La relación entre padre e hijo conviviendo con la figura de una madre ausente se suma a las dificultades que la propia sociedad impone. Una trama que ya ha sido retratada con mayor emotividad en títulos como En busca de la felicidad (2006), si bien en esta película es el cambio en el personaje de Hoffman el que atrapa la sensibilidad del espectador. Observar cómo un padre ególatra y totalmente virginal en las tareas domésticas asume su responsabilidad como progenitor y los roles que esto conlleva es un proceso dificultoso que Dennis Dugan se atrevió a reflejar en clave de comedia en Un papá genial (1999). Ese punto calamitoso del personaje principal unido a su admirable preseverancia convierten a Ted Kramer en un ser entrañable y entregado que poco tiene que ver con el hombre de las primeras escenas.
Con un tufillo algo conservador, la historia deja en peor lugar a la madre del pequeño, interpretada por Meryl Streep. Una mujer con inquietudes atrapada en la vida hogareña que un día decide abandonarlo todo para reencontrarse a sí misma. Si este mismo argumento suena exótico y hasta profundo en Come, reza, ama (2010); en Kramer contra Kramer Joana se presenta ante el espectador como una mujer algo desequilibrada, que ama a su hijo, a pesar de que es incapaz de permanecer atada a las imposiciones que requiere su cuidado. Es la gran derrotada, la madre que abandona el hogar y que se pierde en una vida de placeres efímeros. A pesar de los achaques de su personaje, el filme también supuso el primer Oscar de Streep en la categoría de mejor actriz secundaria, aunque tal y como confesaría años más tarde, compartir escenario con Hoffman no fue demasiado agradable. Luis Miguel Carmona, en su libro Los 100 mejores melodramas de la Historia del Cine, recoge que la actriz se había sentido bastante violentada con el comportamiento del protagonista. “La primera vez que lo vi me dijo: soy Dustin Hoffman. Y me tocó las tetas. Pensé que era un cerdo”. Y tal repugnancia se aprecia en las escasas escenas que comparten, especialmente en la nula tensión que despiertan en la disputa inicial de la película, cuando el matrimonio se separa: a Hoffman parece no importarle demasiado que se mujer la abandone y Streep demuestra poca química con el arrebatador protagonista de El graduado. Claro que Hoffman ya tenía un nombre en el star-system y Streep todavía no se había convertido en la legendaria protagonista de La decisión de Sophie, ni atisbaba los taquillazos que conseguiría en los 80 con Memorias de África y en los 90 con Los puentes de Madison. Tanto es así que, como cuenta Carmona, los nervios le jugaron una mala pasada y Streep olvidó su Oscar en los lavabos del Dorothy Chandler, teatro en el que se entregaban los premios de la academia.
A pesar de las desavenencias entre Streep y Hoffman, como en la vida misma, al final el mayor perjudicado de la cinta fue el pequeño Justin Henry (convertido ahora en un mozalbete de 40 años). Aunque su interpretación como el hijo de los Kramer le había colocado a la cabeza en la lista de favoritos (a sus 8 años se convirtió en el actor más joven en recibir una nominación a los Oscar) el batacazo fue absoluto y no consiguió ni un solo galardón. Y eso que la película se hizo con cinco estatuillas ese año (entre ellas, mejor película, mejor director para Robert Benton y mejor guión adaptado). No es de extrañar que, recientemente, Benton tuviese un pequeño personaje en la aplaudida serie Perdidos.