Revista Cultura y Ocio

La litera

Publicado el 15 junio 2021 por Molinos @molinos1282
La literaRecuerdo vagamente la primera vez que me subí a la litera. Como siempre fui una niña repelente y muy obediente, descolgué la barandilla, la puse en posición de escalerita y trepé a la cama de arriba. Fue la primera y la única vez. (Los que no han dormido nunca en litera no lo saben pero por mucho que los fabricantes de literas creen escaleritas e ingeniosos elementos para subir a la de arriba, el usuario siempre encuentra un camino alternativo para trepar que no implica ninguna de las ideas pensadas por el equipo creativo.) Esa primera noche, estrenábamos litera y mesas de estudio y nuevos armarios y nos encantaba la tela de flores con la que habían entelado las paredes de la habitación. (Lo aviso aquí, el ciclo de la vida de la decoración es: pintura, papeles pintados, paredes enteladas y vuelta a pintura...por lo que veo en Instagram estamos a dos temporadas de lo de las telas porque los papeles están ahora en su apogeo). Nos creíamos, mi hermana y yo, muy mayores. Calculo que yo tendría unos ocho o nueve años y ella seis y ese movimiento de cuarto suponía el final de la existencia del cuarto conocido como la "leonera", un cuarto que teníamos solo para jugar donde podíamos construir cabañas que duraran semanas, montar teatrillos con todos los peluches, organizar ciudades de los clics atacadas por los madelman de mi hermano o utilizar las herramientas del banco de carpintero de juguete como si fuéramos carpinteros de verdad con el consiguiente enfado de mi madre. La leonera moría y nosotros tres dejábamos de dormir juntos: éramos mayores y necesitábamos mesas de estudio. 

Los siguientes veinte años los pasé trepando cada noche a la cama de arriba (sin usar la escalerita). Un pie en el tablón a los pies de la cama de abajo, otro en el cubre radiador y arriba. Algunos de esos años cuando me acostaba miraba un poster de Bruce Springsteen que había pegado al techo de la habitación. Durante todos esos años una estantería soportaba el peso de mis lecturas justo encima de mi cama. Varias veces no lo soportó y fui reprendida por "poner demasiados libros". ¿No ves que la estantería no aguanta tanto peso? me decían. No, no lo veía, ni se me había ocurrido. 

En esa litera he pasado unas cuantas resacas, grandes disgustos,  grandes lloros y grandes ilusiones (Nunca una noche de lujuría, para eso okupaba la cama de mi hermana). Las noches sin dormir antes de los Reyes, el día antes de mi cumpleaños, el día antes de empezar el cole. Las grandes vomitonas infantiles me las ahorré porque con todo mi morro, si me encontraba tan mal como para vomitar asomaba la cabeza por la barandilla y vomitaba hacia el suelo o hacia mi hermana. Nunca me lo ha perdonado. Durante todos esos años, según iba creciendo, pensaba: cuando pasé a BUP ya no podré dormir en la cama de arriba, cuando cumpla dieciocho ya no dormiré ahí, cuando esté en la Universidad seguro que ya no trepo por el radiador, cuando empiece a trabajar no podré dormir ahí. Imaginaba con antelación  esos hitos, a personas mayores que yo durmiendo en litera y era incapaz. Me parecía que no pegaba dormir en litera si tenías catorce o eras mayor de edad, o estabas en la carrera o ganabas un sueldo. Dormir en litera era de pequeños. Dormí en esa litera, trepé por ese radiador y  hasta los veintiocho años, hasta la víspera de mi boda. 

Después de casarme, la litera y yo nos separamos durante cinco años. Ella hizo su vida con mi hermana y yo me dediqué a las camas de dos por dos y luego a las cunas. Pasado ese tiempo nos volvimos a juntar, la desmontamos, la trajimos a nuestra casa para que la disfrutaran mis hijas. Durante los últimos quince años María ha dormido en la de arriba y Clara en la de abajo. Han dormido en ella como ceporros, han jugado a las cabañas, a los teatros, a lanzarse al suelo, han usado la escalerita una sola vez y han trepado. Por supuesto, también han vomitado en ella. 

Era una litera estupenda, una gran litera. No era un mamotreto de esos que en la tienda parecen monísimos y en tu casa parece que has aparcado un submarino en la habitación, ni tan pequeña que fuera ridícula. Tenía el tamaño perfecto, era la que hubiera elegido Ricitos de Oro. Permitía hacer la cama de arriba con comodidad sin tener que trepar y sentarte en la de abajo a leer cuentos o charlar sin darte con la cabeza con la de arriba. Era perfecta, no ha habido nunca una litera mejor. 

La litera que me ha acompañado durante cuarenta años  ha desaparecido de mi vida. La hemos desmontado y ha salido de nuestra casa para siempre. Su desaparición se debe a que en la guerra por tener un cuarto para cada una, mis hijas, finalmente, han ganado. Ha sido más que la Guerra de los Siete Años pero no hemos llegado a los Treinta aunque sin pandemia, puede que, nosotros hubiéramos aguantado más. Mis hijas se independizan la una de la otra y la litera ha sido el daño colateral.

En el cuarto de mis hijas ha quedado un hueco enorme, ahora la habitación parece muchísimo más grande. ¿Veis como no es un dormitorio pequeño? aprovecho para decirles. No les digo que además del hueco de la litera, yo veo el hueco que ha dejado su infancia. Mientras escribo este pequeño homenaje a esa litera, ellas montan su nueva cama. Ojalá las acompañe cuarenta años y no la vomiten mucho. 


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