Revista Cine
La Caza (Jagten, Dinamarca, 2012), séptimo largometraje del disparejo pero siempre interesante cineasta danés Thomas Vinterberg (La Celebración/1998, Calles Peligrosas/2004, Submarino/2010) funciona como inevitable pieza de acompañamiento de la película con la que él se dio a conocer internacionalmente, La Celebración. Si en la cinta de 1998 -ariete, por cierto, de esa efímera tomadura de pelo que fue Dogma 95- un anciano y respetado pater-familias era acusado por su propio hijo adulto de un constante abuso sexual en su infancia, desatando una implosion familiar en plena fiesta de cumpleaños del viejo perverso, en La Caza la situación se invierte por completo: un amable, civilizado y profesional profesor de kínder es acusado falsamente de haber abusado sexualmente de una niñita -y, luego, de varios otros niños- lo que lleva al pobre diablo a sufrir el ostracismo, el acoso y el abuso directo de parte de sus compañeros de trabajo, de sus vecinos y hasta de sus amigos más cercanos, pues basta que la sospecha pedófila se anide en la mente de estos primer-mundista daneses para que salga lo peor de sus prejuicios y crueldades. El guión escrito por el propio cineasta en colaboración con Tobias Lindholm no deja espacio para la ambigüedad. Es claro que Lucas, el susodicho maestro de preescolar -interpretado por Mads Mikkelsen, Mejor Actor en Cannes 2012 por este papel-, no ha abusado de nadie. La mentira que suelta Klara (Annika Wedderkopp), la niñita que alega haber sido tocada por Lucas, fue producto del despecho, de la confusión y, ¿por qué no?, hasta de la crueldad más casual e ingenua de las que podemos ser capaces los seres humanos, aunque tengamos cinco años de edad y una carita encantadora como Klara. Así pues, Vinterberg nos ubica desde el inicio y hasta el desazonante final paranoico, del lado de Lucas, de tal forma que vemos, sufrimos y experimentamos "la caza" en la que resulta que él es la presa. La película se vuelve un irritante y, al mismo tiempo, fascinante ejercicio de resistencia por parte del espectador: ¿cuánto tiempo más podrá aguantar Lucas esta situación?, ¿qué más quieren esos amigos/vecinos de él si está claro que no ha hecho nada?, ¿qué está dispuesto a hacer Lucas para recuperar su dignidad mancillada en ese pueblito de la Dinamarca profunda? Las pulsiones primitivas están a flor de piel y no lo podemos evitar, parece proponernos Vinterberg. Y las heridas causadas por estas pulsiones, las consecuencias de nuestros errores y crueldades, no desaparecen nunca por completo. En el precario orden existente hitchcockiano (vía Thomas Vinterberg), la más transparente inocencia no es garantía de tranquilidad.