Creo que Bernardo Estévez, habitante discreto de ese Macondo gallego tan peculiar (La
Comarca le llama Xosé Lois Sebio, de Coto de Gomariz más Hush y Salvaxe) que es la República Agrícola de Arnoia, está ya un paso más allá de la biodinámica. La sigue, conoce a pies juntillas todo lo bueno que
puede darle con ella a sus viñedos, pero él ya está en otra esfera de relación
con la tierra. Primero, aunque parezca quizás extraña mi afirmación, está su
carácter. Cuando le conocí, no hacía demasiado que había aprovechado la
jubilación de su padre (trabajaban los dos en un taller mecánico en Vigo), para
tomar la decisión de su vida: trasladarse a vivir a Arnoia y dedicarse por
completo (por ahora, y con poco más de dos Ha de cepas, con la ayuda de la
familia y de los trueques que sus productos
le permiten realizar) al campo, a sus viñedos. Su manera de acercarse a la
tierra, sin estridencias, escuchando y mirando mucho, le está permitiendo
iniciar un proceso de simbiosis que acabará convirtiéndole en un elemento más
de ella, imprescindible, como todos los que forman parte de una tierra sana y
en equilibrio. Segundo, porque a las prácticas biodinámicas más o menos
habituales (siempre, claro, según el clima y la tierra que tienes que
trabajar), como puede ser la utilización de los preparados más habituales, añade una filosofía de trabajo que no es la
antroposófica, sino la de Masanobu Fukuoka, una agricultura natural que nace de
forma específica en Japón, pero se aplica con éxito a tierras y plantas que
no son habituales en ese país. Como ejemplo, claro, los viñedos de Bernardo: se
busca, ante todo, que la tierra se nutra por ella misma y encuentre, en lo que
ella misma genera, el mayor equilibrio, capacidad fértil y también de defensa. No se ara, pues; ni
se usan herbicidas ni fertilizantes, ni se abona ni se podan las plantas. Con
estos sencillos enunciados, ya se puede ver que lo que hace Bernardo es mezclar y
aplicar ideas de Fukuoka con el método biodinámico y algo más…
Por ejemplo: a la
cepa hay que podarla, de otra forma no advertirá sin más que su vida llega a la
siguiente primavera. Y eso sería poco Fukuoka...Pero Bernardo, a partir de ahí, no interrumpe para nada el ciclo natural de
la planta (eso sí es Fukuoka): no despunta ni deshoja. Algo más: Bernardo, en
complicidad y constante intercambio de experiencias y aprendizaje con Sebio (¡gracias a él le conocí!) y
ambos con André, el enólogo de Quinta Soalheiro, en Melgaço (Portugal), se ha
convertido en un auténtico homeópata de los viñedos, gracias a la preparación y
uso de unas superinfusiones hidroalcohólicas que hace con eucalipto, sauce,
ajo, consolda, milenrama, etc. Mínimas dosis de estas infusiones multiplican
los principios activos que contienen las plantas de origen y hacen que las
plantas receptoras, las cepas y sus suelos, vivan a la perfección sin necesidad,
por ejemplo, de azufre.
Todo esto sería casi anecdótico, así de claro lo digo, si los vinos no estuvieran
a la altura de un trabajo tan minucioso y concienzudo en el campo. ¡Pero lo
están! La alianza entre Bernardo y Sebio (él es quien le ayuda en la vinificación de sus uvas) es de un potencial tremendo,
explosiva. Lo que será Issué 2012 (guardan las botellas dos años por lo menos,
así es que este vino saldrá al mercado a finales de 2014...: ahora se vende 2010 y muy pronto, 2011) sigue
con la mejor tradición de Ribeiro (los vinos multivarietales) e incorpora un
montón de uvas muy de la tierra (otra de las virtudes de estos dos hombres: el
tesón y la fe en la recuperación de las variedades gallegas), treixadura, lado,
alvilla, silveiriña, verdello antiguo, godello y loureira. Fragancia enorme,
poder en nariz grande. Flor de tilo, heno. Humedad, frescura. Pimienta blanca.
Mineral (granito). Muy largo. Albahaca, melisa (menta limonera). Creo que será
un gran vino. Probé también su Mai 2012, ya en barrica. Un tinto hecho de uvas
despalilladas a mano, una infusión muy ligera y una maceración semicarbónica
con las castas brancellao, sousón, tinta amarella, caramuñeira, caíño da terra,
ferrol y tinta roriz: un vino serio y con empaque, grosella negra, tinta azul,
mirto y eucalipto, muy redondo en boca, tanino muy amable. Pasa como agua de
río en el deshielo. Ante casos tan excepcionales (por todo lo que representa)
como los de esta bodega y estos dos hombres, yo me quito el sombrero, bebo, disfruto y callo.
Eso sí: cuanta más gente les conozca y les beba, mejor para todos, ¿verdad?