La mirada de La dama del armiño busca la luz. Lo hace serena y segura de sí misma, desvelando las encrucijadas de su destino. Un periplo que la ha llevado por media Europa a lo largo de su vida, alternando oscuros sótanos con luminosas salas de exposiciones. A pesar de todo, no quiere parecer desagradecida, sobre todo, porque Leonardo la ha elegido a ella y a su mirada para inmortalizarla sobre un fondo oscuro que oculta una ventana falsa, porque la única ventana cierta es hacia la que ella mira. Hacia una luz infinita, como la serenidad de su rostro y la pulcritud de su alma. No importa que sea la amante de Ludovico el Moro, ella sólo cumple con el obligado lecho renacentista imperante en la época. Porque ella está por encima de las modas y del tiempo. Su inteligencia la expresa a través de la literatura y la música, pero la inmortalizó a través de su mirada, tranquila y enigmática, recogiendo la curiosidad de su mascota, un armiño que está cómodo en brazos de su ama, más allá de la simbología de la orden militar a la que pertenecía su dueño, y muy cerca del apellido de ella, Cecilia Gallerani.
Cecilia (La dama del armiño) nos acoge en el seno de la belleza equilibrada, donde la pasión y la inteligencia se unen en un enigmático viaje al que Leonardo da Vinci no le puso límite, pero sí le dotó de la deidad de la eternidad en forma de pintura, en un formato pequeño para no descifrar la ecuación de su pureza, que sólo confesó a su amante Ludovico, porque a través de su mirada parece decirnos que pronto será madre, y nos invita a ser testigos de su maternidad con una mirada que aparte de sensualidad nos transmite el recogimiento que precede a los amantes, víctimas de un enamoramiento pertinaz y ensimismado.
Cecilia viene a vernos, y estará en el Palacio Real de Madrid hasta el 4 de septiembre, después seguirá con su penúltimo periplo por Berlín y Londres hasta volver a su casa de acogida en el Museo Czartoryski de Cracovia, desde donde una vez más, mirará a través de su ventana, y lo hará hacia ese lugar donde pasó a la Historia de la Humanidad, en una época donde la dimensión del mundo era el Hombre, y en la que ella se buscó a sí misma en una suerte de batallas interiores que finalmente la llevaron a indagar más allá de los límites de su existencia, porque hubo un momento en el que ella se dio cuenta que sus fronteras estaban más allá de las líneas de su cuerpo. Cuando fue consciente de ello, Cecilia se convirtió en La dama del armiño y fue en busca de la luz.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel