Existen películas que puedes recomendar con total tranquilidad porque la probabilidad de que a quien se la recomiendas no le entusiasmen es mínima. Películas de las que, en cuanto sales del cine, sientes la necesidad de hablarles a la gente que más aprecias sabiendo que no se sentirán decepcionados. “La llamada” (Javier Ambrossi & Javier Calvo, 2017), es una de ellas. Una de esas películas que contagian tan buen rollo que sería posible que la disfrutásemos en bucle el resto de nuestra vida sin cansarnos. ¿Cuántas veces ocurre esto en la cartelera? Realmente en muy pocas ocasiones. Por eso, cuando sucede, hay que celebrarlo. En efecto, esta adaptación cinematográfica del musical homónimo que durante 3 temporadas ha conquistado a crítica y público en multitud de países es un acontecimiento que hay que festejar. Son escasas las veces en las que se estrena un trabajo en el que te quedarías a vivir sin pensarlo, bien porque la fuerza de la historia te atrapa de manera brutal, bien porque cada uno de los personajes tiene tanta vida interior que ansias conocerlo más a fondo o bien porque sabes que si fueses un protagonista más de la historia encajarías como un guante en las tramas. “La llamada” cumple todo estos factores.
María (Macarena García) y Susana (Anna Castillo) son dos adolescentes de 17 años que se encuentran pasando el verano en el campamento religioso “La Brújula”, al cual acuden desde pequeñas. Las dos sueñan con triunfar en la música, pero las apariciones de Dios a María cantándole Whitney Houston trastocará todos los planes y llevará a las protagonistas a vivir momentos tan hilarantes como emotivos, en compañía de Sor Milagros (Belén Cuesta) y Sor Bernarda (Gracia Olayo). A pesar de que todos éramos conscientes del inmenso talento de los artísticamente conocidos como Los Javis -ahí está Paquita Salas, una de las mejores series españolas de los últimos años-, es en esta traslación a la gran pantalla del montaje teatral creado por ellos mismos cuando podemos certificar que Los Javis son, más que unas jóvenes promesas, toda una certeza. Esta película supone la consagración definitiva de dos creadores que, más allá de demostrar un excelente y desenvuelto dominio del lenguaje cinematográfico, evidencian conocer la fórmula secreta para que una película conecte de principio a fin con el espectador. ¿Los ingredientes? Habría que preguntárselo a ellos.
Muchos directores intentan conseguir una película del estilo, esto es: fresca, original, atrevida, con un equilibrio constante entre lo hilarante y lo francamente emotivo… y patinan en el intento. Y es probable que muchos de estos directores empleen algunos de los ingredientes que usan Los Javis aquí. Pero sólo ellos han sabido dar con la combinación perfecta. Con la fórmula de la Coca-Cola. Sólo ellos conocen los ingredientes para conseguir un éxito así y, lo que es más importante, las cantidades que hay que usar de cada uno de ellos para que el plato final sea de lo más apetecible -y no hablo del factor suerte, el cual también es importante-. Es admirable, por ejemplo, lo bien que manejan los tonos, creando escenas en la que las lágrimas más sentidas se mezclan con las risas más espontáneas, ofreciendo un espectáculo tan divertido como nostálgico y, en algunos momentos, devastador. La clave de todo está en el corazón con el que está concebido el proyecto, el sentimiento que hay detrás de cada escena, el ingenio que hay tras cada línea de guión… Y luego, claro, lo más importante: tener unas actrices capaces de defender sus respectivos papeles de la mejor forma posible. Y esto es justo de lo que más puede presumir “La llamada”: contar con un cuarteto de actrices absolutamente brillantes, inmensas, de un talento avasallador, que de tanto trabajar sus personajes sobre las tablas, los impregnan de unos matices que los hace auténticos, verdaderos, humanos. Cada una de las actrices no es que se merezca un Goya, que también, es que piden a gritos su propio spin-off.
Aunque algunos la pueden acusar de inverosímil -sin percatarse que la película se vanagloria de serlo-, lo cierto es que poco o nada se le puede reprochar a este trabajo que, pese a su aparente ligereza, encierra más sustancia de la que parece. Y es que en una época en la que es fácil desanimarse por el convulso contexto social y en la que la falta de oportunidades está a la orden del día, se agradece (y mucho) un milagro divino como La Llamada que ponga de manifiesto que nunca hay que dejar de creer. ¿En qué? En lo que sea. Pero es imprescindible aferrarse a algo que nos motive, que nos mantenga vivos, que nos invite a despertar. La religión es, en contra de lo que muchos creen, lo de menos en este trabajo sobre segundas oportunidades, tránsitos generacionales y personajes que nunca juzgan a los demás. Y, todo, aderezado, regado con una música que es gloria para los oídos… y para el resto de sentidos. Porque quien sea capaz de ver el momento “Todas las flores”, el más importante y logrado de la película, sin que se le ponga la carne de gallina, sin que automáticamente se le remuevan las entrañas, es que directamente no tiene corazón.