La Mochila Torcida ( 10 ) La Sinfonía del Mesón
Un antiguo privilegio eximía de tributos a los vecinos de El Acebo a cambio de marcar con 800 estacas el camino, impidiendo con ello que en los meses de invierno los peregrinos que venían desde Foncebadón se perdiesen bajo un manto de nieve…
Es una historia cargada de poética belleza. No es difícil imaginar aquellas gentes batallando contra las inclemencias del tiempo ataviados con ropas que nada tienen que ver con nuestras confortables prendas de Gore –Tex, sufriendo unos caminos que probablemente también estarían en peores condiciones que estos de hoy…en fin
Que hay situaciones en las que abrir puertas a la imaginación para dejarla que arrase por donde quiera que pase es más fácil cuando el tiempo transcurre lento en un pueblo que está más cercano a un bello grabado del pasado que a la auténtica realidad. Bien es verdad que cuando uno se acuesta demasiado temprano, y esto en la vida peregrina ocurre con excesiva frecuencia, el sueño, que es caprichoso, viene o no viene; y cuando se emperra en no aparecer pues…imaginar ochocientas estacas a lo largo de un camino para no perderse, y unos hombres que en mi cabeza percibía envueltos en raídas capas ondulando bajo un viento casi intempestivo, me parecía mucho más eficaz para conjurar a los hados del sueño que intentar sacudirme el taladrante zumbido de abejas de los inquilinos de la desconcertada habitación. Pero daba igual, ni retrotrayéndome al pasado, ni procurando interiorizar los ruidos del albergue, ni imaginarme tumbada en cualquier playa de Huelva, conseguía relajarme.
Para mí, El Acebo fue un exceso de todo; relax sobrepasado e insomnio por acumulación de ronquidos muy por encima de lo tolerable. Quizá aquella revuelta de roncadores arrastraba en sus piernas demasiado agotamiento y a todos les dio por lo mismo. No lo sé, lo único que puedo asegurar es que la noche se hizo interminable y cuando el despertador sonó, sinceramente, lo dejé repiquetear un rato. Es lo que tiene dormir mal, que el natural buen agrado de la gente puede descomponerse de la misma manera que la leche agria corta un buen café, ¡vamos, la verdad, que aprovechando la oscuridad, mientras la musiquilla del móvil se expandía casi como al descuido, me faltó poco para dar un corte de manga a todas las cabezas que aún seguían arrebujadas entre los sacos de dormir, y todavía roncando! No me faltaron ni ganas ni razones.
Después de aquel largo día de lecturas, y de pensares, y de ensoñaciones, y de viajes a través del tiempo, y de dolor de culo por sentadas infinitas, y de volver la vista atrás para recordar las tres tumbas de Manjarín, y de aburrimiento…nunca más, ni siquiera un día de esos que cuando pillas el sofá en lugar de sentarte te desplomas sobre él, he vuelto a decir que mi sueño es una semana de retiro espiritual. Ahora, gracias al Camino sé que unas horitas de paz me sientan mucho mejor que un día entero (¡dónde va a parar!)
Por otro lado, a las seis de la mañana, apenas ajustamos las mochilas y el sereno de la madrugada nos cayó encima, bastó una mirada al cielo aún cubierto de estrellas para que el mal humor se esfumara por arte de encantamiento. Empezábamos a acostumbrarnos a esa sensación de bienestar. En esos momentos la cosa cambia. Ahí la mente se abre, y ahí se olvidan los sinsabores de las incomodidades. Esas madrugadas nada tienen nada que ver con las de la rutina cotidiana. Eran únicas. Son únicas.
Esas madrugadas, (no me cansaré de repetirlo) están llenas de poesía…casi tanta como las que se adherían a las ochocientas estacas que los peregrinos del medievo veían por esa zona que nosotros, un día más, ya dejábamos atrás.
- María Penís