Llega con una sonrisa prendida a los labios y la elegancia cosida a cada hilo de su chaqueta. Con su característico moño, la frente despejada, los ojos chispeantes detrás de los cristales de sus gafas ligeras y unos papeles bajo el brazo.
Habla la última y dice que ya han dicho todo lo que ella tenía que decir. Pero no. Saca sus folios, se ajusta las gafas, afina la voz y enarbola el discurso de la noche. Como si la voz de Saramago, su esposo, el hombre de su vida, se convirtiera ahora en su voz. En la voz de Pilar del Río.
Habla de las palabras de José Saramago, ahora que se presenta José Saramago, en sus palabras. Son los frutos del trabajo de un Nobel campesino, que, con el mismo amor, la misma paciencia, la misma abnegación que un labriego, prepara la tierra, la remueve, espera el momento justo para sembrar, riega, aguarda de nuevo la madurez y, sólo entonces, sólo cuando toca, recoge el fruto de su trabajo.
Compromiso. Es una de sus grandes palabras. Porque "el hecho de vivir es una responsabilidad de la que no podemos abdicar".
Dignidad. Que no nos viene dada, sino que se debe conquistar. Por eso "la única proioridad absoluta es el ser humano".
Honestidad. Porque "para cambiar la vida tendríamos que cambiar de vida".
Pero cambiar de vida no es fácil. Sobre todo cuando se apela a la responsabilidad de quienes están tan panchos en su poltrona de poder. Saramago lo dejó claro en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura: "Se llega más fácilmente a Marte que a nuestros propios semejantes". Y eso escoció. Y de qué manera.
Pero es la única manera. Que escueza. Que duela. Que espolee, para que las letras puedan cambiar el mundo. Porque ante la injusticia no cabe resignarse, sino indignarse. Ser crítico. "Uno no debe contentarse con lo que le dicen, sino averiguar si es verdad, si es la única verdad, y cotejarlo con la verdad de los demás".
Honradez. Ésa es la palabra clave de Saramago. Honradez entendida como el "matrimonio con la verdad propia", como recordó Fernando Gómez Aguilera, autor del libro editado por Alfaguara. Es el paso previo al compromiso. Y éste, la condición necesaria para ser un ciudadano a carta cabal. Para que la palabra vuelva a tener valor. Para que la palabra valga lo que vale la persona.
Como las palabras de Saramago.