Desde hacía más de dos siglos que solo me levantaba para ir hasta la cocina a prepararme algo para comer o cuando necesitaba ir al baño, nada más, ni siquiera me acostaba en una cama, pues mi cama, mi habitación, mi casa y todo mi mundo era una silla de mimbre en la que me sentaba. Sin embargo, una mañana algo me hizo ver que mi vida se había vuelto demasiado rutinaria, me pareció que en otro lugar debía haber una existencia muy diferente -y sin dudas mejor-, entendí que había llegado el momento de ponerme de pie y comenzar a caminar, pero no quería ir a cualquier sitio, mi ilusión era llegar hasta la frontera y luego -muy lentamente- cruzarla, entrar en ese país en el que vivían unos seres a los que llamabanLos Otros. Intuí que el viaje sería largo, pero no me importaba, tenía tiempo y quería andar. Guardé algunas cosas indispensables en la mochila e inicié la aventura. Entonces caminé sin detenerme, sí, caminé durante días enteros, pero los días también trajeron noches que eran frías y duraban muy poco. Con las décadas, esos días enteros y esas noches frías que duraban muy poco se fueron confundiendo, mezclándose tanto entre sí que todo se volvió una tarde continua e insulsa. Y aunque no divisara la frontera yo seguía marchando porque quería llegar, por suerte mis pasos iban quedando grabados en la tierra, a veces llenándose con el agua que la lluvia derramaba cada tanto, agua que servía de hogar a los renacuajos. En mi trayectoria, subí montañas, atravesé valles, eludí hondonadas, hasta que una tarde descubrí unas huellas secas que ahuecaban el camino, huellas ancestrales decuando los días eran enteros y las noches eran frías y duraban muy poco,de cuandoaún las tardes no se habían vuelto eternas. Entonces comprendí que por fin había llegado a la frontera, donde, unos metros más allá, me esperaba la silla de mimbre, ahora desvencijada.
Este relato originariamente lo escribí junto con una de las mejores escritoras que conocí a través de este medio, quien decidió dejar (ojalá que por poco tiempo) su actividad literaria. El texto está bastante modificado, ¡perdón por el atrevimiento Sonia!