Revista Coaching

La efectividad personal no es algo personal

Por Elgachupas

Cinta métricaAfortunadamente, cada vez son más las personas que se interesan por lo que tiene que ofrecer el mundo de la efectividad a la hora de mejorar su rendimiento personal, tanto en la vida como en el trabajo. Sin embargo, son todavía muy pocos los que entienden que, para alcanzar la verdadera efectividad personal, lejos de utilizar un conjunto de trucos y atajos que cada uno puede combinar al gusto, en función de sus preferencias y circunstancias particulares, lo que se necesita es aplicar correctamente una serie de principios universales. Para ello, es necesario conocer perfectamente los mecanismos por los que se rigen nuestros procesos cognitivos.

Es decir, la mejora de la efectividad no es un asunto sujeto a interpretaciones, ni depende de otra cosa que no sean las leyes que hacen funcionar tu cerebro. Dado que estas reglas son las mismas para todos los seres humanos, resulta evidente que tus preferencias o circunstancias particulares son irrelevantes a la hora de mejorar tu efectividad.

Por ejemplo, una de esas «reglas cerebrales» que tienen mayor impacto en la mejora de la efectividad es la relacionada con la creación de hábitos. La efectividad personal no es más que el resultado acumulado de mantener una serie de comportamientos de forma sostenida a lo largo del tiempo. Es decir, tu efectividad depende de tus hábitos. Que consigas una mejora significativa en tu rendimiento personal depende casi exclusivamente de que abandones los hábitos que limitan tu efectividad, y los sustituyas por otros que la potencien.

Desde principios de los años 90 del siglo XX se empezó a entender el mecanismo exacto que nos permite «programar» un nuevo hábito. Resulta que el cerebro es en realidad, y de manera muy simplificada, dos cerebros en uno. El cerebro interno —literalmente, está ubicado más cerca de la base de la columna vertebral—, es el más antiguo en términos evolutivos, y el que controla nuestros comportamientos automáticos, como la respiración, los movimientos reflejos o las reacciones instintivas antes peligros potenciales. Al encargarse de muchas actividades de manera automática, el cerebro interno nos permite liberar una buena parte del ancho de banda cerebral para otros asuntos que puedan requerir nuestra atención consciente. El cerebro externo, más moderno, es precisamente la parte del cerebro donde se aloja el pensamiento racional, y lo que llamamos habitualmente consciencia.

La buena noticia es que podemos «almacenar» comportamientos automáticos en el cerebro interno gracias a los hábitos. Un hábito es como un programa compuesto de tres partes: un evento activador —que pone en marcha el comportamiento—, una rutina —el comportamiento propiamente dicho—, y una recompensa. Si la recompensa es suficientemente atractiva, y a base de repetición, el programa termina grabándose en el cerebro interno. La función del cerebro interno es básicamente detectar continuamente patrones que activen rutinas, y ejecutarlas de manera automática. Es decir que, que una vez almacenado como hábito, llevar a cabo un comportamiento ya no requiere ningún esfuerzo consciente.

Este mecanismo es el que permite, por ejemplo, que muchas personas desarrollen el hábito de abrir el correo nada más llegar a la oficina todas las mañanas: encender el ordenador activa el comportamiento de abrir el correo; como casi siempre hay emails «fáciles» que pueden hacerse inmediatamente —lo que da sensación de avance—, se obtiene una recompensa. La repetición día tras día hace el resto, convirtiendo el comportamiento en un hábito automático, «grabado a fuego» en el cerebro interno.

Tener un doble cerebro —uno consciente y otro que funciona en piloto automático—, tiene la ventaja biológica de que nos permite un ahorro de energía considerable, ya que elimina la necesidad de utilizar el pensamiento consciente para llevar a cabo una gran parte de nuestras actividades diarias. El problema es que, cuando el cerebro interno detecta un patrón, inmediatamente anula el proceso de toma de decisiones, ejecutando la rutina asociada de manera automática. Esto, que es muy beneficioso cuando se trata de quitar la mano del fuego cuando te estás quemando, empieza a ser un problema si hablamos de actividades relacionadas con el trabajo del conocimiento, donde una parte importante del trabajo consiste precisamente en pensar y decidir.

Conocer la manera en que funciona el cerebro es fundamental, no solo para entender cómo se desarrollan los hábitos, sino también para entender por qué ciertos hábitos son mejores que otros. Por ejemplo, nuestro cerebro está optimizado, evolutivamente hablando, para ahorrar energía siempre que puede. Para ello, se vale del cerebro interno para automatizar actividades, como acabamos de ver. Y no solo eso, también da preferencia al cerebro interno —que consume menos energía—, sobre el cerebro externo, a la hora de actuar. Por eso, de manera natural, los seres humanos somos tendentes a tomar decisiones y actuar rápidamente, sin pensar, o pensando lo menos posible.

Así, si quieres que tu cerebro externo, racional, tenga alguna oportunidad de intervenir en el proceso de toma de decisiones, es imprescindible que «cortocircuites» este mecanismo, posponiendo la toma de decisiones todo lo que puedas. Es lo que mi amigo Antonio José Masiá denomina «enfriar» el pensamiento, y es la razón por la que metodologías de productividad personal como GTD®, y de efectividad personal como OPTIMA3®, proponen distintos mecanismos orientados a separar pensar de hacer. La forma de hacerlo ya la conoces: convertir este nuevo comportamiento, a priori «anti-natural», en un nuevo hábito.

Por tanto, como puedes ver con estos ejemplos, la mejora de la efectividad personal en realidad tiene poco de personal. Todos tenemos la misma genética en lo que concierne a los procesos cognitivos que influyen en la efectividad, y las preferencias y circunstancias individuales de cada uno normalmente no son más que una excusa para no hacer lo que en realidad tenemos que hacer. La efectividad no se hace a medida de cada persona, sino que requiere entender la manera en que funciona el cerebro, de forma que podamos automatizar aquellos comportamientos que han demostrado, científica y empíricamente, mejorar la eficiencia y la eficacia. Esto supone invertir cierta cantidad de tiempo y esfuerzo al principio. No hay vías rápidas. Cualquier otra cosa es productividad basura, que solo sirve para hacerte perder el tiempo y, en muchas ocasiones, perjudicar seriamente tu efectividad.

Foto por Thomas Kohler vía Flickr


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