Seguro que hay un buen número de vosotros que no ha visto "Arrival" ("La Llegada" en su traducción siempre poco meditada al castellano).
De hecho, si seguimos la lógica del guión de Eric Heisserer basado en el relato "La historia de tu vida" (Story of Your Life) de Ted Chiang, lo primero sería saber cuantos sois "vosotros". Según la estadística de google para este blog, la media de páginas vistas por día ronda los 200 usuarios, lo que más o menos quiere decir que, dependiendo del post, aproximadamente 150 personas ven y tal vez leen mis tribulaciones aquí descritas. En otros tiempos fueron más de 500 personas, pero nunca está bien fijarse en el pasado como base para hacer planes de futuro.
El asunto es que vosotros, seáis los que seáis, tenéis por costumbre leer. Dentro de vuestras lecturas, leéis en Internet y dentro de Internet me leéis en ocasiones a mi. Y eso implica intención.
Volviendo a "Arrival" y sin ánimo de hacer spoiler si os diré que el concepto usado por los autores es lo bastante revolucionario y atractivo como para merecer una atención especial y servir, en mi caso, como base de desarrollo para algo. Algo grande, algo decisivo y algo lo bastante importante como para provocar cambios a medio y largo plazo en el mundo del vino. Si, algo así.
Premisas.
Es importante tener claros algunos axiomas o máximas si queremos que se entienda a donde queremos llegar con todo esto. Así que, al estilo del descuartizador de Rostock, "vayamos por partes"
Primero. El vino es algo más que un producto de consumo. Creo que a estas alturas es asumible por todo el mundo que el vino, para ser tenido en cuenta como el resultado de la acción específica de la mano del hombre, debe ser "algo más" que el puro resultado de una serie de combinaciones químicas. Entendiendo que para lograr "un buen vino" lo necesario no va mucho más allá de:
- un viñedo
- unos medios técnicos
- unos medios biológicos
- unos conocimientos,
si es también entendible que para hacer "un gran vino", es preciso algo más. Pero, ¿que más?.
Segundo. Si lo que se necesita para diferenciar un cuadro de una gran obra pictórica o un edificio de una obra arquitectónica de Le Corvusier pasa por ese "intangible" al que algunos llaman genialidad, asumamos que para hacer "un gran vino" necesitamos algo de ese intangible. Y yo postulo que ese elemento "uncontable" es la capacidad humana para "leer la viña". Definámoslo:
Leer la viña es el poder de ciertos hombres y mujeres para entender la relación intrínseca que existe entre la cepa, la variedad, el suelo y la meteorología local. Esa relación especial, debidamente interpretada y transmitida al vino es la que identifica el famoso "terroir" del que muchos hablan y es, en si misma, una cualidad única de ciertos individuos y no es, ojo con esto, transmisible a un producto de forma masiva. Por la misma razón que el número de obras de arte memorables o de edificios legendarios es finito, el número de botellas en las que uno o una puede expresar su capacidad para "leer" la viña no puede tender a millones sino más bien a decenas de miles.
Por otra parte, este intangible no se mide de forma efectiva sino es asumiendo otras cosas. Y aquí voy con el siguiente paso que explica el porqué de este despliegue teórico-filosófico de hoy que para muchos será pesado y para otros muchos interesante. ¿Como medimos/calificamos un vino cuando una parte del mismo depende de un criterio que es, en esencia, imposible de medir?.
Tercero. Yo creía, en pasado, que no era medible. Creía, desde mi punto de vista, que no se puede medir la "genialidad" desde la ceguera (catar a ciegas) o desde una cifra cuando hay tanto que cuantificar y cualificar y tan pocos criterios a los que acudir para calibrar esa medida... pero estaba equivocado. Lo estaba.
Se puede medir siempre que exista un criterio para la medida así que si se puede medir la capacidad para "leer la viña", ergo se puede medir la capacidad para introducir esa habilidad en la botella y es posible calibrar y cuantificar cuanto pesa esa capacidad en el resultado final. Se puede hacer y se hace. Es puramente circular y así llego de nuevo al principio de este post.
Si a los cuatro criterios/necesidades que expresaba más arriba, imprescindibles para hacer vino, unimos un quinto al que podemos llamar "terroirismo" (por ejemplo, aunque no es un gran nombre) podremos conseguir un resultado final que nos de una idea genérica sobre la calidad/autenticidad/realidad de un cierto vino en una cierta bodega y de una cierta añada. Una cifra que nos ofrezca una dimensión siempre subjetiva, por supuesto, pero evaluable y medible y, sobre todo, neutral. Una cifra que salga de un criterio individual (obvio) pero partiendo de unos criterios justificables y evaluables de igual manera por otro individuo. Una especie de panel libre que incluya un intangible que, en realidad, no lo es.
Y cuarto. Esta forma "circular" de cata empieza donde termina. Porque cuando uno ve, por ejemplo, el color de un vino determinado ve cualidades propias de la variedad, de la zona o del proceso, pero también puede ver, por extensión, efectos directos de la acción humana y es esa parte de la cata la que debería pesar más que otras. El introducir criterios de valoración en base al uso o no de variedades autóctonas, del uso o no de determinadas técnicas intensivas, impropias de la zona y del vino en cuestión, forma parte de esa capacidad para entender el terroir como parte de un criterio siempre subjetivo pero, ojo, finalmente verdadero.
En resumen; un vino es calificable pero desde un nivel de independencia, credibilidad, ausencia de intereses cruzados o libertad muy difícil de ver hoy en día en nuestro entorno, al menos a nivel nacional. Solo un escrutinio a nivel local permitiría cierto grado de independencia y conocimientos de ese intangible al que me refiero como "terroirismo". Solo una proximidad de ese calibre puede dotar al o la catador/a de la suficiente capacidad como para entender, más allá de lo claro y de lo obvio, qué hace diferente a ese vino de otros elaborados con igualdad de viñedo, medios técnicos, medios biológicos y conocimientos. Un intangible que forma parte de un todo alrededor del que obran milagros algunos y algunas elegidos/as.
Leámoslo.