Hace unos días visité la Laguna Iberá, parte de la Reserva Natural Provincial homónima, ubicada en la provincia de Corrientes, al noroeste de Argentina. Llegar al lugar es sumamente difícil; son casi 100 km de un camino de ripio en muy mal estado que se vuelve intransitable en días de lluvia. A medida que avanzas, te desalienta saber que queda aún mucho por recorrer, ya que el paisaje de los primeros 50 km en nada se parece a la maravilla que te espera más adelante.
Mientras íbamos de camino me preguntaba por qué razón nunca se había finalizado el tramo de la ruta provincial 40 que lleva a la Colonia Carlos Pellegrini, el pueblo donde hay una seccional de Guardaparques y que es el sitio de ingreso a la Laguna. Esto permitiría que el lugar fuera más accesible para visitarlo, para conocer el gran tesoro de biodiversidad que alberga. Más allá de ser una probable consecuencia de los tristes avatares de las decisiones políticas, mi pregunta no tuvo una respuesta concreta. Sin embargo, luego del viaje, creo que lo mejor es que la ruta siga como está…
Uno de los mayores humedales del mundo
Desde la época de la conquista española, el Iberá tuvo diferentes denominaciones. Los habitantes primitivos, los Caingang, lo llamaban “Apupen”; los historiadores “Lago de los Caracarás” y los jesuitas “Laguna de Santa Ana”, hasta que finalmente se la llamó Iberá que significa “aguas brillantes” en guaraní, lengua nativa de uno de los pueblos originarios de la región.
El Iberá es uno de los grandes complejos de humedales de agua dulce del planeta, con una superficie mayor a 1.300.000 hectáreas de pastizales y pantanos, llamado muchas veces “el pantanal argentino”. Tal es su importancia que en 2002 la Convención RAMSAR sobre los Humedales designó a “Lagunas y Esteros del Iberá” como sitio Ramsar: Humedal de importancia internacional. Es una zona en la que el agua es el principal factor de control del medio y la biodiversidad. Son ecosistemas que brindan servicios fundamentales, como la retención de excedentes de agua que causan inundaciones y la provisión de agua dulce para el consumo.
Grandes exploradores de los siglos XVIII y XIX se adentraron en estas tierras, como Félix de Azara y Alcide d´Orbigny y describieron al Iberá como un “Paraíso Natural”, algo que también comparto con ellos. Sin embargo, en este lugar no ha sido todo color de rosa respecto a la acción humana, y la historia de protección es muy reciente. La creación de la Reserva recién tuvo lugar hace apenas unos 30 años, en 1983, y para algunas especies fue demasiado tarde…
La biodiversidad se cuela por las lentes
Yaceré negro (Caimán yacaré)
Durante los recorridos a pie o en lancha, el silencio y la tranquilidad del lugar se ven constantemente interrumpidos por los sonidos de la enorme variedad de aves, así como también de los monos carayá o aulladores (Alouatta caraya), unos primates que se dejan ver con un poco de paciencia y emiten potentes gritos cuando uno se adentra en las selvas en galería.
Los carpinchos parecen animales domésticos y no se inmutan ante la presencia de los visitantes, a diferencia de los corzuelos o el tatú carreta.
Sin dudas la atención se la llevan los yacarés (Caiman sp.), reptiles que durante el día permanecen inmóviles y a la vista de las personas, disfrutando del sol e imponiendo respeto con su mirada, dentadura y longitud de su cola.
La flora es exuberante y particular. Los esteros se destacan como lo más bello y característico que puede observarse al navegar por la Laguna del Iberá. Se trata de un sistema de agua estancada con una profundidad que varía entre uno y tres metros, cubierto por una gran cantidad de plantas acuáticas, que surgen muchas veces desde el fondo, con pajonales, o formaciones flotantes que ocultan la superficie del agua, llamadas embalsados o camalotales.
En tierra firme se pueden observar las palmeras caranday, típicas de esta zona, entremezcladas con ombúes y hierba grande. En las costas de los esteros, ceibos y sauces, los jacarandaes y lapachos, guayabíes, urundayes y espinillos, entre otros.
El vacío de lo que se perdió
Desde los tiempos de la colonización, la provincia de Corrientes fue un lugar de encuentro entre la cultura guaraní y la europea. Los jesuitas, cuya ocupación fue muy importante en la región, supieron conjugar ambos aspectos de forma amigable. Sin embargo, la acción humana no pasó desapercibida. Durante la primera mitad del siglo XX, consecuencia del crecimiento de la industrialización y el comercio, el lugar sufrió un sostenido proceso de degradación ambiental y tanto sus paisajes como su fauna fueron diezmados, en muchos casos de forma irreversible.
Un gran vacío, sumado a una mezcla de tristeza y bronca, fue lo que sentí cuando al ingresar al centro de interpretación para visitantes de la Reserva, junto a la casa de la Guardia de Guardaparques, muchas de las diferentes especies de animales y algunas vegetales, reflejadas en fotos, no habían aparecido en mis paseos y tampoco lo harían en cualquier otro recorrido. Esto mismo se encargó de recalcarme el guía, con un aire de tristeza y resignación.
Tapir. Créditos: Emran Kassim/Flickr
El ambiente fue depredado de tal manera que a mediados de la década del setenta se extinguieron especies emblemáticas como el tapir o mboreví (Tapirus sp.), el yaguareté (Panthera onca) y el venado de las pampas o guazú ti’í (Ozotoceros bezoarticus), así como el lobo gargantilla o ariray (Pteronura brasiliensis), una especie de nutria gigante; el pecarí de collar (Pecari tajacu) y el oso hormiguero gigante (Myrmecophaga tridactyla). Todo debido a la caza indiscriminada. El guacamayo violáceo y el rojo también desaparecieron de Corrientes y el violáceo luego se extinguió por completo, en todo el mundo. Fue un proceso único que arrasó con gran parte de la fauna de esta región, cuyas consecuencias fueron nefastas para el Iberá como ecosistema.
Lo mismo ocurrió con los saberes ancestrales de los habitantes del Iberá, que fueron vistos como algo marginal, símbolo del “atraso”, en particular del mencho o trabajador de los campos correntinos, y el mariscador (isleño que cazaba como medio de subsistencia).
Luego de ser nombrada Reserva Natural Provincial en 1983, se revalorizaron los saberes antiguos que se habían dejado de lado. Así, los que antes eran mariscadores, pasaron a convertirse en el primer cuerpo de guardaparques del Iberá y gracias a ellos la fauna comenzó a recuperarse lentamente: ciervos, carpinchos y yacarés, que casi habían desaparecido, comenzaron a verse de nuevo por el lugar.
Hace algunos años se trajeron y liberaron los primeros osos hormigueros, con la idea de lograr una repoblación que con el tiempo demostró ser exitosa y se realizó lo mismo con el venado de las pampas.
A pesar de los esfuerzos, la recuperación del ecosistema y sus especies no fue completa y lejos está de serlo. La biodiversidad que se perdió ha dejado un vacío cuyo impacto es difícil de dimensionar, tanto para el propio ecosistema como para los seres humanos en general, si se quiere añadir una mirada antropocéntrica y utilitarista. Esto se enmarca en una realidad similar a otros lugares del planeta. Según un estudio reciente, la biodiversidad mundial ha caído en los últimos años hasta niveles por debajo de los límites de seguridad establecidos en 2009 por científicos de todo el mundo. El destino de la humanidad depende de la diversidad biológica, de la riqueza y variedad de los seres vivos del planeta. Ésta es esencial para el desarrollo sostenible y para el bienestar de los humanos. Mientras no lo entendamos, no habrá urgencia por su conservación.
Fuentes:
Iberá, vida y color. Guía de flora y fauna. María Luisa Petraglia de Bolzón. 2015.
www.proyectoibera.org
www.theconservationlandtrust.org
Tim Newbold, et. al. Has land use pushed terrestrial biodiversity beyond the planetary boundary? A global assessment. Science. 15 JuL 2016 : 288-291.
Biotecnóloga, docente y con ganas de hacer cosas para construir un mejor mañana.
@cecidiprinzio