Libre adaptación de la novela Bodas de sangre, del prosista y dramaturgo andaluz Federico García Lorca, La novia (2015), es uno de los trasvases entre disciplinas artísticas más importantes de los últimos tiempos. Paula Ortiz, nominada al Goya por su primer largometraje, De tu ventana a la mía (2011), se enfrenta a una misión (casi) imposible: poner en imágenes el onírico, lírico e imaginativo universo del reconocido poeta granadino. Titánica tarea la de trasladar a fotogramas la riqueza textual e imaginativa de Lorca de la que Ortiz no sólo sale indemne, sino triunfadora total. Aplaudida su valentía por embarcarse en semejante reto, por el que la realizadora aragonesa se consolida como una de las voces más personales y libres del cine español, conviene decirlo alto y claro: La novia es auténtica poesía para los sentidos. Y dentro de toda la poesía, la mejor. La continua fabricación de imágenes que encierran toda la belleza que seamos capaces de imaginar hace que llegue un punto en el que, literalmente, no seamos capaces ni de respirar; que nos sintamos realmente abrumados por un despliegue preciosista nunca antes visto en el cine español.

En líneas generales la segunda película de la cineasta aragonesa se podría resumir como la historia de un triángulo amoroso: el formado por Leonardo (Álex García), El Novio (Asier Etxeandia) y La Novia (Inma Cuesta), inseparables desde niños. Sin embargo, con los años, todo se complica: aunque el Novio y La Novia se prometen matrimonio, ésta siempre ha sentido por Leonardo algo tan peligroso como adictivo, algo que puede hacer estallar la peor de las tormentas. Si algo pone de manifiesto La Novia es que, en cine, lo más importante es la forma en la que se cuenta la historia, más que la historia en sí. Rodar una película que verse sobre un triángulo amoroso no es algo nuevo, lo que sí es nuevo el uso que hace Ortiz del lenguaje cinematográfico para encarar dicha misión. A lo largo de su muy bien aprovechada hora y media, la obra contiene escenas que son más lorquianas que el propio Lorca, como ese baile alrededor del fuego, esa lucha sin cuartel del tramo final o esa explosión de sexo rural, por no hablar las inquietantes presencias de La Muerte, que ya desde el comienzo nos avisa de la tragedia que está por venir. Todo en escenarios rudos, áridos, secos y casi desérticos, sin que en ningún momento nos importe la época o el lugar en el que se desarrollan los hechos: no son necesarios estos datos para hablar del carácter indómito de la pasión o la fuerza irrefrenable del deseo, temas centrales de la película.
Coproducción entre España, Turquía y Alemania, es la propia directora la que escribe al alimón con Javier García Arredondo el guión de un trabajo que mezcla lo real y lo irreal, lo vivo y lo muerto, lo tangible y lo meramente fantasioso con absoluta brillantez. Los guionistas consiguen crear unos personajes que expresan en todo momento lo que sienten con auténtica pulcritud, con desgarro y convicción, de una forma tan extrema como exigía una novela de estas dimensiones. Y lo hacen a través de unos diálogos que nunca quedan impostados, ni siquiera cuando de recitar poesía se trata, como esa conversación entre los dos amantes en pleno monte; lo que en otras circunstancias hubiese quedado cogido con alfileres, en esta ocasión fluye con pasmosa naturalidad. Rodada en el desierto de los Monegros de Huesca y en la Capadocia turca, en el irreprochable ámbito artístico de La novia destaca una Luisa Gavasa en el papel de su carrera: su interpretación de esa madre indómita, rígida, afligida y venenosa es tan perfecta como la creación que hace Inma Cuesta de La Novia. La protagonista de 3 bodas de más (2013) se atreve con todo: canta, baila, llora, se desnuda y se muere sin morirse en un papel que se entrega en cuerpo y alma y que, sin duda, marcará su trayectoria profesional.

Nominada a 12 premios Goya y seleccionada por el Festival de San Sebastián, donde desató pasiones, La Novia es un trabajo que consigue lo que todos desean: inmovilizarnos en el asiento de principio a fin. Paula Ortiz firma, en definitiva, una obra de arte tan inmortal como todas y cada una de las criaturas del propio Lorca, que allá donde esté estará orgulloso de esta película. Y que la Tarara vuelva a sonar una y mil veces.

