Revista Pareja

La epidemia de las vidas ideales

Por Cristina Lago @CrisMalago

La epidemia de las vidas ideales

En 1998, la película de El show de Truman nos horroriza.

Veinte años después, todos somos Truman.

La epidemia de las vidas ideales no es exclusiva del siglo XXI, como el ego tampoco es un invento de nuestro tiempo. Probablemente ya desde la Prehistoria existía el afán de presumir ante el vecindario, ya fuera colgando los huesos de mamut más grandes disponibles en la entrada de la cueva, o exagerando méritos de caza a través de detalladas pinturas rupestres. Si se descubriese que dichas pinturas cumplían la función del Instagram de aquel entonces, la verdad, no me sorprendería nada.

La epidemia de vidas ideales de nuestra época alcanza complejidades hasta entonces nunca experimentadas. Afortunadamente, la diversidad de gustos, inclinaciones y elecciones vitales susceptibles de ser photoshopeadas, maquilladas y vendidas, es una maravilla. Particularmente impactante, es el ejemplo de la ya citada Instagram. Una red social llena de vidas ideales. Viajes de ensueño, declaraciones de amor, cotidianidades llenas de glamour, itgirleos y otras hierbas a la cuál más verde. Los que inventaron aquel dicho de que la hierba siempre es más verde en el jardín del vecino, todavía no sabían cuánta razón iban a tener en un futuro.

Hay oferta porque hay demanda y estos perfiles atraen millares y millones de followers que se asoman a tanta maravilla con ganas de evadirse de un día a día más lleno de pelillos en el bidé que de daiquiris en Punta Cana.

El mercado de las vidas ideales es tan tremendo que usuarios corrientes y molientes como vosotros o como yo se van transformando, como los personajes de La Invasión de los Ultracuerpos, en influencers de andar por casa. Que siempre es mejor que ser una lechuga mutante del expacio exterior, pero peor que ser una persona liberada del yugo de tener que demostrar a un público anónimo lo funcional o felizmente disfuncional que es su vida real.

El sentimiento común que nos une a todos en esta época de tantos cambios y de viajes hacia un futuro impredecible, es el miedo al fracaso. Uno teme haberse equivocado en sus acciones y elecciones, porque es un miedo normal y humano, porque se tienen etapas de pérdida y miedo, porque no eres ese ser positivo, estupendo, cumplidor, triunfador y luchador que de alguna manera crees que deberías ser.

Esa enfermedad colectiva del ser o no ser (esa es la cuestión ¿no?), por supuesto es una verdadera golosina para el mercado de consumo. No es ningún gran descubrimiento mío, lo reconozco 🙂

La epidemia de las vidas ideales muestra esa necesidad constante de demostrar que:

  • No eres un inadaptado.
  • No estás perdido.
  • Has tenido algún éxito en alguna cosa..
  • Por más que parezca lo contrario, sabes perfectamente lo que estás haciendo.
  • Probablemente eres adicto al móvil.
  • Déjalo ya, leñe. Ve a darte un paseo por el campo. Y no te lo pases haciendo fotos.

En la epidemia de las vidas ideales, hasta la queja va vestida de seda y mona (en el sentido figurado) se queda. La premisa es: me va bien aunque me vaya mal.

Nos cuesta compartir con los demás que algo va mal, que nos hemos equivocado, que nos sentimos solos o que las expectativas que teníamos sobre la vida no se han cumplido. Para entablar una conversación realmente honesta sobre todo esto, no se necesitan redes sociales: sino relaciones emocionales no competitivas que permitan el libre intercambio de miserias existenciales sin avergonzarse de quien uno es, o de cómo se siente.

Cuando nos metemos en la dinámica de la vida ideal, muy a menudo tenemos la impresión de que todo el mundo es más feliz, le va mejor o desde luego, hace mejor las cosas que nosotros. Esto nos hace sentir aislados, avergonzados. Es un sentimiento desolador.

Esto nos debería llevar a una profunda reflexión sobre lo que es verdadero y no lo es en nuestra vida. Sea lo que sea, seguro que no está ahí afuera.

El síndrome de la hierba más pocha (que me acabo de inventar como contrario al de la hierba más verde) no sólo causa insatisfacción y frustración, sino que desemboca en diversas acciones defensivas: alimenta la telebasura y sus desgracias a voz en grito, alimenta el chispazo de excitación ante el bajón ajeno, alimenta el uso y disfrute del trolleo indiscriminado y por supuesto, alimenta nuevos y fascinantes perfiles henchidos por la necesidad de demostrar que si al menos en la vida real estamos perfectamente jodidos, nuestra vida virtual es ideal de la muerte.

Aunque hace 20 años, nos espantase la historia del pobre Truman y ahora asistimos, con toda la naturalidad, a cosas tales como la vida de un niño desde el mismo momento en que sale de la vagina de su madre, delante de un montón de ojos anónimos al otro lado de una pantalla.

¡Y tan normal!

Si el mundo te mantiene siempre ocupado, nadie tiene que preocuparse por lo que tienes en mente. Si la imaginación de todo el mundo está atrofiada, nadie más será nunca una amenaza para el mundo.

(Chuck Palahniuk)

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