Denso. Pedro Almodovar está denso. Su última película es difícil, dura, sin tregua. Hasta los personajes pintorescos, que en este caso es sólo uno: Zeca (Roberto Álamo), pareciera en un principio gracioso pero resulta un ser humano despreciable.
Transgénesis, experimentación genética. La comunidad científica que sabe de sobra hasta donde puede llegar el ser humano, legisla duramente sobre el tema. Pero aquí un médico cirujano exitoso y reconocido en la comunidad académica decide por venganza, saltarse la norma y tomar un conejillo de indias... humano (Jan Cornet).
Lo que sucede supera toda ética y escrúpulos. Vera (Helena Anaya) vive recluida en una enorme casa mientras su carcelero ejerce un dominio en todo sentido: físico, psicológico y hasta sexual. A la pobre solo le queda el yoga para sobrevivir y al parecer le funciona de maravilla, en tanto es cuidada por una mujer mayor (Marisa Paredes) que se encarga de asegurarse de que se alimenta y además, no se escapa.
La serenidad almodovariana se sirve hasta el final aunque en el transcurso del film salga muy poco en realidad el lúdico y sarcástico mundo marca Almodóvar. Lo que si hay es cinismo y desesperanza. Crueldad pura.
Antonio Banderas es casi siempre creíble aunque a ratos el papel de erudito no le calce. En tanto, Helena Anaya se descubre cada vez como actriz y sobre todo en este caso, en que todo el tiempo deja entrever quien verdaderamente es.
Redonda y buena película que hace extrañar en gran parte al viejo Almodóvar capaz de ser duro sin perder la ternura de los diferentes, valientes y por fuera de los cánones establecidos personajes, que plagan su universo.