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La “guerra contra las drogas”: Ayer y presente (Parte 3).

Publicado el 31 agosto 2019 por Revista Pluma Roja @R_PlumaRoja

Para leer la primera y segunda parte de este artículo visite los siguiente enlaces: Parte 1, Parte 2.

El adalid de la moralidad

En el año 1930, a toda esta paranoia racial y moral se suma un nuevo adalid. Un tal Harry J. Anslinger es nombrado jefe del Departamento Federal de Narcóticos (FBN, por sus siglas en inglés). En esos años, la otra prohibición, la que se ejercía contra el alcohol, estaba en sus estertores, y este pequeño departamento encargado de controlar el uso de narcóticos parecía destinado a desaparecer. Sin embargo, Anslinger, astuto y calculador, se las ingenió para embarcarse en una nueva campaña de manipulación a nivel nacional, tanto a escala mediática como política, con el objetivo de transformar la prohibición contra las drogas en un punto central de las futuras administraciones presidenciales, sin importar qué partido político gobernara. Tan bien le iría en su campaña del terror, que permaneció en su cargo durante 32 años. Incluso serviría en su puesto bajo cinco presidentes diferentes.

El arquitecto

Con todo ese prontuario, se podría decir que Anslinger sería el verdadero arquitecto de lo que en la actualidad conocemos como “guerra contra las drogas”. En su figura se encarnó la arquetípica imagen del guerrero moralista que lucha contra el “mal” en un mundo, aparentemente, decadente.

Durante lo que sería su cruzada contra las drogas y la inmoralidad, sus métodos serían reconociblemente despiadados, los cuales muchas veces, incluso, se reñían con la ética. Reconocida es su vigilancia y persecución en contra de artistas, científicos e intelectuales por considerarlos una amenaza.

También se encargaría de manera habitual de lanzar anzuelos a la opinión pública mediante el uso de delirantes declaraciones que vinculaban el uso de drogas a diferentes etnias y minorías raciales, con tal de alentar el prejuicio y el miedo hacia tales grupos. Así, por ejemplo, no trepidaría en vincular el uso de las siguientes sustancias a ciertos grupos específicos, por ejemplo: el uso de cannabis la vinculó a los latinos, la cocaína a los afroamericanos, y la heroína u opio, a los chinos.

Con respecto a los chinos, advirtió: “Tienen un gusto particular por los encantos de las caucásicas…”, a quienes, mediante el uso de opio, “… fuerzan a actos depravados y sexuales indescriptibles”. Con respecto a los afroamericanos declaró: “… prácticamente el 100% de los negros son drogadictos”, quienes además asisten a fiestas con mujeres blancas a las cuales: “…engatusan con sus historias de persecución racial con tal de obtener su simpatía, para luego, embarazarlas”.

Y no contento con todo esto, durante la década del 30, continuaría haciendo lobby para lograr que esta política prohibicionista estadounidense se impusiera al resto del mundo. Hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial, y sus sueños, finalmente se cristalizarían.

La comisión

Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, todos los países quedaron empobrecidos, salvo uno: EE.UU. Y Anslinger, astuto ante el nuevo escenario, no perdería tiempo en forzar a su país –recién estrenado como potencia mundial–, a imponer su visión prohibicionista al resto de los países miembros de la recién creada ONU.

Para comenzar, establecerían versiones similares de la Ley Harrison a todas las potencias del eje. Y Anslinger sería nombrado representante estadounidense ante la ONU en la recién creada Comisión de Estupefacientes. Todo iba viento en popa.

El palo y la zanahoria

A partir de ese entonces, cada aspecto de las relaciones internacionales, desde protección militar, tratados de comercio y programas de ayuda a diferentes países, sería llevado a cabo con la lógica del palo y la zanahoria, cada nación sería obligada a aceptar “The American Way”.

Charles Siragusa, un agente de alto rango en la FBN, con respecto a estas prácticas abiertamente matonescas, declararía: “…la mayoría de las veces…descubrí que la mera mención de la posibilidad de suspender los programas de ayuda a ciertos países, hacía que estos, a regañadientes, nos terminaran permitiendo el ingreso a sus territorios para dejarnos trabajar sin problemas”.

Voces disonantes

Ahora bien, no todos los países eran ignorantes a las agresivas y tramposas prácticas estadounidenses. Muchos de ellos, incluso, lamentaban tener que adoptar políticas prohibitivas en sus respectivos territorios basadas meramente en problemas raciales internos en EE.UU.

El representante británico ante la Comisión de Estupefacientes se quejaría, por ejemplo, diciendo: “… si no fuera por el problema racial de la droga en EE.UU, los demás países habrían creado sus propias legislaciones para abordar el tema”. Otro representante británico ante la Comisión de Estupefacientes, declararía: “…el representante Anslinger suele confundir de manera frecuente su posición como jefe de la FBN en EE.UU, con su rol como representante estadounidense ante la Comisión de Estupefacientes de la ONU”.

La Convención Única

Desde el final de la guerra en 1945, tomó cerca de 16 años de presión y abusos por parte de EE.UU, el poder finalmente cumplir el sueño del Obispo Brent, de lograr tener un política global prohibicionista contra las drogas.

En el año 1961 se declararía legal la que se conoce como Convención Única sobre estupefacientes. Esta convención pretendía unificar todos los intentos previos de instalar una política prohibicionista internacional en un solo documento.

Como consecuencia de estas presiones estadounidenses, el país de las 50 estrellas terminaría a gusto con una legislación hecha a su medida; un documento plagado de las mismas trazas racistas de su prohibicionismo de comienzos de siglo.

El “mal”

Como dato interesante, cabe mencionar que la Convención Única de 1961, es la única convención en la historia de la ONU en la cual se utiliza la palabra “mal”, estableciendo: “Reconociendo que la toxicomanía constituye un mal grave para el individuo y entraña un peligro social y económico para la humanidad”.

La tortura, el apartheid y la guerra nuclear, no son descritos en estos términos. El genocidio es descrito en las convenciones de la ONU como: “un odioso flagelo” o un “acto de barbarie”. Nunca son rotulados como “malos”. Que la ONU, formada sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y el holocausto, haya considerado que la adicción a las drogas era el único problema digno de ser rotulado como malo o un mal, no solo demuestra un escala de valores un tanto arbitraria y antojadiza, sino que también expone la fuerte presión conservadora gringa que fue ejercida para lograr la consecución de dicha convención.

La Convención Única como ejemplo al resto del mundo

La Convención Única de la ONU allanó el terreno para la fijación de estándares internacionales en materia de clasificación de drogas para el resto de los países miembros. Para ello, dividió en a las diferentes drogas en “Listas”, a fin de determinar sus grados de peligrosidad, castigos por su comercialización, y sus potenciales beneficios, tanto científicos, como médicos.

En la actualidad, la Convención Única es la base de la legislación en materia de drogas que se aplica prácticamente a cada país bajo la sombra de EE.UU.

Cuando algún país ha intentado desviarse un poco de lo que afirma la convención, son los mismos castigos escritos en ella lo que lo mantienen a raya.

La guerra contra las drogas, como vía a la guerra armada

Un inventario detallado de cómo EE.UU ha militarizado la guerra contra las drogas alrededor del mundo, a partir de la firma de la Convención Única de 1961, tomaría muchos libros para explicarlo. Desde el auspicio a escuadrones de la muerte en Latinoamérica,  hasta operaciones encubiertas de la DEA en Afganistán, pasando por comprometer a la “guerra contra las drogas” a cada país que pretenda algún tipo de acuerdo comercial con EE.UU como requisito. Serían solo una breve muestra del grado de extorción que ha ejercido el imperio sobre el resto de las naciones con tal de forzar su racismo y moralidad.

Conclusiones

Sumando y restando, la Guerra contra las drogas, no es más que otro brazo más de la hegemonía económica y militar estadounidense que se cierne sobre el mundo.

Mientras muchos gobiernos en el mundo, incluido el mismo gobierno chileno, continúen siendo la comparsa de una guerra que no les pertenece, y se nieguen a abandonarla, las víctimas, tanto raciales como sociales, se seguirán sucediendo.

Es importante señalar también que cada vez que nuevas naciones se sumen a esta “guerra”, desde ya debiesen saberse cómplices de una medida abiertamente racista gestada en el seno de la moralidad y, por qué no decirlo, cristiandad conservadora estadounidense.

La “guerra contra las drogas” no es un conflicto global, en realidad, es un conflicto interno estadounidense que ha sido globalizado. Todos deberíamos observar los errores en esta guerra y pensarlo dos veces antes de enarbolar la bandera de la “guerra contra las drogas” o la prohibición. Pues puede que descubramos, más temprano que tarde, que hemos estado peleando, nuevamente, una guerra ajena, quizás incluso, contra nuestra propia raza.

Por Pablo Mirlo

*Texto traducido y adaptado al español por Pablo Mirlo del artículo titulado: The War on Drugs Is Inseparable from US Imperialism publicado en vice.com por JS Rafaeli.


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