Revista Coaching

La precrastinación, o la falsa eficiencia

Por Elgachupas

‘Bucket / Eimer’ by Christian Schnettelker‘Bucket / Eimer’ by Christian Schnettelker

La procrastinación, o el mal hábito de posponer tareas que sabemos que deberíamos hacer lo antes posible, es un tema que me ha interesado desde hace mucho tiempo. Siendo yo mismo un procrastinador compulsivo, siempre he intentando enteder este fenómeno en busca de las mejores estrategias que pudieran ayudarme a procrastinar lo menos posible. Algunas de ellas las he compartido en este blog, como la técnica de las palomitas de maiz, el método Seinfeld —que se suele utilizar para facilitar el desarrollo de nuevos hábitos—, o la visualización del costo de oportunidad de la procrastinación.

Sin embargo, ayer leía un post de David Barreda —vía mi buen amigo y colega Quique Gonzalo, al que muchos probablemente conoceréis por ser el co-fundador y CEO de Hightrack—, sobre otro fenómeno cognitivo muy interesante, que puede considerarse la cara opuesta de la moneda de la procrastinación, pero que, cual lobo envuelto en una piel de cordero, esconde en realidad un hábito que tiene efectos igual o más perniciosos que la procrastinación. Estoy hablando de la precastinación.

Precrastinación es un término acuñado muy recientemente —apenas a finales del año 2013—, como resultado de una serie de experimentos llevados a cabo por David A. Rosenbaum, Lanyun Gong y Cory Adam Potts, de la Pennsylvania State University. En dichos experimentos se pidió a una serie de estudiantes que recorrieran un callejón a lo largo del cual encontrarían dos cubos llenos de agua, a diferentes distancias del final. La prueba consistía en recorrer el callejón sin detenerse, cogiendo uno de los dos cubos y dejándolo al final del recorrido. A pesar de que se les dijo expresamente que podían tomar cualquiera de los dos cubos, el que les viniera mejor, la tendencia observada fue que la mayoría de los estudiantes se inclinaba por coger el primer cubo que encontraban, aunque ello implicara tener que recorrer mayor distancia cargados con él y, por tanto, un mayor esfuerzo.

Cuando se les preguntó a los estudiantes por qué habían elegido el primer cubo, respondían: ”porque quería terminar la tarea lo antes posible”. Los investigadores creen que, tomando el primer cubo, los sujetos del experimento sentían alivio al tachar mentalmente la tarea de recoger el cubo. Es decir, que a la hora de tomar la decisión de qué cubo tomar, la sobrecarga mental que supone tener un asunto pendiente sin resolver suponía un obstáculo a la hora de elegir la opción más eficiente, la que les permitiera recorrer cargados la menor distancia posible.

Este impulso de completar tareas lo antes posible, que los investigadores han venido en denominar precrastinación, demuestra una vez más que nuestros procesos cognitivos son más complejos de lo que parecen, y que la simple lógica muchas veces no es suficiente para describir nuestro comportamiento en el mundo real. Por eso, dicho sea de paso, es fundamental aprender a trabajar en base a hábitos que estén sustentados en principios productivos sólidos y contrastados, y no en creencias o pareceres personales.

Las observaciones de Rosenbaum, Gong y Potts tienen mucha importancia para los que nos dedicamos a estudiar cómo mejorar la efectividad personal. Si no hacemos nada para remediarlo, la precrastinación, al igual que los comportamientos descritos por Laborit, nos da una falsa sensación de eficiencia cuando, en realidad, supone un pesado lastre a la hora de tomar buenas decisiones. En este sentido, y aunque aún queda por ver más investigaciones sobre el asunto, para mi resulta evidente que el hábito de separar pensar de hacer es fundamental para minimizar el impacto de estos fenómenos. De ahí que, en mi opinión, metodologías de productividad personal como GTD se ven, una vez más, respaldadas por los hallazgos científicos en materia de cognición.

Entonces, si prescrastinar puede resultar tan nocivo como procrastinar, ¿que podemos hacer al respecto? Pues aprender a posteriorizar, como dice José Miguel Bolívar, o pasar del “a ver si lo puedo hacer” al “a ver si lo puedo NO hacer”. Aunque parezca una contradicción, posteriorizar es clave para mejorar nuestra efectividad personal. Posteriozar con criterio nos permite ganar distancia, enfriar nuestros pensamientos, que diría el maestro Antonio José Masiá, y nos ayuda a tomar las mejores decisiones posibles en términos de eficiencia y eficacia.

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