Revista Pareja

La pareja que pelea por todo

Por Cristina Lago @CrisMalago
La pareja que pelea por todo

O dícese de aquella persona que hagas lo que hagas, nunca parece estar contenta.

Cuando yo era pequeña, teníamos un vecino en el barrio conocido popularmente como Don Armando Pollos. Este se trataba de un señor mayor. O al menos, lo parecía desde mi perspectiva de los 10 años, aunque quizás tan sólo tuviera 40. Peleaba Don Armando con el tendero, porque a su juicio le había pesado 5 gramos de garbanzos de más; peleaba Don Armando con su señora, porque había dicho algo que no le gustaba; peleaba con sus hijos, con sus amigos y con el mundo en general. Había gente que, por puro morbo, le provocaba, pero la mayoría de nosotros salíamos huyendo en cuanto le veíamos asomar.

Su familia le justificaba: es buena persona, pero tiene mucho carácter.

En mi vida y en mi trabajo, he vuelto a escuchar a menudo esta dudosa expresión. Es buena persona, pero tiene mucho carácter. Si comprobamos la definición de carácter en el Diccionario de la Real Academia, esto es lo que nos encontramos:

Fuerza y elevación de ánimo natural de alguien, firmeza, energía.

Nada que ver, como puede inferirse, con el talante violento, agresivo o conflictivo del que vamos a tratar en este artículo.

¿A qué llamamos pareja conflictiva? Quien esté al lado de una persona de este tipo, no necesita muchas pistas. Una pareja conflictiva es alguien que busca de forma constante motivos para liar un follón. Puede que, al estilo de Don Armando Pollos, ser una persona que se pelee con todo el mundo. Pero existe también una variante más íntima: aquel que es encantador con todo el mundo y sólo se pelea con su pareja.

Los compañeros de estas personas son, habitualmente, gente conciliadora, con un lenguaje lógico y directo y una manera de ser más acomodaticia y sumisa. En un principio, la energía de la persona conflictiva puede resultar atractiva para personas con poco rumbo en la vida, que se dejen estar y que en el fondo anhelan la resolución imparable de alguien que aparentemente tiene las cosas mucho más claras que ellos. A su vez, lo que busca una persona en guerra con el mundo es a alguien que le aporte la paz y la calma de la que ellos carecen. No hace falta revelar que este trasvase mágico de cualidades imaginarias nunca tiene lugar.

Tras una fugaz luna de miel, rápidamente empieza la guerra. La pareja conflictiva soporta poco tiempo el estado de idilio y tranquilidad y rápidamente empieza a buscar motivos de descontento. Pueden ser reales o puramente imaginarios, eso es irrelevante. Su forma de atacar es irracional y desproporcionada. Sueltan improperios, descalificativos y acusaciones, en un tono e intensidad que no se corresponden con la supuesta ofensa recibida. Si la flamante pareja no da la espantada ante tal despliegue, entonces dará comienzo una hermosa y burbujeante relación tóxica.

La resignada pareja del conflictivo comete – habitualmente – tres errores: el primero, tratar de razonar con el airado, lo cual no consigue más que avivar su rabia; el segundo y aún peor; intentar evitar cualquier cosa que active la ira de su amado/a, convirtiéndose en alguien anulado y lleno de miedo al lado de un enano con sombra de gigante.

Y el tercero, el más común: creer que el problema sólo lo tiene el otro.

Siempre que tenemos una relación que nos hace sufrir, el problema es nuestro.

No importa con quién estemos, qué tipo de persona sea, si es un pan de Dios o un asesino en serie.

Si somos libres para irnos, y no nos vamos, el problema es nuestro.

Nos podemos entretener días, semanas, meses y años intentando resolver aquello que le sucede a nuestra pareja conflictiva, pero si no entendemos que nosotros somos parte del conflicto, no habrá avance alguno. Seguiremos desempeñando ese mismo baile de roles hasta que la cosa explote por sí misma o nos convirtamos en muertos en vida esperando que suceda algo – o alguien- externo para salir de la prisión.

Y esto último sucediese, nos llevaríamos eso que no hemos resuelto con nosotros. Seguiremos sin poder elegir qué tipo de relaciones queremos en nuestra vida o nos daremos cuenta de algo un poco más escalofriante. Que aunque cambiemos de pareja, ya nos hemos habituado tanto al conflicto, que seremos nosotros quienes lo provocaremos en las próximas relaciones.

Tanto la persona que genera problemas de donde no los hay como la persona que los aguanta, tienen algo en común: que no se están queriendo a sí mismos. Como no se quieren a sí mismos, se enganchan a relaciones que les suponen un perpetuo maltrato, disfrazadas de un supuesto amor desbordante que en realidad no es más que intensidad y adicción. Intensidad y adicción que delatan nuestra falta de motivación, alegría y energía en nuestro diario vivir.

Si estás con una pareja donde el conflicto es la constante desde el inicio y ya estás harto de transitar por el eterno camino del autoengaño, no pierdas más tu tiempo. La mejor manera de ayudar a tu pareja y a ti mismo, es predicando con el ejemplo. Si a tu pareja le dices que está mal que te maltrate (lo cual ya debería saber si tiene dos dedos de frente) y aún así, perdonas y continúas así, tu mensaje real es el siguiente:

“Está bien que me trates así y yo en consecuencia, te premio con mi energía, mi presencia y mi aceptación. Sigue igual, cariño”.

Si lo que le quieres contar es que no merece la pena estar en una relación donde hay peleas cada dos por tres, simplemente, abandona la relación.

La clave final para entender a tu pareja conflictiva es que esta persona necesita la pelea. Da igual lo que hagas. Es como una bomba de tiempo, en la que se va cargando la energía hasta que explota. Tratar de conciliar es como intentar detener a un tiburón hambriento que ha olido sangre.

Esa persona está enganchada al conflicto y necesita alguien en el que proyectarlo. Lo hará normalmente con alguien que le necesite tanto que (crea que) no pueda abandonarle a pesar de este maltrato.

Cuando libera el conflicto, se siente bien. Es como cuando te das un atracón de comida en una ataque de ansiedad. No es la conducta más saludable del mundo, pero como solución a corto plazo funciona.

Intentar serenar a alguien adicto a la pataleta como mecanismo de alivio, es como si al del atracón le intentases quitar de la boca el trozo de pizza chorreante de queso en plena compulsión.

Por eso, no puedes hacer nada por calmarle. Aun así, si deseas permanecer en la relación y cambiar un poco la dinámica, es totalmente aconsejable que desaparezcas del conflicto cuanto empiece a iniciarse. Vete a dar una vuelta, o indica que no deseas seguir con la conversación y márchate. Imagina que estás cerrando una puerta ante un ataque y corta rápidamente la agresión.

Esto obliga a la persona conflictiva a lidiar con su guerra interna y le da la oportunidad de encontrar recursos para gestionar su ira, sin utilizar a otros para descargarla.

¿ERES TÚ LA PAREJA QUE PELEA POR TODO?

Si has dejado de buscar fallos y culpas en tu pareja y ya eres consciente de tener este problema, estás en muy buen camino. Este es uno de los problemas más difíciles de asumir y reconocer. Siéntete orgulloso de tu acto de honestidad y humilde ante la gran tarea que tienes por delante.

Reconocer de lo que cojeamos es un acto valiente y honesto que nos lleva a la posibilidad de una vida mejor: es por esto que no debemos temer a vernos tal y como somos.

La terapia puede ayudarte a sanear este amor propio que tanta atención necesita y a aceptar que los demás no están aquí para complacerte en todo. Ni deben hacerlo, por su propio bien.

Por supuesto, tienes derecho a enfadarte, pero no a maltratar a nadie por tu enfado. Recuerda que cada agresión deja una huella, que no hay un maltrato sin una consecuencia, aunque no lo veas a simple vista.

Te animo a que trabajes en el día a día para valorar lo que tienes y para disfrutar de los mil detalles cotidianos que componen este viaje que es la vida.

Cuando uses la rabieta para buscar alivio en un estado de ansiedad o frustración, intenta identificar el inicio del ataque antes de que sea tarde para pararlo. Es en ese momento en el que puedes escoger un camino distinto del habitual.

Intenta detenerte en esos momentos y si no puedes, busca la soledad para encontrar otra manera de gestionar estas emociones.

Te deseo mucho ánimo en este aprendizaje y sobre todo, no confundas carácter con mal carácter. El primero es energía, el segundo, agresividad. No olvides que enfadarte a menudo no te hace más fuertes, ni más capaz, todo lo contrario: como decía aquel viejo refrán:

Arco siempre armado, o flojo o quebrado.


Volver a la Portada de Logo Paperblog