Autor: Ed Visteurs. La leyenda del alpinismo mundial Reinhold Messner, detenta el récord, entre otras varias hazañas, de escalar el Everest sin oxígeno adicional en el año 1978 y además, hacerlo en solitario tres años más tarde.
El alpinismo resulta una buena metáfora y perfectamente asimilable a cualquier reto que nos podamos plantear en la vida. Partir desde el mismo suelo (desde cero) a la conquista de la cumbre, no perdiendo nunca de vista la cima. Ascender desafiando el clima (las circunstancias), la altura (lo lejos que se encuentra nuestro sueño) y superando la falta de oxigeno (las dificultades). Dar pequeños pasos, pero inequívocos, asegurando cada metro de ascensión y contando con un equipo que te ayude y al que ayudes a subir.
“Arriba en la montaña del Everest, el cielo no es luminoso, sino negro. Sólo hay vacío. También en la cabeza. Es como si te hubieran rellenado el cerebro con algodón.” Así describe Messner su sensación tras coronar el Everest.
Uno tiende a pensar, que ese momento debe ser el más feliz en la vida de quienes se dedican a escalar montañas y sin embargo, y tal y como lo describe Messner, da la impresión que una vez llegas, lo importante es salir de allí cuanto antes. No hay espacio para el placer y la alegría.“Cuando en 1978 yo mismo, sigue Messner, me arrastré por primera vez por el techo del mundo –con miedo y los pulmones al borde del colapso no había lugar para la euforia. Arriba sólo sentía temor de no poder bajar.”
¿Y cuando coronas la montaña de tus sueños, qué resta por hacer?. Los alpinistas lo saben bien: una nueva montaña. Un nuevo reto.
“Dos años más tarde, volví a tener un sueño: coronar el Everest en solitario. Sólo y en pleno monzón me enfrenté a la tarea que me impuse a mí mismo: llegar a la cumbre por la cara norte. De nuevo, sin máscara de oxígeno. Y contra todas las demás reglas del montañismo. Como si se tratara de buscar la posibilidad de perecer. Durante tres días, soporté sed, agotamiento e insomnio. No había espacio para la felicidad. Y arriba del todo no había redención. Sólo el sentimiento de estar perdido en el borde superior del mundo. Estaba como anestesiado, en trance. Me sentía pesado como una piedra. Después de una hora tuve fuerzas para levantarme y bajar.”
Sirva de moraleja la historia de Messner, para todos aquellos que piensan que alcanzar cualquier logro resulta sencillo y que envidian a los que lo consiguen sin detenerse ni por un instante a pensar en el sacrificio y en el dolor que hay tras toda gran ascensión... ya sea hacia la cumbre del Himalaya o o hacia la cumbre de nuestra propia vida.
Reflexión final: "Hay dos tipos de escaladores... los escaladores inteligentes y los escaladores muertos." (Don Whillans)
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