Revista Cultura y Ocio

La guerra, ese gran absurdo

Publicado el 11 marzo 2016 por María Bertoni
Afiche original del film de Zaza Urushadze.

Afiche original del film de Zaza Urushadze.

Para el último jueves de marzo está programado el estreno porteño de Mandarinas, coproducción estonio-georgiana que en 2015 compitió por el Oscar a la mejor película extranjera con la polaca (y ganadora) Ida, con la rusa Leviatán, con la mauritana Timbuktu y con la argentina Relatos salvajes. El largometraje del -para nosotros desconocido- Zaza Urushadze desembarcará en nuestras salas dos años y medio después de su primera presentación en Georgia.

Según consta en la ficha correspondiente de IMDb, Mandariinid se estrenó en la ex república socialista soviética en octubre de 2013. Más de un espectador se habrá preguntado si fue intencional o mera coincidencia que la première cinematográfica tuviera lugar justo en el mes aniversario de la Revolución Rusa.

Es que la ficción de Urushadze transcurre en el seno de uno de los tantos conflictos armados que detonó el desmembramiento de la URSS: concretamente aquél que enfrentó a georgianos y abjasianos entre 1992 y 1993. A la luz de esos acontecimientos con escasa repercusión en nuestros medios, cuesta desandar con ecuanimidad el camino histórico que conduce al legendario octubre de 1917.

Dicho esto, corresponde aclarar que Mandarinas dista de ser un manifiesto anti-comunista. Por otra parte, su realizador tampoco parece interesado en abordar las consecuencias de tipo económico, territorial, social que el estallido del llamado “mundo bipolar” provocó en el hasta entonces “bloque soviético”.

El de Urushadze es, en cambio, un manifiesto anti-bélico, un ejercicio destinado a probar cuán insostenibles son los prejuicios y argumentos que justifican las guerras y demás crímenes de masa. En esta fábula protagonizada por un estonio, un checheno y un georgiano, la clave para recuperar la paz consiste en revincular a los enemigos, aquí en el marco de una convivencia forzada que le da un aura teatral a la película.

La puesta en escena es clásica. La mayor parte de la historia transcurre en una casa, y el proceso de pacificación es obra de un hombre cuya edad (avanzada) y nacionalidad (en principio neutra) lo convierten en mediador circunstancial. Alrededor de este carpintero (la elección del oficio también es sugerente) giran los enfrentados Niko y Ahmed.

La solidez de un guión que admite pequeñas dosis de humor y las actuaciones de Lembit Ulfsak, Misha Meskhi y Giorgi Nakashidze reducen el riesgo de lugar común que corren los manifiestos anti-bélicos. De esta manera, Urushadze conmueve sin necesidad de golpear bajo y conscientiza sin demagogia.

Habrá que agradecerle a la Academia de Hollywood la nominación de Mandariinid, y el consecuente espaldarazo en términos de distribución internacional. De hecho, cuesta imaginar el desembarco porteño de esta coproducción estonio-georgiana sin el antecedente de las candidaturas a los premios Oscar y Golden Globe.


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