Revista Economía

La tumba de Alejandro Magno

Publicado el 15 julio 2014 por Emarblanc

¿Descansa el conquistador en Venecia?

"Finalmente, ordena enterrar su cuerpo en el templo de Amón."
Justino, Epítome XII, 15, 7.
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Biógrafos como el historiador griego Arriano (c. 95-c. 175) ¿autor de Anábasis, sobre la expedición de Alejandro Magno¿, contaron que a la muerte del emperador macedonio, ocurrida en Babilonia el 10 de junio del año 323 a. de C., los embalsamadores egipcios prepararon su cuerpo para trasladarlo hasta el lugar de enterramiento. Dicho lugar, según algunas fuentes, debía haber sido Vergina, en Macedonia, donde descansaban los restos de todos sus antepasados. Sin embargo, cuando todo estaba dispuesto, su amigo el general Ptolomeo desvió la comitiva hacia Menfis (Egipto), donde Alejandro fue enterrado siguiendo el rito macedonio. Finalmente, el cuerpo fue trasladado a un hipogeo en el centro de Alejandría.
El geógrafo griego Estrabón, quien visitó su tumba entre los años 24 y 20 a. de C, cuenta que el cuerpo se encontraba en un mausoleo situado en el interior de un recinto sagrado. Un colegio de sacerdotes estaba a cargo de su culto y tres veces al año se celebraban fiestas en su honor. Cuando Ptolomeo X ascendió al trono (107 a. de C.), cambió el sarcófago de oro original por uno de alabastro y puso el cuerpo en exposición. Hay escritos que atestiguan que Julio César y emperadores como Augusto, Caracalla o Septimio Severo visitaron la tumba. Y así permaneció hasta el siglo V, cuando Teodosio decretó el cierre de todos los templos paganos. Hay constancia de que durante el dominio musulmán no se destruyó la tumba, pero es muy probable que esta quedara sepultada bajo los escombros de otras construcciones durante el califato de Omar, en el siglo VII.
Durante mucho tiempo se consideró la colina de Kom ed-Dik, en el centro de Alejandría, como el lugar en el que se encontraba la tumba de Alejandro. En 1907, el arqueólogo francés Breccia encontró junto al Cementerio Latino un nuevo mausoleo que se conoce como la Tumba de Alabastro. Aunque, en los años 30, el arqueólogo italiano Adriani sembró de dudas el hallazgo. Y las dudas continúan hoy.
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El sueño de todo arqueólogo

Encontrar la tumba de Alejandro ha sido y es el sueño dorado de todo arqueólogo. Hasta 140 expediciones se han organizado para encontrarla. Tal es la obsesión generada que incluso alguno ha llegado a inventarse su descubrimiento. En 1995, el mundo se despertó con la noticia de su hallazgo. La arqueóloga griega Liana Souvaltzi afirmó haberla encontrado junto al oasis de Siwa. El revuelo fue inmenso. El Gobierno griego envió rápidamente un equipo de investigadores para ratificarlo, pero, para su desilusión, expresó más dudas que certezas. Al mismo tiempo, un nutrido grupo de expertos reunidos en El Cairo decidieron enviar un equipo para estudiar el yacimiento sobre el terreno. Sus conclusiones afirmaban lo que se temían: no era la tumba de Alejandro. Las inscripciones encontradas databan del siglo II d. de C. A finales de 1996, el Gobierno egipcio retiró a Souvaltzi el permiso para seguir excavando en la zona. El fiasco de la arqueóloga griega se disipó con la noticia, aparecida en octubre de 1997, del hallazgo de parte de una tumba de mármol datada en el siglo III a. de C. en el mismo centro de Alejandría. Su excavación implica un reto descomunal, ya que se encuentra a diez metros de profundidad bajo las plantas de edificios modernos. Este hecho, se suma al reciente anuncio realizado por Nahi Hawass, presidente del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, en el que afirma haber descubierto los restos de la mítica universidad de Alejandría.
El enclave de la tumba sigue sin descubrirse y el famoso conquistador sigue inspirando libros y películas. La última, la dirigida por Oliver Stone y protagonizada por Colin Farell (Alejandro), Angelina Jolie (Olimpia, madre de Alejandro) y Anthony Hopkins (el general Tolomeo), estrenada hace unos años.

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