(Anna Suchińska para PolskaViva, 05/10/2011)
Mirando una lista de solo algunos condenados a la pena de muerte en Polonia entre los años: 1945-1995 http://pl.wikipedia.org/wiki/Lista_os%C3%B3b_skazanych_na_kar%C4%99_%C5%9Bmierci_w_Polsce_po_roku_1945, se observan cambios en la sociedad polaca tras tantos momentos y épocas diferentes. En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, la pena de muerte fue empleada inicialmente para castigar crímenes de genocidio, y más tarde para los acusados de espiar para las agencias extranjeras (el caso de Jerzy Strawa 1968), un intento de asesinato de Gomułka (Secretario General del Partido Obrero Unificado de Polonia entre 1956- 1970). Según la información estadística, se estima que hasta 1987 aproximadamente 2600 personas fueron condenadas a la pena de muerte, aunque hasta el año 1960 se habían ejecutado 254 de las sentencias. Sin embargo estos datos deben ser cuestionados porque todavía no se han desclasificado los documentos de ejecuciones de aquellos años y por las características de la época, en la que no se respetaba el derecho a la información.
Según Podemski y otras fuentes de información, la pena de muerte fue establecida solamente por la diferencia de un solo voto, entrando en vigor en 1932. Similar a la nomenclatura estadounidense (Capital Punishment) la pena capital en la Polonia de los años 30 iba a ser la pena mayor, empleada solamente en los casos necesarios. Citando a Podemski, la decisión de un juez en el año 1935: “La decisión sobre la pena de muerte debe ser dictada por la necesidad indispensable de la protección de la sociedad según unas características antisociales sobresalientes del delincuente, cuyas ninguna gravedad prevista por el código penal en la forma de privación de la libertad, incluso cadena perpetua, no es capaz de eliminar, y debe ser indudable, o al menos altamente probable, que ninguna pena no le cambie al delincuente y ninguna menos la pena de muerte, no proteja la sociedad ante él”.
Principalmente, entre los prisioneros con esas sentencias se encontraban los asesinos brutales, los que actuaban contra el bien del estado (p. ej. al servicio de un ejército extranjero, evasión del servicio militar) pero también se podía ser colgado por estafas económicas (en el año 1968 se liquidó al director de Comercio Urbano de la Carne, Stanisław Wawrzecki).
Reconoce también un juez, Włodzimierz Ostapowicz, que a lo largo de los nueve años de su actividad, mandó ejecutar por la pena capital a 174 personas. Los individuos sentenciados por él no siempre fueron asesinos peligrosos. Incluso hoy en día parece que hay dudas acerca de los delitos imputados a Zdzisław Marchwicki, el asesino más famoso de la historia de Polonia, colgado en 1977.
Ostapowicz en los años 50 sentenció a tal muerte a seis miembros de la organización anticomunista “La República de Polonia de la Lucha”.
La pena capital les trae la perdición a los verdugos
El oficio de verdugo en Polonia era vinculado con una vida discreta y se exigía mantener secreto: “Me obligo a ejecutar las penas de muerte como los trabajos encomendados y mantener en el estricto secreto toda la información sobre la realización de esas obligaciones y bajo ninguna condición revelarla”. El verdugo siempre iba acompañado por algún compañero y, como lo menciona uno de los portales jurídicos, su traje constaba de: un traje negro, una camisa blanca, una corbata negra, un protector facial, unos calcetines negros, unos guantes de piel y de color blanco.
Por la información que está disponible sobre Stefan Maciejowski sabemos que era un hombre joven, sobre la treintena, atractivo y de barba fina. Él parece ser el verdugo polaco más famoso después de la Segunda Guerra Mundial, a veces comparado con el inglés Pierrpoint, quién a lo largo de 22 años colgó a 600 personas. Sobre Maciejowski se cantaban canciones en Varsovia (Bal na gnojnej), tal vez su nombre sirviera para asustar a los niños. Se emborrachaba con frecuencia, y borracho organizaba peleas que le costaron la pérdida de su empleo. Finalmente, él que colgaba a otros tan apasionadamente, se colgó a sí mismo (no sé sabe si con la misma pasión).
Compartir la vida diaria con la muerte puede ser una experiencia traumática. Stanisław Podemski en su libro Pitiwal PRL-u describe la reacción de un testigo de una ejecución: “He asistido cinco veces. Han pasado unas décadas y yo sigo soñando con esa gente”.