"La isla del Sena, de Paco F. Moriñigo, podría "catalogarse" como un thriller intelectual o literario, aunque, por sus muchos méritos, haya razones para dudar de cualquier clasificación prestablecida".
Sin duda, hoy en día, la novela es el género de géneros; no solo por la importancia que tiene entre los lectores, el mercado editorial y la crítica especializada, sino también por su variedad, temática y estilística. En efecto, el género "novela" es uno de los pocos que cuenta con una nómina de subgéneros casi tan larga como la lista de adjetivos que posee nuestra lengua, y, como si esto fuera poco, algunos de estos subgéneros también cuentan con sus propias ramificaciones. Tal es el caso del llamado , que, dependiendo de los caminos que tome el autor, puede adoptar las formas de thriller psicológico, thriller histórico, thriller legal, thriller político, etc. Siguiendo estas categorías, en gran medida ya aceptadas por el público, La isla del Sena, de Paco F. Moriñigo, podría "catalogarse" como un thriller intelectual o literario, aunque, por sus muchos méritos, haya razones para dudar de cualquier clasificación prestablecida.
La isla del Sena se centra en la figura de Raquel Castellano, agregada cultural de la embajada de España en Bruselas, quien, en busca de un tema para escribir su primera novela, se topa accidentalmente con una historia que tenía a los poetas Paul Verlaine y Arthur Rimbaud de protagonistas. La historia, referida por el padre Veremond, bibliotecario del Collège Saint-Michel, estaba respaldada por documentos que daban cuenta de una serie de escándalos que, en principio, dejarían muy mal parado al tradicional establecimiento jesuita, pero cuyas derivaciones afectarían también a oscuras entidades bancarias y financieras.
Otro personaje cardinal es Joseba Irigoyen, un estudiante de Historia de la Universidad del País Vasco, cuyas investigaciones para su tesis doctoral sobre el financiamiento internacional del carlismo lo conducen de igual forma al Collège Saint-Michel. El arco narrativo de Irigoyen, por consiguiente, confluirá con el de Raquel Castellano, y, muy pronto, ambos protagonistas se verán envueltos en una trama apasionante que tendrá también a París como escenario; trama en la que, por cierto, no faltarán las denuncias, las amenazas, los asesinatos y los giros sorprendentes.
La trama a la que nos referimos -rica en personajes y matices-, bien puede resumirse en este párrafo del capítulo 52, en el que se describe la primera confesión de Jacques de Monredon, rector del Collège Saint-Michel, a las autoridades jesuitas de Bruselas:
Jacques de Monredon se sintió desarbolado. Sentado en un taburete metálico, la mirada fija en las baldosas que imitaban en terrazo el mármol negro del país, dio rienda suelta a una sarta de historias inconexas pero que, en la bien estructurada mente de su superior, conformaron una visión bastante completa de las irregularidades a las que confusos intereses políticos y financieros habían empujado a la comunidad jesuita del Saint-Michel a lo largo de los años. Allí habló De Monredon de las peculiares visitas de Paul Verlaine y de Arthur Rimbaud y de la más que extraña liberalidad que a través del colegio se trató de hacer llegar a los carlistas españoles. No olvidó mencionar el sacerdote la coincidente presencia en la época de un prefecto con su mismo apellido y de nombre Christian y de un gestor de la Banque Rothschild et Frères también apellidado Le Deschault, aunque de nombre Philippe. También, de aquellos primeros años de los que tenía noticia Jacques de Monredon, hizo referencia, casi de pasada, a la ayuda que el Saint-Michel prestó para la represión de las revueltas obreras de la place Saint-Lambert de Lieja y de la región minera del Pays Noir. Sin respiro citaba fechas y nombres, habló de pagos al Ejército Blanco en un vano intento de detener la Revolución de Octubre, al general Miguel Primo de Rivera y al dictador mexicano Victoriano Huerta. El Provincial tanto se enteraba de la intervención del Saint-Michel en el asunto Dreyfus apoyando a Maurras, como de las aportaciones que a través de la institución bruselense se hicieron en favor de Léon Degrelle y de los Círculos Católicos de Obreros en Bélgica y Francia. El apoyo económico a los "camisas negras" italianos y al general Francisco Franco en su alzamiento suponían dos hechos que por sus connotaciones ideológicas definían perfectamente la línea de pensamiento a la que el Collège prestó mayoritariamente su colaboración en aquellos años. La turbulenta historia europea del primer tercio del siglo XX aparecía y desaparecía según de dónde se inflamara la diatriba de aquel orate, por una vez en su vida desaliñado y agobiado por su propia declaración. (págs. 381 y 382)
Pero esto es solo una cara de la moneda, pues en el mismo capítulo se explica lo siguiente:
Al parecer, Jacques de Monredon era propietario por herencia de un edificio en la isla de Saint-Louis en París donde, según colegía de las explicaciones del rector, se había diseñado una extraña política de compensación por la que a partir de los años setenta del siglo XX se dio soporte a los más diversos movimientos revolucionarios en América Latina. De las palabras del rector resultaba evidente que allí también se guardaban no pocos documentos que atestiguaban una financiación sostenida a diversos grupúsculos que el rector identificaba como "agentes de la teología de la liberación". Deducía el Padre Provincial de las palabras de De Monredon que ese edificio debió abrigar no sólo archivos, sino muy probablemente restos y pruebas físicas inculpatorias de las actividades financiadas. Desde el rectorado de De Haes -iba esclareciendo el Padre Provincial-, el Saint-Michel se involucró en el liberacionismo americano, al tiempo que seguía sirviendo de correa de transmisión a inconfesables grupos de poder reaccionarios que actuaban desde dentro y en los límites de la Iglesia. (pág. 382)
Es evidente que La isla del Sena es una novela llena de revelaciones históricas y políticas, cuya inteligente remisión al pasado solo rivaliza con la incuestionable actualidad de sus planteos: la lucha ideológica en el seno de la Iglesia y la existencia de poderosas organizaciones transnacionales dispuestas a influir en el destino de la civilización occidental. ¿Tiene sentido, entonces, decir que solo se trata de un thriller intelectual o literario? Por supuesto que no. En todo caso, se trata de un thriller total, un thriller en el que pueden advertirse influencias tan diversas como las de Morris West, Umberto Eco y Arturo Pérez-Reverte, un thriller, en suma, ideal para estos tiempos en los que nos hemos permitido poner en duda cualquier aspecto de esa otra gran novela que llamamos realidad.
Si bien la obra responde cabalmente a las convenciones del género al cual pese a todo pertenece, hay algunas cuestiones formales que nos gustaría destacar. En primer lugar, los títulos de los capítulos, que son casi siempre una frase (cuando no textual, apenas si modificada) del capítulo que preceden; en segundo lugar, la muy ingeniosa representación de una conversación por WhatsApp entre los investigadores Joseba Irigoyen, Carlos de Mendoza, Jean-Claude Labastide y Vincent Pérez que encontramos en el capítulo 27, y, en tercer lugar, la divertida manera en que el autor presenta el "avance" de la historia en el capítulo 54, que no es otra que el dictado de un informe por parte del Inspector Principal de Policía al agente Ossekar-LeBoeuf, recurso que recuerda los pródigos dictados del doctor Francia a su secretario Patiño en Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos.
Solo resta decir que Paco F. Moriñigo, el autor de esta novela, es en verdad el seudónimo de Francisco Freixa García, un catalán de amplísima formación académica (es licenciado en Filología hispánica, Derecho y Ciencias de la Información, y, además, cuenta con un MBA por el IESE), cuya vasta experiencia en los medios de comunicación y la industria editorial, indudablemente, ha debido influir en la producción de la magnífica obra que aquí reseñamos.
La isla del Sena está disponible en Amazon, pero también en el catálogo de Las Nueve Musas Ediciones. Invitamos al lector, por lo tanto, a que se anime a trasladarse a ese extraordinario "espacio literario". Estamos convencidos de que el viaje le será muy provechoso.
Las nueve musas