nader az Simin (Nader and Simin. A Separation), de Asghar Farhadi, y le entregó su Oso de Oro, además de la Plata al conjunto de sus intérpretes, exponente de los seres de carne y hueso que habitan el Irán de hoy.
El jurado presidido por la actriz y directora italiana Isabella Rossellini no se anduvo por las ramas y colmó de galardones una película que había llegado al fin de la 61 edición de la Berlinale como máxima favorita a ganarlo todo.
Con ello se dio, indirectamente, un último mensaje de apoyo al director iraní Jafar Panahi, miembro "en ausencia" del jurado del festival que cumple condena por conspiración en su país.
Más allá de esa señal de solidaridad al colega encarcelado, el premio múltiple a Farhadi estaba justificado con creces. En pocas ediciones de la Berlinale se recuerda tanta unanimidad en cuanto a la condición del favorito, tanto de la crítica como del público.
Farhadi acudía a la Berlinale dos años después de haberse llevado el Oso de Plata a la mejor dirección con su excelente Elly, y se le esperaba con expectación, máxime cuando la competición contaba con apenas 16 títulos y no había grandes nombres entre los aspirantes.
El director iraní no defraudó y se convirtió en el héroe que precisaba el festival con su lección de cómo llevar al cine seres de carne y hueso, inmersos en un Irán complejo y en dilemas morales que no difieren tanto de los que sacuden a cualquier occidental ante problemas como, por ejemplo, cómo atender a un padre con alzhéimer.
El segundo gran premiado fue el húngaro Béla Tarr, con la Plata del Premio Especial del Jurado a A Torinoi Lo (The Turin Horse).
Tarr era el gran veterano y se colocó asimismo de inmediato en la cabecera de las quinielas con su difícil filme en blanco y negro, sin apenas diálogo, que arranca de Nietzsche y retrata con maestría el mundo agónico de un padre y una hija, en una barraca ininterrumpidamente azotada por un vendaval.
El filme iraní fue aclamado por unanimidad, mientras que Tarr dividió opiniones entre quienes le adoran y quienes le repudian.
Rossellini dividió los máximos galardones entre los dos grandes del cine y reservó el resto del palmarés a los nuevos talentos.
El filme El premio, dirigido por la argentino-mexicana Paula Markovitch y centrado en los estragos de la dictadura en Argentina, ganó un Oso de Plata a la mejor aportación artística, por el trabajo de su cámara, Wojciech Staron, y de su diseñadora, Barbara Enriquez.
El cine anfitrión obtuvo la Plata al mejor director, para Ulrich Köhler por Schlafkrankheit (Sleeping Sickness), así como el Alfred Bauer, en memoria del fundador del festival, para Wer wenn nicht wir (If not us who), de Andres Veiel, centrado en las raíces de la banda terrorista Fracción del Ejército Rojo (RAF).
Mientras Rossellini repartía sus triunfos entre los pocos grandes nombres a competición y algún nuevo talento, el público dio el premio de la sección Panorama a También la lluvia, de la directora española Icíar Bollaín.
La segunda clasificada en el voto del público fue la argentina Medianeras, el debut al frente de un largometraje de Gustavo Taretto, mientras que su compatriotaMarco Berger ganó con Ausente el premio Teddy, dedicado al cine de temática homosexual.
Se cerró así una edición de la Berlinale caracterizada por la falta de brillo en su sección a competición, no sólo por el mermado número de aspirantes a Oso -lo habitual son entre 18 y 22 aspirantes-, sino también por la falta de grandes estrellas sobre la alfombra roja.
En medios berlineses se especulaba estos días con un final prematuro de la "era Dieter Kosslick", el director de la Berlinale, que ocupa el cargo desde 2001 y cuyo contrato expira el 2013.
El propio Kosslick ha salido al paso a esos rumores y afirmado que piensa seguir hasta cumplir su contrato, por lo menos, mientras arrecian los rumores de dimisión tras el festival.
Con estrellas o sin ellas, la Berlinale revalidó su título de festival "popular" por excelencia.
Este año se alcanzó un nuevo éxito en la venta de entradas al público, con más de 300.0000 entre todas sus secciones y sesiones.
A diferencia de la competencia europea -Venecia y Cannes-, el peso del festival sigue siendo el público, como siempre sostiene Kosslick, y es al ciudadano a la que se consagra la jornada del domingo, "Día del Espectador", con proyecciones de sus mejores títulos en salas repartidas por toda la ciudad. Muchas más noticias en No es cine todo lo que reluce.
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