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La chica danesa

Publicado el 25 enero 2016 por Pablito

Sólo hay una cosa peor que una mala película: una película mala que se cree buena. Es el caso de La chica danesa (2014), el último film del sobrevaloradísimo Tom Hooper. Tardé exactamente 2 minutos en detectar que la nueva criatura del oscarizado director por El discurso del Rey (2010) es un intento de dar gato por liebre; la típica película que se estrena en vísperas de los Oscar con la pretensión de engatusar a los académicos cuando lo que esconde, detrás de sus forzadísimos planos y su nulo sentido del ritmo, es la nada más absoluta. El vacío más atronador. Es más que evidente que a Hooper no le interesa lo más mínimo contar la demoledora historia real en la que se basa su película -la del primer transexual de la historia-; lo único que pretende es disfrazar cada fotograma de un repelente e impostado preciosismo, más falso que los billetes de un euro, con el que poder convencernos de que su obra vale la pena. No será a este crítico, alérgico a esos planos imposibles que deforman la realidad hasta hacerla sencillamente grotesca -¡esa manía de Hooper por los gran angulares!-; planos que, para desgracia del director, no camuflan en absoluto un guión falto de inspiración, torpe y repleto de saltos inexplicables. 

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Biopic basado en la novela homónima de David Ebershoff, la película nos traslada a la Dinamarca de los años 20 para narrarnos la historia real de la pareja de pintores formada por Gerda Wegener (Alicia Vikander) y Einar (Eddie Redmayne), que dará un giro radical a su vida cuando confiese el anhelo que lleva escondiendo toda su vida: ser una mujer. El aclamado paisajista pasará así a ser Lili Elbe, figura clave en el movimiento LGTB. Es una lástima que una historia en teoría tan apasionante, con tantas posibilidades y de vital trascendencia para muchos colectivos -y la sociedad en general- haya ido a parar a manos de Hooper, un director al que le importa un rábano todo lo referido a la devastación interior, el sufrimiento y la angustia psicológica que padeció su personaje central en la vida real: lo único que parece interesarle son los premios -que, por cierto, serán más bien escasos-. Aquí la transexualidad surge de la nada, sin conflictos previos, y se expone de forma altamente superficial, con vocación de público de multisalas, reemplazando los aspectos más espinosos del tema central por otros más accesibles por el gran público. Hooper amputa por completo la profundidad y las aristas que lleva intrínsecas un tema tan delicado; un tema que, sin ninguna duda, merecía un enfoque radicalmente distinto. 

La chica danesa es un desastre de proporciones dantescas del que tan sólo se puede rescatar la interpretación de Alicia Vikander, gran descubrimiento del film. La actriz sueca se come con patatas a su compañero de reparto, un irritante Reddmayne inexplicablemente nominado a los Oscar por este papel. Me dan igual las horas que haya pasado el premiado intérprete de La teoría del todo (2014) en el set de maquillaje o que su físico sea ideal para dar vida a Lili: al actor británico, entre lo histriónico y lo sencillamente ridículo, nunca se le nota cómodo con un papel que le viene grande en todo momento. Junto a Vikander, el otro aspecto salvable del film es el diseño de vestuario del español Paco Delgado, también nominado al Oscar. El resto del film es sencillamente olvidable. La chica danesa no es una película que se ve: se sufre. Larga hasta la extenuación, es el espectáculo cinematográfico más lánguido, soporífero y más carente de alma que este crítico ha tenido la desgracia de visualizar en los últimos años. Me río de la aparente transgresión que sus responsables quieren imprimir a la película cuando, en muchos aspectos, es un intento barato de reeditar la maravillosa Una nueva amiga (François Ozon, 2014), película infinitamente más provocadora, compleja, mejor hecha e interpretada que esta estafa de Hooper. 

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He visto telefilms mil veces mejor rodados que este bodrio frío, sin alma, tedioso e insufrible. Un film vulgar con risibles pretensiones de etiqueta de marca que se cree complejo cuando es más ligero que una hoja de árbol mecida por el viento. Precedida por uno de los tráilers más engañosos de la historia, sin duda este relato de la primera persona sometida a una revolucionaria cirugía de reasignación de sexo, bien merecía del buen hacer de otro director que imprimiese de un mínimo de pasión a la historia y, sobre todo, que no hiciese de la pedantería más atronadora e impostada su seña de identidad. Quienes vayan a verla no esperen CINE ni nada que se le parezca. 


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