Revista Pareja

La pareja semáforo (siempre en ámbar)

Por Cristina Lago @CrisMalago

SEMAFORO 011Personas que no se definen, dan vueltas, te confunden: aparecen y desaparecen, a veces parece que te quieren y a veces parecen estar a miles de kilómetros de distancia de ti, tan ajenos como perfectos extraños. ¿Estás con alguien que no se define contigo?

Hace tiempo, una chica me pidió consejo para su historia. Había iniciado una relación con una persona en el año 2004. Este hombre aparecía y desaparecía de su vida a placer, hasta que ella se cansó de la situación y terminó con la historia. Lo increíble llega más tarde: el chico volvió a su vida en el año 2006, proclamando que “la echaba de menos”. Ella, con la idea de despacharlo y despedirse definitivamente, accedió a un encuentro, lo cual fue el inicio de un interminable carrusel de idas y vueltas, apariciones y desapariciones precariamente alimentado por vagas promesas de parte de él y una cada vez más profunda dependencia por parte de ella.

La situación era la que sigue: él vuelve a contactar con ella, ella cae en sus brazos; en cuanto confirma que sigue estando a su disposición, él vuelve a desaparecer; ella se cansa y lo deja; él vuelve a buscarla. Así transcurren más de 9 años.

Cuando le pregunté qué era lo que le llevaba a tolerar semejante agonía, ella me contestó: ‘guardo la esperanza de que venga y me diga que me quiere, que me ama con todas las letras y no se vaya más de mi lado’.

La pareja semáforo es aquella que nunca está en ‘sí, quiero’ o ‘no, quiero’. Su postura eterna, inamovible y enormemente incómoda para el que la sufre, es un desquiciante ‘no sé’. Ellos siempre están en ámbar: pase, pero no pase. Amo, pero no amo. No te quiero, pero te quiero ahí.

Como en todas las relaciones, la responsabilidad se reparte entre el que inflige el daño y entre quien lo tolera. Quien elige participar en el baile de la indecisión del compañero en ámbar, se presta al desgaste  de la incertidumbre perpetua en aras de un supuesto amor que nunca acaba por llegar. Las relaciones se empiezan con ganas y con entusiasmo: empezarlas dudando y creer que llegará un espíritu mágico y hará brotar el manantial del amor de un huidizo corazón, es como esperar a que toque la quiniela sin haber comprado el billete.

La pareja del compañero semáforo se siente a merced de la inestabilidad en el comportamiento de su compañero. Su autoestima va mermando poco a poco a medida que la canjea por unas migajas de atención intermitente por parte del dudoso. Al tiempo, la relación se va quedando sin oxígeno: ante el compromiso no comprometido de la pareja semáforo, no caben reclamaciones. Mantenerse en el terreno de la incertidumbre ata de manos: la persona que lo sufre, llega a no saber si tiene algún derecho a reclamar.

El antídoto para relaciones confusas en las que nos perdemos tratando de dilucidar lo que pueda querer el otro, es la liberta de elección, la autoestima y la determinación personal. Como decía Isaiah Berlin:

Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí, no de fuerzas externas de cualquier índole. Quiero ser el instrumento de mi propia voluntad, no de la voluntad ajena. Quiero ser un sujeto, no un objeto; que me muevan mis propias razones y propósitos conscientes, no causas que me influyan desde el exterior. Quiero ser alguien y no nadie, quiero hacer, decidir, no que decidan por mí; guiar mis propios actos, no que los guíen la naturaleza externa u otros hombres, como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de actuar como un ser humano. Quiero concebir y políticas por mi cuenta, y actuar en consecuencia (Isaiah Berlin).

Ante la duda, se aplica el siguiente principio. Un ‘sí’ es aceptable; un ‘no’ es asumible; pero un ‘no sé’ es inmanejable.

Miedo al compromiso, inseguridades, traumas, Sean cuales sean los motivos por los cuales tu pareja se muestre irregular en su afecto y tacaño en su atención y su tiempo, son irrelevantes: el semáforo de quien te quiere, siempre está en verde.


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