Revista Cultura y Ocio
Anoche me enganché con un programa de televisión que trataba de los Universos Paralelos. Varios científicos hablaban de Física Cuántica, Neutrinos, Antimateria, Agujeros Negros y otras tantas rarezas que hace mucho leí en los relatos de Isaac Asimov... O que creo haber leído, pues si existen Universos Paralelos y mi Ego que está escribiendo esto es sólo una simple probabilidad entre miles de millones, nada me impide suponer que no haya leído nada, o que un día, en otra dimensión de mi Ser, mientras bebo un exprimido de ajo y cebolla, acabe -por fin- un libro de Paulo Coelho que abandoné a los 16 años porque me parecía infantil.
Lo cierto es que el tema me azuzó a escribir al respecto. Pero no quiero que me malinterpreten, no voy a hablar de la reencarnación ni de la vida después de la muerte, lo mío se trata de algo más simple, cotidiano si se quiere, pero cada vez que pienso en ello, mi vida queda consumida como una vela al final de una cena íntima, con mis ideas cayendo como cera hirviendo sobre el candelabro de mis huesos, esculpiendo formas alargadas y figuras pretenciosas.
Infinitas vidas: eso. Imaginar que pudiésemos vivir infinitas vidas es una idea que fue considerada hasta el hartazgo, pero me abruma, no lo puedo evitar. No por el hecho de imaginar que en alguna de esas vidas fuéramos felices y en otras desgraciados, pobres o ricos, exitosos o fracasados… O por cuál o cómo sea ésta que yo estoy atravesando. Lo que me atenaza el corazón es la idea de que exista una infinidad de vidas posibles dentro de la finitud de una vida real. Como si uno tuviera en sus manos una paleta con colores que ningún pintor imaginó, creados con los óleos del arco iris, y que sólo pueda ser utilizada para un único cuadro. No estoy hablando del guión retorcido de una película de ciencia ficción, estoy diciendo -entiéndanme- que cada acto que realicemos nos dirige hacia un punto endeble y efímero que ni siquiera podríamos marcar en un esquema tridimensional, porque todas las variables en juego -profesión, enfermedades, hijos, sueños, amores, accidentes- serían infinitas también. Una red infinita de variables a tener en cuenta en infinitas posibles vidas particulares que modifican infinitamente otras infinitas posibles vidas. ¡Y que todo esto apenas pueda ser pensado desde una sencilla vida real finita! No obstante, hay algo todavía peor: esta simple-vida-real-finita que está aquí, me refiero a éste que soy yo y que alucina estar hablando con ustedes, apenas será recordado por una o dos generaciones, no más. Fíjense en lo paradójico, los actos de mi vida modifican infinitas vidas y, sin embargo, dentro de cien años no seré recordado ni siquiera por mis futuros familiares… posibles futuros familiares, en realidad, o tal vez sí, como “aquél que”, en el mejor de los casos, pero de aquí a tres generaciones, ni ese “aquél que”, que ahora tanto ocupa mi tiempo, tendrá importancia. Cómo hacer para que no nos veamos como un minúsculo grano de arena posado encima de una roca en la playa de una isla desierta, una gota de lluvia que cae sobre el parabrisas de un coche que circula por una ruta secundaria, una mota de polvo que sólo puede ser vista si el sol de una mañana de abril se digna a arroparla con su luz. Me sorprende que algunos crean que la respuesta a esta maravilla se encuentra en la anécdota del hombre puro y casto que hace dos mil años apareció proclamándose el Hijo de Dios y que por ello fue clavado a una cruz de madera junto a una piara de delincuentes comunes.Es inevitable -qué mejor palabra usar- que el programa de televisión me haya puesto a pensar de tal forma en el Destino, el Fatalismo, el Determinismo, no sé, en esas cosas que antes me parecían asuntos de filósofos o conversaciones de borrachos o argumentos de películas fantásticas. Y más allá de lo que ustedes puedan entender por Destino, Causalidad o Determinismo, creo que está claro que cada pequeño acto, cada mínima decisión que tomemos, va a tener consecuencias futuras.Lo que quiero transmitirles es que no le damos la real dimensión a este asunto hasta que nos enfrentamos a una situación en verdad trágica, ahí entendemos su importancia. “El aleteo de una mariposa en Londres puede desatar una tormenta en Honk Kong". (Gracias, Edward Lorenz). Sí, es así, cualquier acontecimiento nimio en el que estemos involucrados, modificará el devenir de toda una cadena de personas. Nosotros incluidos, por supuesto. En definitiva, cuál será ese famosolibre albedríodel que tanto hablan las bocas ingenuas.No me hago una cabal idea del alcance que tenga elefecto mariposa,efecto dominó o como ustedes prefieran llamarlo, pero sí les aseguro que en el gran concierto que es la vida y en esta gran orquesta que es la humanidad, una nota, una ligadura, un mordente, un silencio, una leve agitación de la Magnífica Batuta del Director… modifica la obra en su totalidad.¿Qué habrá sido de ti, hermano Australopitecus, que al arrojar aquella piedra al río me llevaste a escribir estas gansadas?