Revista Sociedad

La pseudointelectualidad

Publicado el 05 septiembre 2019 por Abel Ros

El otro día, Fernando Vallespín escribía, en los pergaminos de El País, una columna sobre la crisis de la intelectualidad. Decía, este politólogo y profesor universitario, que los tertulianos de plató se han convertido, por desgracia, en líderes de opinión. Tras leer su artículo, le puse el collar a Diana y deambulé por la orilla de "los locos", la playa donde veraneo. Mientras caminaba, oí - en los mentideros de la arena - a señores de pelo blanco como apelaban a tertulianos de la tele. Apelaban a ellos, como les digo, para defender sus posiciones. Decía Comte, el padre de la sociología, que, de en vez en cuando, es necesario el ayuno intelectual. La desintoxicación mediática serviría a la Doxa - a la opinión de la calle, en términos platónicos - para construir una razón libre, plural e independiente. Hace falta, queridísimos lectores, que el espíritu crítico resucite en la Hispania del ahora. Una sociedad que se nutre de fuentes deficientes corre el riesgo de caer en la trampa del populismo.

Ante esta situación, es necesario que la filosofía recupere su función. Es necesario, y disculpen la repetición, que vuelvan los tiempos de Kant. Tiempos obligados para no caer en las redes de la manipulación. El análisis de las fuentes - de dónde salen las palabras - es fundamental para salvar la intelectualidad. La crisis de las humanidades, el auge de lectores de novela y el descenso acelerado de los libros de ensayo contribuyen, de alguna manera, a la pseudointelectualidad. Más allá del fomento de las letras; los periódicos deberían prescindir de algunas voces en sus firmas de opinión. Voces que - al margen de su popularidad - carecen, por déficit de formación, de los mimbres necesarios para opinar con propiedad. La complejidad de la actualidad nacional, y sobre todo internacional, requiere de filósofos, politólogos y sociólogos. Una sociedad que construye su opinión mediante el argumento de perfiles generalistas - de literatos y verborrea imprecisa - se convierte en un caldo de cultivo para la manipulación y el engaño.

La crisis que azota el periodismo no se salvará sino salvamos antes a la intelectualidad de la pseudointelectualidad. Más allá del sensacionalismo barato, de los sucesos y la sangre, hace falta análisis. Análisis de los fenómenos noticiables mediante el rigor de los expertos. Los expertos son quienes deberían abanderar las columnas de opinión. Son ellos, y no las firmas de siempre, quienes están más capacitados para comentar los resultados del CIS, la crisis de gobierno o el aumento del paro, por ejemplo. El periodista, aparte de saber hablar y escribir, necesitaría complementar sus estudios. Si no lo hace, si se conforma con los conocimientos generales, adquiridos en la Facultad, se convierte en un profesional incompleto para las exigencias de su función. Así las cosas, el periodismo debería ser adjetivo. Debería convertirse en un postgrado. Un postgrado que sirviera como colofón académico a los cimientos del oficio. Si seguimos así, si no hacemos nada. Si no exigimos calidad y rigor a la opinión mediática, asistiremos al funeral de la crítica. Algo nefasto para la sociedad del engaño.


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