Revista Cultura y Ocio
-Quince horas, treinta y cuatro minutos, diez segundos.-Perdón, no entendí.-Quince horas, treinta y cuatro minutos, veinte segundos.-Bien.-¿Me escuchó ahora?-Eh… sí, pero… ¿no es usted una máquina?-Ciertamente que no, ¿lo es usted?-No, claro.-¿Y por qué habría de serlo yo?-Bueno, porque… porque marqué el 113 para saber la hora y todos sabemos…-¡Todos sabemos, todos sabemos! Estoy cansada de no ser importante para nadie.-Discúlpeme, no quise ofenderla…-No se preocupe, no me ofendió, es que últimamente me siento un poco sola. Le confieso que no suelo hablar con los usuarios, pero su voz me resultó tan agradable que cuando dijo que no había entendido, quise asegurarme…
-Tú también tienes una voz hermosa, por supuesto, de no ser así no te habrían elegido para este trabajo. ¿Cómo te llamas?
-Inés, ¿y usted?
-Horacio, pero no me trates de usted...
-Horacio, ¿con quién estás hablando?- lo ametralló su esposa.-Con nadie, mujer, número equivocado- respondió tapando el auricular y rascándose la calva, enseguida cortó. Para qué iba a complicarse la vida con explicaciones extrañas. Pero ni bien su mujer salió de la cocina, volvió a marcar el 113.
- Quince horas, treinta y siete minutos, cuarenta segundos.-Hola, ¿Inés?- Quince horas, treinta y siete minutos, cincuenta segundos. -¿Me escuchas? Soy yo, Horacio…Otra vez no entendí.-Quince horas, treinta y ocho minutos, cero segundos- continuaba la voz impersonale implacable que, desde el otro lado de la línea, le confirmaba que ya había pasado su hora.