Revista Cine

La evolución del cine: De ‘Matrix’ a ‘Avatar’.

Publicado el 08 enero 2010 por Cinefagos

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Gracias a Dios las Navidades han quedado atrás y no tenemos que aguantar tediosos resúmenes de lo maravilloso que ha sido el 2009 y los grandes momentos compartidos con la familia. Así que una vez libres de tanta tontería navideña podemos centrarnos en el acontecimiento cinematográfico del año, y es que, aunque se hable de los devastadores efectos de la piratería (peores incluso que el cambio climático o la caza indiscriminada de focas, seguro) 2009 ha sido el periodo en que la industria cinematográfica ha recaudado más dinero de toda su historia. Es una buena noticia para productores, guionistas, pitufos gigantes, autores de best seller y empresarios japoneses que hace años idearon una gama de vehículos transformables con nombres de grupos de Heavy metal. Y es si quieres forrarte, no tienes que fundar una religión como dijo L. Ron Hubbard, el tipo que creó la cienciología, sino embarcarte en un negocio capaz de reportar, en diecisiete días, cifras superiores a los mil millones de dólares. Un negocio que ha alcanzado hace poco su máxima expansión y eficacia para lograr un único propósito, enriquecerse.

Y ya sé que diréis que esta década no termina hasta Diciembre de 2010, pero paso de esperar un año para escribir este post. Además, teniendo en cuenta los hechos que os voy a presentar, me parece el mejor momento para echar un vistazo atrás y recapitular un poco. Luego veremos si esto tiene más trampa y miedo infundado que el documental de Al Gore, o si hay alguno por aquí que piense como yo.

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El cine es un reflejo de nuestro estilo de vida, nuestra cultura y nuestra economía. Por eso existen pocos matrimonios poligámicos en las carteleras, pero no es lo que me interesa…ahora mismo. Me refiero a que nuestras vidas han adquirido un ritmo acelerado, y eso se hace patente en el cine y en las películas. No tenéis más que echar un vistazo a ‘Recordando tráilers de antaño’. Allí más que en ningún sitio es donde se nota el cambio que hemos experimentado. Es posible que al pensar en décadas pasadas, el cine de los ochenta nos parezca lleno de luces, rayos azules, fantasías de látex y extravagantes obras con música de Queen. Te devora la nostalgia, y más cuando era una época en la que todo parecía posible con imaginación y cuatro duros. Los efectos especiales no eran para tirar cohetes pero tenían su encanto. Quizá (y esto es solo una suposición) porque costaba tanto meterlos en el metraje que había que planificar muy bien para qué servían y por qué debían estar ahí. Esa es la sensación que tengo yo al pensar en las comedias ligeramente guarronas de aquel entonces, donde de vez en cuando se veía una teta incluso los niños eran capaces de presenciar escenas que ahora no serían aprobadas por el comité censor estadounidense y donde, por ejemplo, Schwarzenegger podía usar a inocentes como escudos humanos en Desafío Total y seguir siendo el bueno.

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La década de los noventa sería más difícil de resumir en unas cuantas sensaciones, ya que la considero una era de transición hacia lo que tenemos ahora. De las voluptuosas hembras de los ochenta pasamos a mujeres menos desarrolladas, casi niñas grandes, y nos especializamos en cine de acción como el más taquillero. Y el inevitable cambio de las modas llegó en 1999, con un filme que cambió la forma de entender la ciencia ficción, la acción y el entretenimiento, una película de la que Minos nos habló hace poco: Matrix.

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Esta película no era sino otra más de máquinas controlando a los seres humanos, cosa que habremos visto muchas veces, pero la gracia no está en lo que cuentas, sino en cómo lo haces. Los hermanos Wachowski triunfaron al coger elementos del manga y anime, un medio de reciente apertura por aquel entonces (y carísimo, por cierto), una inteligente campaña de publicidad, que se limitaba a mostrar la frase ¿QUÉ ES MATRIX? Y, por supuesto, unas escenas de acción características y francamente espectaculares con ingeniosos trucos de cámaras, cables y pantalla verde. Matrix ha sido la inspiración para el cine de acción de esta década que ya termina, y también la culpable de muchas de las aberraciones que nos hemos tenido que tragar.

Absolutamente todas las personas que estáis leyendo esto tenéis algo en común, y es que estáis sentados frente al ordenador. Este pequeño, maléfico y propenso a enfermar artefacto está sustituyendo al televisor como medio de hipnosis colectiva, y el poder de Matrix residió en usar como protagonistas a todos aquellos que se escudan en Nicks, alias, descargas directas y un mundo de informática a nivel usuario mezclado con filosofía barata y estética oriental. Su forma de entender la acción muchas veces se basaba en la cámara lenta y la espectacularidad propia de John Woo, en una ropa que no se manchaba ni a la de tres y la posibilidad de controlar el movimiento de un actor gracias a la tecnología. Rodar escenas de acción era más seguro, fácil y podíamos convertir a Keanu Reeves en una máquina de fostiar repartir estopa. Eso sí, el aspecto de maniquí poco articulado no se lo quitaba nadie.

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Con el desmesurado éxito, Matrix se alargó hasta convertirse en una trilogía. Pero además vinieron videojuegos que se usaban para complementar la historia y una serie de cortometrajes animados llamados Animatrix. Esas otras dos películas, que sus directores pretendieron hacer creer que habían sido planificadas de antemano, nos presentan a los mismos actores con menos capacidad de actuación y mayores efectos visuales. Hay momentos históricos, como la pelea de Neo contra los cien agentes Smith, que es un claro exponente del cine de acción actual. Movimientos vistosos, acrobáticos e imposibles generados por ordenador hasta conseguir un potaje tan espeso como difícil de digerir. No quiero decir que Matrix sea horrible, sino que se aprende más de algo malo que de algo bueno. Quizá las claves del éxito de esa franquicia estaban a la vista, pero los estudios y el público optaron por los artificios y malabarismos. Con lo que nos encontramos con peleas como la del video que os presento a continuación, que ejemplifica perfectamente a lo que me refiero (y además, no se lía tanto). Sólo quiero que echéis un vistazo a la primera pelea, protagonizada por Christian Bale.

La evolución del cine: De ‘Matrix’ a ‘Avatar’.

Pero este post habla de la evolución del cine en sí, no de las escenas de acción, que creo que si algún director ha seguido la estela de los Wachowski superándola, ha sido Zack Snyder con 300 y Watchmen. Y es que Zack le aportó la fuerza de la que suelen carecer las escenas como las que habéis visto anteriormente. 300, con sus excesos visuales, es lo que se busca en producciones actuales: un presupuesto mínimo (60 millones de dólares) grabado en un estudio y un increíble éxito de taquilla. La épica que consigue Snyder hizo que la gente se levantara de las butacas y gritase a Leónidas en la escena en la que parece que va a rendirse, y eso no ocurre todos los días.

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Pero Snyder es una excepción, y Watchmen, a pesar de ser una muy buena película, está considerada por muchos un fracaso económico. Y hoy día es lo que importa.

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Así que hablemos del dinero, que es de lo que realmente me interesa. En la rentabilidad no ya de una idea, sino de una franquicia. Piratas del Caribe fue una película basada en una atracción de Disneylandia, que conoció un éxito también desmedido y que convirtió en una estrella a uno de los peores actores que he visto en mi vida: Orlando Bloom.

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Existe un secreto a voces, y es que Jerry Bruckheimmer, productor de coñazos patrióticos y de la propia Piratas, casi abofeteó a Johnny Depp cuando vio por primera vez su actuación. Querían un papel heroico y estilizado, pero Depp parecía un borracho. Curiosamente fue lo que más gustó a la audiencia, y le convirtieron en el actor mejor pagado a cambio de rodar otras dos entregas: El cofre del hombre muerto, y El fin del mundo, rodadas a la vez, (igual que las secuelas de Matrix) con un guión pésimo que no es más que una excusa para multiplicar por mil todo lo visto anteriormente. Los despropósitos de esas dos entregas son evidentes, tanto por su final como por enormes lagunas que a nadie le interesan mientras “Orly” salga guapo. Son películas que recaudaron mucho pero que han quedado con el estigma de “malas”, y que nos mostraron la voracidad con la que Hollywood puede sacarnos el dinero del bolsillo dándonos absolutamente nada a cambio.

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Y la industria dio un paso nuevo en esto de recaudar más y mejor: convertir a los actores en propiedad de un estudio y usarlos como publicidad. Se ha hecho siempre para atraer al público, pero me estoy refiriendo a auténticos fenómenos sociales, de encontrártelos hasta debajo de tu cama cuando vas a dormir y que desaparecer rápidamente, algo similar a lo que ocurre en Japón, donde siempre hay una chica joven, y guapa que se convierte en una celebridad nacional para ser desbancada por otra cantante infantil en menos de una semana. Al cabo de un mes nadie se acuerda de ella, como ocurrió con Orlando Bloom, que dio el paso a gente como Robert Pattinson. Este chico asegura que Internet le ha destrozado la vida (fíjate, lo mismo que le ha hecho famoso) y que ha aprendido a no estar más de quince minutos en un sitio para evitar aglomeraciones. Se le ve, se le consume, y se le destruye con más rapidez que un kleenex, mientras se crean productos parásitos que forman una corriente social pasajera, como el grupo de música Tokio Hotel o las decenas de novelas de gente deprimida, joven y pseudogótica que conoce a extraños objetos sexuales. Esto dura un tiempo, cada vez menos (Luna Nueva se estrenó hace mes y medio solamente) y el público, tras acabar saturado de tanto vampiro de sesenta watios y chicos que lloran, buscará algo nuevo para llenar el vacío que tanta comercialidad e industria están dejando en él.

Todos conocemos a gente que no sólo no sabe qué quiere hacer con su vida, sino que de un día para otro ha decidido unirse a una tribu urbana distinta (como en los años setenta) y que ven mermada su personalidad y capacidad de decisión reemplazándola por objetos, merchandising y personajes famosos.

A esto me refiero.

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Y si eso funciona, ¿Por qué limitarnos a hacer trilogías? Con un poco de suerte, harán series de televisión sobre Crepúsculo, y en seguida encontrarán franquicias, personajes, corrientes sociales y estupideces varias para hacer películas, la punta de lanza de un completo mercado ideado como un agujero negro, para devorarlo todo. Da igual lo que sea, el Facebook, Barbie, el monopoly… las hamburguesas del McDonalds. Dentro de poco Piratas del Caribe tendrá su cuarta entrega, por lo que podremos vivir una mitología acuática y conocer el final de una saga… otra vez.

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Así que en diez años hemos aprendido a usar un ordenador para ofrecer un espectáculo visual y una máquina de marketing perfectamente engrasada, donde se desdibujan los límites entre lo real y lo artificial, cosa que ya empezó con la nueva trilogía de Star Wars y las declaraciones de George Lucas acerca de poder usar el ordenador para “evitar que Liam Neeson se despeine por el viento mientras dice su frase”.

La última película de estas características ha sido Avatar, una experiencia visual que usa el guión como mera excusa. Su uso del 3D, una moda cíclica, y la importancia de que cada piedra, árbol, animal o actor esté diseñada por CGI, esconde un interés en vender esa tecnología a estudios de todo el mundo, por lo que se trata de una doble inversión. Exagerándolo un poco podríamos decir que James Cameron quería evolucionar en el campo de los efectos especiales, y de paso, le salió una película que proyectar en cines.

Avatar lleva recaudados más de mil doscientos millones de dólares, convirtiéndose en la segunda película más taquillera de todos los tiempos. Ya se habla de trilogía.

Eclipse se estrenará el 30 de Junio de 2010.

“En Hollywood te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma” Marilyn Monroe.

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