Hay películas a las que conviene enfrentarse sin haber leído ni haber visto nada sobre ellas previamente. Ni sinopsis, ni argumento, ni tráiler. Nada. Es el caso de La perfección (Richard Shepard, 2018), el último éxito viral de Netflix. La última obra del director de Matador (2005) o La sombra del cazador (2007), tan imprevisible como sorprendente, está confeccionada con el fin de dejar con la boca abierta al espectador escena tras escena. A través de infinidad de giros de guión, acontecimientos imprevistos y mil trampas argumentales -giro sorpresa final incluido- la película se las ingenia para no dar tregua al público jamás. A medio camino entre el thriller y el cine de terror -con cierto trasfondo social-, La perfección es una película imposible de definir, de adscribir a un género concreto. Sus concesiones al gore harán las delicias de los fans del género, mientras que el ambiente de tensión que se respira en todo momento conectará de forma inmediata con los que busquen una película capaz de enganchar de principio a fin.

Uno de los puntos fuertes de esta producción estrenada en el festival Fantastic Fest son su pareja de actrices protagonistas, que llevan sobre sus hombros todo el peso de la trama. Allison Williams, -que retorna al género tras Déjame salir-, y la menos conocida Logan Browning, están más que convincentes en sus respectivos papeles, y eso a pesar del inmenso reto que suponía enfrentarse a un par de roles tan complejos, ya no sólo por la multitud de estados de ánimo por los que atraviesan, sino por el gran trabajo físico que lleva implícito. Ambas dan vida a Charlotte, prestigiosa violonchelista de élite que se reencuentra con sus antiguos mentores, y a Lizzie, una joven promesa musical de la que estos mentores se encuentran ahora fascinados. A lo largo del tortuoso viaje que ambas emprenden merece la pena destacar algunas escenas imposibles de olvidar, como la del vómito de gusanos -enmarcada en ese fatídico viaje en autobús, los 15 minutos más asfixiantes y más logrados de la película- o ese brazo repleto de bichos.; instantes, junto a algunos otros, que se encuadran dentro de lo mejor que el cine gore nos ha ofrecido en los últimos años.
Otra de las bazas con las que cuenta el film es su ritmo endiablado que hace que aburrirse sea misión imposible, por mucho que no te enteres muy bien de qué va la jugada. Sus concisos y extremadamente depurados 90 minutos -el director va al grano en todo momento, cosa que se agradece- se consumen en un suspiro gracias a la habilidad de sus responsables por hacer que siempre estén ocurriendo cosas en pantalla; este hecho, que parece una obviedad, no lo es tanto en una época en la que parece que casi hay que rogar a una película que te sorprenda o que por lo menos te entretenga. Retorcida, perversa y juguetona a partes iguales, la película se refuerza y mucho gracias a su competente apartado técnico, del que conviene destacar dos pilares: su magnífica fotografía, obra del reputado croata Vanja Cernjul, y su excelsa partitura de corte clásico de Paul Haslinger, que enfatiza en todo momento lo que está ocurriendo en pantalla y potencia esa atmósfera enrarecida y malsana del film. Estamos ante una de esas pocas películas en las que la música, tanto diegética como no diegética, es fundamental, hasta el punto que está presente -y de forma totalmente justificada y sin que llegue a saturar- en la casi totalidad de las escenas.

El mayor reproche que se le puede hacer a este trabajo escrito a 3 manos -quizá de ahí que nunca termine de encontrar un tono definido- es que podía haber potenciado mucho más su ambiente enfermizo e insano. Uno no puede evitar preguntarse cuántos enteros habría ganado el film de haber ido más lejos en su locura y en su adictivo delirio, o de haber ido un paso más allá en sus escenas de tortura sexual. Pero aunque el resultado final se quede a medio gas, estamos ante un trabajo entretenido al que no hay tomar en serio en ningún momento. Un reluciente ejercicio de género con aroma de serie B pero con factura de serie A que cruza todos los umbrales de la credibilidad, que carece de toda lógica y que por momentos parece no sostenerse en pie por ningún lado pero que, aún así, se hace irresistible. Ni La perfección es perfecta.
