Vivimos en un mundo de confusión y ruido; una época saturada de estímulos, opiniones, noticias falsas, pseudoencuestas y temas de actualidad. Estamos rodeados e infectados por una ignorancia excesiva, por la incapacidad de procesar la cantidad de información que recibimos constantemente. Muchos nos damos por vencidos ante esta montaña de datos y pseudoinformación. El riesgo es que a menudo delegamos la capacidad de pensar, y por lo tanto de actuar, en un algoritmo, una máquina, un influencer o en alguien con interés político o económico en difundir una línea de pensamiento particular.
La relevancia de nuestras vidas reside en las historias en las que podemos participar activamente; si no podemos escribir nuestras propias historias, alguien más las escribirá por nosotros, o adoptaremos las que estén a nuestro alcance y esperaremos a que alguien más le dé sentido a la nuestra. Debemos ser capaces de transformar lo que sucede en nuestra propia experiencia y, posiblemente, compartirla. Debemos ser capaces de abordar las situaciones con presencia, conciencia y humanidad; A través de la escucha activa de los demás, reconociendo que no siempre tenemos una respuesta inmediata. Nuestra capacidad de pensar es la mejor arma que tenemos para sentir, ver y ser libres.
