Desear lo que no llega, lo que no se puede o no se consigue poseer: una fuente constante de angustias y frustraciones.
Estos días estoy releyendo un libro que forma parte de mi biblioteca básica desde hace tiempo y que os recomiendo con entusiasmo. Se trata de El arte de la felicidad y es un conjunto de reflexiones del Dalai Lama estructuradas en una especie de entrevista con el escritor y psiquiatra Howard C. Cutler. Se puede decir que es un pequeño manual espiritual bellamente narrado a dos voces, una espiritual y otra que ofrece un contrapunto más pragmático. El Dalai Lama no es una de estas personas que de repente se levantan un día transidos por una iluminación divina y entonces, escribe un best-seller. Para él, se trata de educar la mente con disciplina, esfuerzo y constancia, siendo éste un trabajo arduo cuya práctica ha de ser constante y diaria. Vamos, una fiesta 😀
Estaría mucho rato hablando de este libro, como de todas las cosas que me apasionan, pero lo resumiré en: no os lo perdáis. Es en verdad una joya.
¿Y qué tiene que ver todo esto con los deseos? Empiezo desde el principio (muy al principio). Desde siempre, desde que tengo memoria y razón, recuerdo en mi una sensación de vacío y búsqueda. Este es el punto de partida de los deseos. Empiezas a construir el anhelo de llenar un espacio cuya ingravidez te causa angustia, busando convertir en energía lo que percibes carente de energía (en realidad no es así, hay una energía en negativo, por así decirlo).
En El arte de la felicidad, Cutler le pide al Dalai Lama que hable sobre los deseos y él los clasifica en dos tipos de deseos, positivos y negativos. Él esgrime como ejemplo de deseo positivo, el deseo natural de ser feliz, en contraposición con los deseos de consumir o acumular caprichos, que serían el exponente de los deseos negativos. Conseguir cumplir deseos puede generar una satisfacción inmediata, por lo que la verdadera diferencia entre unos y otros consiste, en realidad, en la forma en que nosotros nos sentimos después de haber experimentado esta satisfacción.
Porque los deseos positivos nos suman: perseguirlos ya es un proceso que enriquece el alma y otorga crecimiento y evolución. Con los deseos caprichosos, que no suelen requerir ningún proceso interior y que se consiguen con relativa facilidad, no ocurre este tipo de proceso y nos suelen abocar a todo lo contrario: estancamiento y vacío.
Pero ¡y aquí está el pero! No siempre es tan fácil distinguir entre un deseo positivo y un deseo negativo. Esto ocurre especialmente en el marco de las ambiciones humanas y de las relaciones personales. Pongamos por caso una situación que acostumbramos a encontrarnos en las historias de Locos de Amor . Una persona puede albergar el deseo de ser amada, porque es un deseo sano, lícito y humano; pero puede que confunda ser amada con ser codiciada, con ser por unos instante en el deseo caprichoso y compulsivo de otra persona. Así vemos con frecuencia los casos en que tras un intenso proceso de conquista, se consigue un amor intenso y rápido que llena temporalmente un vacío previo. Y de repente, todo se agota y se diluye
Otra persona desea tener amigos, un deseo que no tiene porqué ser negativo. Pero por más que se acerque a otras personas buscando un vínculo, sólo encuentra conexiones rápidas y superficiales que desaparecen enseguida. El vacío vuelve a acechar, la angustia crece. El deseo empieza a tornarse desesperada necesidad y esto lo hace insano.
Nuestro último ejemplo es el de una persona que desea adquirir mucho dinero. Esta persona trabaja con denuedo y ambición y resulta que obtiene resultados, ganando cada vez más dinero. Todo ese esfuerzo debería ser algo muy constructivo, pero de alguna manera no lo es. La persona experimenta una progresiva sensación de ansiedad y compulsión, a medida que su vida se va estrechando más en torno a conseguir su deseo.
Estamos viviendo en una sociedad instaurada sobre la necesidad de consumar deseos, una sociedad que es un espejo de nuestros propios vacíos. Un mundo que promete que tras la satisfacción de los deseos, desaparecerá la angustia y la ansiedad, el dolor y la depresión. Algunos deseos son como un prestamista, que te otorga un capital inmediato que necesitas desesperadamente y más adelante, te ahoga en unos desorbitados intereses.
Sin embargo, no conseguir los deseos, sobre todo cuando hablamos de deseos que implican la conexión con otras personas o la validación de uno mismo, puede re-convertirse en una constante angustia de vivir. Es fácil hacerse prisionero de un deseo insatisfecho y encadenar nuestro ego a su éxito o su fracaso y es aún más fácil escalar desde la insatisfacción a una envidia improductiva que nos enfrenta amargamente al constante recordatorio de nuestras limitaciones.
Examinar con toda honestidad los deseos que nos atormentan y establecer cuáles de ellos son meramente caprichosos o circunstanciales y cuáles nos podrían reportar realmente algo que necesitamos, es un primer paso importante para aprender a gestionarlos. El siguiente paso, sería el más complejo: seguir en la búsqueda de estos deseos y metas, al tiempo que nos intentamos desprender de la necesidad de conseguirlos.
Puede parece una contradicción. Pero vivir en paz supone una constante conciliación de paradojas y contradicciones. Porque tú deseas libertad y sin embargo, deseas sentirte seguro y a salvo, lo cual es lo contrario a la libertad. Porque tú puedes desear riquezas, pero deseas vivir relajado y sin preocupaciones, lo cual es lo contrario a las riquezas. Porque tú deseas no sufrir y también tener metas, anhelos e ilusiones y todo ello conlleva cierta inversión de riesgo y sufrimiento.
¿Cómo evitamos alimentar un ego hambriento de conseguir deseos?: es más sencillo de lo que parece. No es una cuestión de autoconvencerte, sólo tienes que probar, por ejemplo, a apagar tu móvil, ir a pasar una tarde en plena naturaleza y verás como a medida que tu mente vaya ganando en presente, tus deseos se vuelven mucho menos intensos. Entonces comprobarás cuán relacionados están tus deseos con el futuro y el pasado y qué poco, con lo que estás viviendo y sintiendo ahora mismo. Con este simple ejercicio, comprobamos que (casi) todo reside en la forma en que gestionamos los pensamientos y en cómo romper con ciertos hábitos, nos proporciona simplemente otras maneras de enfocar una misma realidad.
Porque nuestra mente funciona de una manera similar al interior de una casa: si mantenemos las puertas y ventanas cerradas, el ambiente se estanca y respiramos viejo, polvoriento, oxidado. Si abrimos, siquiera una rendija, de repente entra algo nuevo. Y a veces esto implica sorprendernos al ver que ese deseo insatisfecho que nos hacía infelices, sólo era un hálito de aire viciado que necesitaba irse.
Recuerda que no conseguir lo que quieres a veces significa un gran golpe de suerte.
Dalai Lama
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