Revista Cultura y Ocio

La boda

Por Humbertodib
La bodaPedro acababa de cumplir 47 años y todavía estaba soltero, por primera vez en su vida sintió que la presión de los cánones sociales comenzaba a hacerle mella. Todos sus amigos ya se habían casado hacía años y tenían unas bestias adolescentes como hijos que, cada vez que lo veían, le decían tiito para hacerlo cabrear. Él los detestaba por eso. Pero valga aclarar que no es que a Pedro le molestara estar solo, sino que a los demás parecía incomodarles que no tuviera una pareja o algo que se le asemejara. Sin embargo, cada vez que intentaba quitarse este estigma ignominioso invitando a alguna dama a salir, la candidata lo rechazaba de plano, pues existía una seria sospecha de que Pedro escondía algún defecto muy grave. En realidad, todas las mujeres creen que un hombre soltero con más de 40 años debe tener alguna tara inconfesable, no sin cierta razón. Era paradójico, pues por más que él lo deseara, no podía escapar de esta encerrona trágica, así que la idea le pareció genial, una conclusión perfecta que también le pondría fin a los tantos sinsabores que había tenido en su vida amorosa: se casaría con él mismo. Si había matrimonios heterosexuales, homosexuales, uniones de hecho, sociedades de convivencia y otras tantas cosas más, no veía por qué no podría casarse -o como se llamara- consigo mismo. Estamos en el siglo XXI, carajo, todo es posible, se alentó, aunque está claro que la iglesia no va a admitir este vínculo, reflexionó de repente, pero enseguida se dio cuenta de que no sería exactamente un vínculo y de que él jamás había sido un tipo religioso, por lo tanto, ese obstáculo estaba sorteado desde el principio. Buscaría un juez liberal, o un jefe espiritual, o un capitán de barco -quienquiera que avalase la boda- y dos testigos; alquilaría un salón de fiesta para muchos invitados, se compraría una alianza de oro blanco y el traje más caro de Armani, y también se regalaría una luna de miel inolvidable en la Islas Vírgenes, tampoco iba a ser tan mediocre y cursi como para llevarse a sí mismo a Acapulco o a Miami. Algunos de sus amigos creyeron que había perdido la razón, que deliraba, a otros les pareció que la determinación se adecuaba muy bien a su tipo de personalidad narcisista, aunque nadie supiera muy bien qué significaba aquello, pero todos coincidían en que querían pasar una noche divertida y con buena comida, nada más. Pedro programó el acontecimiento para el sábado 22 de agosto, en apenas dos meses, y se dedicó a organizarlo todo de manera que fuese el casamiento soñado. Durante ese tiempo pudo escuchar las diferentes campanas, las que estaban a favor y las que no, ya que al hacerse pública su decisión, la sociedad se había dividido y luego enfrentado en violentos debates televisivos, pero nada de eso modificó sus planes. En fin, el día llegó. La ceremonia se celebraba en un colegio laico de su barrio y desde la mañana la calle fue llenándose de personas -animales más que personas- que se empujaban para tener un lugar privilegiado y así ver en detalle el ingreso del novio. También había muchos medios de prensa, porque todo el mundo estaba pendiente de este acontecimiento insólito. Incluso una firma de indumentaria deportiva que promueve elJust do ithabía costeado la totalidad de los gastos a cambio de que él usara las famosas zapatillas deportivas en la boda y que el hecho quedase registrado por las cámaras. Después de atravesar la multitud de curiosos, Pedro entró en el colegio y caminó por el pasillo del salón de actos con paso firme y sentido, de fondo sonaba I don’t want to miss a thing, de Aerosmith, le había parecido la música más apropiada, a pesar de que estaba bastante trillada. Miraba hacia los bancos, a ambos lados, con los ojos enrojecidos por la emoción, tanta que terminó contagiando a los presentes. Llegó al púlpito improvisado al frente del salón y se dispuso a disfrutar del rito. En vista de que era una sola persona, no hubo demasiados prolegómenos, pero igual tenía que conocer cuáles eran las obligaciones que debía cumplir para consigo mismo, el juez podía ser un viejo notario, borracho y retirado, pero aun así insistió en que había ciertos pasos que no podían obviarse. Escuchó la perorata con atención hasta que finalmente llegó el momento más esperado, el funcionario le hizo la pregunta de rigor: Pedro Vázquez Soriano, ¿aceptas a Pedro Vázquez Soriano como legítimo esposo y te comprometes a serle fiel y a cuidarlo, tanto en la salud como en la enfermedad, hasta que la muerte…, en fin, hasta que la muerte te sobrevenga? Después de un breve silencio, se escuchó un “no” ahogado y sin embargo claro. El estupor fue general, hasta para el propio Pedro que no sabía por qué se había negado a aceptarse, pero era evidente, había dicho que no, una voz que no parecía la suya había salido desde el fondo de la garganta y se había recusado. Entre angustiado y furioso, arrojó el anillo y el arreglo floral al piso y salió corriendo del lugar, sin permitir que nadie lo detuviera. Ya en la calle, los periodistas lo rodearon y le pusieron los micrófonos en la boca para que se explicara, pero, a los golpes, Pedro logró desembarazarse de ellos y escapar en el auto de un amigo, sin hacer comentarios. Así fue como sucedió. Pasaron varios meses de aquella noche catastrófica y la gente muy pronto se olvidó del asunto, como siempre, pero Pedro aún se pregunta por qué se negó. Sin embargo, lo que más lo atormenta no es que no pueda determinar qué parte de su ser no quiso unirse consigo misma, sino que sigue soltero, y que todas esas bestias adolescentes continúan llamándolo tiito.

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