Revista Cultura y Ocio

Lana del Rey (2013) La Riviera. Madrid

Por David Gallardo @mercadeopop
El histerismo madrileño encumbra a Lana del Rey
Lugar: Sala La Riviera. Madrid
Fecha: 9 mayo 2013
Asistencia: 2.000 personas
Artistas Invitados: -
Precio: Desde 45 euros
Setlist: Cola, Body Electric, Blue Jeans, Born to Die, Carmen, Gods ands Monsters, Blue Velvet, American, Without You, Knockin' on heavens door, Young & Beautiful, Ride, Summertime Sadness, Burning Desire, Video Games, National Anthem
Coño, pues es humana. O al menos está conseguida. Después de tanto tiempo leyendo todo tipo de noticias sobre ella, admitamos de antemano que uno acudía a La Riviera con cantidad de prejuicios y con unas expectativas razonablemente limitadas para ver al último gran fenómeno pop del monderneo de más repugntante postureo. ¿Hay algo más allá de ese producto de márketing meticulosamente calculado? Eso de que hubiera gente haciendo cola desde ni se sabe las horas antes no hacía más que empeorar las previsiones borrascosas, si bien las cosas como son, al final la estadounidense quedó libre sin cargos y luciendo nuevos galones.
Porque a ver, la muchacha cumplirá 28 años en junio y hasta la fecha solo tiene un disco en el mercado (bueno, realmente son dos, vale, pero el primero fue tan efímero que da la impresión de que incluso ella prefiere dejarlo en el limbo). Esto último en realidad da igual, puesto que ya antes de publicarlo copaba las portadas de la prensa especializada y estaba en boca de cualquiera con un poco de interés en las arenas movedizas de la industria musical.
Se apagan las luces de una Riviera con entradas agotadas desde hace meses (pero por supuesto no llena, pues el ayuntamiento de la ciudad ha reducido aforos de manera tajante en favor de una supuesta seguridad), y el griterío histérico se apodera del lugar. Son unos gritos de esos que acojonan, que inquietan, que casi hasta duelen, pero que al mismo tiemop emocionan y hacen que hasta la que vende las chuches en los aseos salga de su guarida para comprobar con sus propios ojos qué demonios está aconteciendo en sus dominios. Y eso que esta mujer habrá visto de todo ya a estas alturas, pero incluso ella parecía de alguna manera sorprendida por el momento fan descomunal.
¿Y si fuera la última estrella del pop del siglo XX? Vintage y futurista, me acuerdo de Vangelis y Massive Attack a la par y eso que solo han sonado un par de canciones, difícilmente adivinables entre el histerismo extremo descerebrado que todo lo tiñe y todo lo tapa. Puedes desconfiar de la insoportable levedad del ser moderno de postal, pero cree de alguna manera en el poderío de un gentío que por los motivos que sean está entregado a la causa de una muchacha que resulta tener más chicha de lo que cabría imaginar profanamente. Fe de ello pueden dar 2.000 personas, entre las que se encontraban Juan Aguirre (guitarra de Amaral) y algunos miembros de L.A.
Lana resulta cercana y agradecida. Resulta que canta bastante. Resulta que se planta en La Riviera con guitarra, bajo, baterista, piano de cola y un cuarteto de cuerda. Resulta que logra que todo suene razonablemente bien. Resulta que se mueve de un lado para otro, que mira a sus locos fans a los ojos buscando las distancias cortas. Resulta que trae dos pantallas gigantes a ambos lados del escenario para triplicar sus proyecciones visuales. Resulta que es de este planeta y se la ve incluso algo rechoncha. Resulta que le apetece un pitillo y coge y se lo fuma. "Sé que no puedo pero es que me apetece", dice traviesa, desafiando a la ley como solo las estrellas del pop saben, jaleadas por sus acólitos.
'Blue Jeans' y 'Born to Die' enloquecen al personal provocando un karaoke entre el que resulta harto complicado discernir algo. Abundan entre el público las chavalas que homenajean a la diva luciendo diademas más o menos robustas de floripondios en sus cabezas. Con cada nueva canción se alzan mecánicamente centenares de pantallas luminosas que registran todo con enfermiza avidez. Lana hace amago de bailar y La Riviera hace amago de venirse abajo en desproporcionada respuesta que incluso parece sorprender a la protagonista de la velada, que no para de dar las gracias por esto, por aquello, por estar aquí, por lo de ayer, por lo que vendrá.
Se suceden 'Gods and Monsters', la versión del estándar 'Blue velvet', 'American' y 'Without you', con una Lana hipnótica que capta toda la atención sobre su figura, pero que a ratos también resulta monótona en su propuesta tanto musical como vocal, pues por momentos parece que abusa del susurro engolado para aparentar sensualidad y elegancia. Se atreve entonces con una versión del 'Knockin on heaven's door' de Bob Dylan y no puedo evitar ver claramente a Axl Rose medio desnudo correteando por el escenario y empujando violentamente a Lana hacia sus seguidores, que sin dudarlo la descuartizan y la devoran en streaming a través de las redes sociales.
Tiempo pues para la aportación de Lana del Rey para la dichosa banda sonora de la peli 'El Gran Gatsby', titulada 'Young & Beautiful', antes de un interludio que precede a unos poderosos bises abiertos con 'Ride' y 'Summertime Sadness', ya a estas alturas con más de una y más de dos degollándose allí mismo de puro placer, más convencidas de lo que hacen de lo que nunca lo estará Rajoy.
'Burning Desire', 'Video Games' y 'National Anthem' finiquitan por todo lo alto una velada de la que la vocalista desapareció súbitamente dejando a sus entregados fans contrariados, mientras la banda... ¡oh sí, dios mío, había banda! Hasta este momento probablemente el 90 por ciento de los asistentes no habían caído en la cuenta de que más allá del magnetismo de Lana había un grupo de músicos abrazándola convenientemente. Dudo de que alguien pueda recordar sus caras (vale, los fanáticos extremos sí), pero seguro que todos recordaremos la interminable sesión instrumental de cuarto de hora que nos dieron sobre la base de 'National Anthem', mientras la gente desfilaba hacia los baños y hacia la salida presa del hastío más evidente.
Pero en estas estábamos cuando aparece de nuevo Lana del Rey sobre el escenario para despedirse bien y recoger del suelo todas las muestras de cariño que sus seguidores habían arrojado previamente en forma de flores, carteles, fotos y dios sabe cuantas otras cosas más. Acabó así una velada de alrededor de hora y media que resultó más provechosa de lo inicialmente esperado, que sorprendió por el fanatismo histérico de un amplio sector del público, y que humanizó al último gran producto del pop (adulto, elegante, bien entendido) del siglo XX, convirtiéndolo en la primera gran nueva estrella del siglo XXI.

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