
El juez Santiago Pedraz de la Audiencia Nacional, en el auto en el que dejaba libres sin cargos a todos los detenidos por la manifestación del 25 de septiembre en Neptuno, justifica en parte las movilizaciones populares en "la decadencia de los políticos".
A primera vista, es decir, en una apreciación somera y superficial, este juicio puede ser compartido por la mayoría de la sociedad española, otra cosa es que el citado juez tenga derecho a entrar en esas consideraciones.
El "pijo ácrata", como ha calificado a Pedraz otro pijo de libro, Rafael Hernando, portavoz adjunto del Partido Popular, ha puesto de los nervios a la plana mayor del PP, que no admite críticas ni contradicciones a la deriva totalitaria en la que lo ha embarcado Mariano Rajoy.
Sin embargo, para hablar de decadencia es preciso haber tenido antes un momento de esplendor. El Diccionaro de la Real Academia define decadencia como "Declinación, menoscabo, principio de debilidad o de ruina". Y en España no hemos tenido apenas menoscabo en la condición plana y anodina del político patrio. Ni siquiera hubo un momento cenital en la cada día más cuestionada Transición, ni en los primeros gobiernos de Felipe González. Hoy, la mayoría de nuestros exgobernantes están perfectamente acomodados a sueldo de las empresas multinacionales a las que favorecieron mientras eran "servidores públicos". Bien es cierto que Rajoy y su gobierno baten recórds en su servicio a la banca alemana y que lo hacen de forma zafia y con poco disímulo. Rajoy se parece al policia Frank Drebin interpretado por Leslie Nielsen en las películas de "Agárralo cómo puedas", que dejaba un rastro de destrucción a su paso. Solo que Rajoy no tiene gracia. Probablemente si preguntan al presidenre dirá que prefiere que lo comparen con Godzilla. A fin de cuentas Rajoy ha tenido éxito: ha destruido el Estado del bienestar sin que la mayoría de la población levante una ceja.
Eso me reafirma en lo que pienso y escribo aquí desde hace tiempo: que la decadencia no es solo de los políticos, sino de la sociedad española, que vive narcotizada y como ajena a su propio futuro. Esta alienación es un éxito claro de la clase política y de los medios de comunicación, en especial de las cadenas televisivas.
Francisco Ferrer i Guardia, creador de "La Escuela Moderna", ya advertía en 1904 de que los Gobiernos han fomentado siempre la ignorancia popular porque "la ignorancia facilita la dominación". La aplicación práctica la podemos comprobar con los recortes educativos y científicos aplicados por el tertuliano metido a ministro/monaguillo, Juan Ignacio Wert.
Hoy el opio del pueblo no es la religión, como afirmaba Marx. Los tiempos cambian y esa droga ha sido reducida a estrechos círculos, aunque no por pequeños menos poderosos y fánaticos. No, hoy la alienación vienen por otras dos drogas: la cocaína de la telebasura y la heroína de los dispositivos electrónicos móviles, ya saben, los ipad, ipod, blackberry, tabletas, smartphones y demás zarandajas sin los que la mayoría de la gente no puede vivir.

Porque, volviendo al principio, es cierto que tenemos unos políticos mediocres y decadentes, pero se bastan para controlar con sus burdas manipulaciones a una sociedad mediocre y decadente como la nuestra.
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