Entró en el sol murciano despacio, que
Óscar de Manuel, con José Santos El Minero al toque, en la final. / A. Zanabria
después de todo es la forma más segura de hacerlo cuando lo que se tiene delante es totalmente nuevo. Durante cuatro meses, Óscar de Manuel estuvo preparando su participación en el 50º Festival de Cante de Las Minas, en Murcia, la cita flamenca más importante del mundo que le dio el segundo premio en la categoría de instrumentistas.Una aventura prorrateada en dos cantes, que se iban volviendo menos ciertos cuanto más se repetían los fraseos de Se oye un grito, una minera de Pencho Cros: una trampa para quien la escucha y para quien la interpreta.
Para el primero porque era la forma de darle otra oportunidad a la voz perdida del que más supo de este palo, el mismo cuyo nombre saludaba unas líneas más arriba. El único, por cierto, con un palmarés desacostumbrado de tres lámparas mineras, el máximo galardón que otorga el jurado. Y para quien traspasa el temblor de la garganta al instrumento, porque para imitar la voz hace falta algo más que rendirse a la técnica y afilar mucho el oído. De los dos, el otro tema que presentó fue Fantasía de un fandango, una composición original de De Manuel, que para esa ocasión se hizo acompañar del guitarra José Santos, El Minero.
De Manuel interpreta una minera de Pencho Cross. / Aurora Zanabria
«Al salir a escena en la semifinal en Las Minas estuve un poco más nervioso. Sabía que la competencia era muy dura —un pianista cordobés, una madrileña y otro murciano [no sigue el chiste], a los que estudié a fondo, pero sobre todo, no sabía si se iba a aceptar mi propuesta: era muy arriesgada por la composición, porque hasta ahora nadie se había propuesto imitar el cante con una flauta. Era apostar todo o nada». Al final, recorta, es todo es «aire, es cante: hay que buscar la perfección; grabar, retocar, fijarse en cómo apiana un cantaor la voz, cómo busca la arenilla y encontrar todas esas cosas en la flauta, que están, pero hay que saber dónde».«La realidad propone siempre sueños» sentenciaba un verso de Ángel González. Ese precisamente fue el trabajo de Óscar de Manuel, «atrapar a la gente y hacerla disfrutar con el sonido del flamenco», y al final, considera, «se entendió» el sueño.
En doscientos años de tradición flamenca, la flauta ha sido uno de los últimos instrumentos en aparecer y su presencia aún es reducida, por lo que la libertad expresiva ocupa mucho espacio y son pocos nombres los que empujan hacia el porvenir: «Jorge Pardo es la principal figura, el punto de referencia; Juan Parrilla y Domingo Patricio han sido también dos modelos de los que he ido aprendiendo, estudiando su sonido para tratar de encontrar el mío propio, mi forma de interpretar».
Y ahora, ¿después de Las Minas qué hay? «Todo lo que se pueda. Espero que este premio pueda dar a conocer más mi obra, lo que yo persigo que es el acercamiento de las artes musicales, lo que yo llamo el flamenco sinfónico», que llega a su máxima expresión en Lágrimas de sal, un espectáculo cargado de cante, baile y acompañamiento orquestal que De Manuel estrenó en el Festival de Flamenco de Valencia hace tres años y que ahora vuelve a la carretera pero adaptado para las formaciones bandísticas.
LÁGRIMAS DE SAL
Si se le pareciera se le podría llamar un acto de protesta. Pero no hay malicia en el empeño ni se trata de adornar la grisalla del flamenco con otros colores, sino de integrar los patrones de Manuel de Falla, Albéniz o Granados con «todo lo aprendido en el flamenco» y sembrar el escenario de baile y voces líricas, «algo que se parece mucho a la zarzuela», matiza De Manuel.
«Lágrimas de sal es mi obra más personal, en la que cada movimiento es una etapa de mi vida y una buena razón para experimentar el flamenco, porque con el nuevo arreglo para banda llega al público de muchas maneras y cada uno lo percibe a su modo. Busca la satisfacción de quien lo ve, que salga reflexionando», termina Óscar de Manuel.
Para EL MUNDO, 17 de septiembre de 2010