Revista Cultura y Ocio
Al volver del hospital, largó las llaves sobre la mesa y fue directo al baño. Allí se quitó toda la ropa, se metió en la bañera y se arrodilló. Luego inclinó su cabeza sobre la loza blanca, levantó el trasero y ajustó la boca de una botella de alcohol fino en el orificio del ano. El ardor fue inmediato, pero nada comparado con lo que vino después, cuando apretó el recipiente para que el líquido se le metiera en los intestinos. Sintió como si un río de lava ardiente corriera por dentro de su cuerpo, no conseguía contener los gritos, pero ni siquiera esa tortura le parecía suficiente como para apaciguar el otro dolor y la culpa por haber atropellado a su hijo cuando intentaba sacar el auto del garaje, dando marcha atrás y sin mirar.
Inspirado en la ilustración de Entintades: www.entintades.blogspot.com