Son bien sabidas las consecuencias que tiene el principio de Laborit en la toma de decisiones y la efectividad personal: cuando nos enfrentamos a la necesidad de tener que elegir entre dos tareas, siempre tendemos a elegir primero aquella que lleva menos tiempo antes que la que lleva más, la más sencilla antes que la que percibimos como más compleja, la que nos gusta más antes que la que nos gusta menos. Este fenómeno es un serio problema para la efectividad, ya que las estadísticas nos dicen que donde residen la mayor parte del valor de nuestro trabajo es justamente en esas tareas que posponemos inconscientemente: las más largas, las más difíciles, las que nos gustan menos. Es la razón también por la que muchas personas viven instaladas en el estrés y frustración permanentementes, con la sensación de pasar mucho tiempo haciendo cosas, pero sin avanzar de manera significativa en los resultados que persiguen.
Pues bien, por si esto fuera poco, existen estudios recientes que demuestran otro fenómeno interesante: la escasez de recursos —y eso aplica también al tiempo disponible—, afecta negativamente a la manera en que tomamos decisiones y, además, tiende a perpetuarse a sí misma, salvo que hagamos algo al respecto de manera consciente y proactiva.
Efectivamente, el economista Sendhil Mullainathan y el psicólogo Eldar Shafir han estudiado cómo funcionan nuestros cerebros cuando hay recursos limitados, llegando a la conclusión de que la escasez de un determinado recurso reduce nuestra capacidad cognitiva. En particular, los autores de este estudio han demostrado que existen tres factores de la inteligencia que se ven claramente afectados de manera negativa ante sitaciones de escasez: la manera en que procesamos la información y tomamos decisiones, el grado de control ejecutivo o impulsividad, y la capacidad mental o ancho de banda para acometer tareas.
Tanto es así que, en situaciones de escasez severas, nuestro coeficiente intelectual puede variar drásticamente, pasando de estar dentro de la media a estar claramente por debajo —según Mullainathan y Shafir, puede llegar a caer hasta en 15 puntos. El resultado de la escasez es que nos volvemos más impulsivos, tomando decisiones mal informadas, tendemos a basarnos en criterios exclusivamente de urgencia y no somos capaces de gestionar nuestra atención adecuadamente. Esto hace que, generalmente, nos enfoquemos en aquello que tiene consecuencias inmediatas, y desatendamos todas las demás cosas, haciendo que la situación se perpetúe a sí misma.
Este fenómeno lo podemos constatar fácilmente en el campo de la efectividad personal cuando vemos a muchas personas que se quejan de la cantidad de asuntos que tienen que atender con fechas de vencimiento inmediatas —lo que comúnmente llamamos fuegos—, que les impide avanzar en otros asuntos, no tan perentorios pero de más valor. El tener que trabajar bajo presión en lo inmediato hace que su capacidad cognitiva se vea disminuida, aumentando las probabilidades de caer en automatismos como los que describe Laborit. Al final, como consecuencia de las malas decisiones, los asuntos con fechas de vencimiento más largas terminen convirtiéndose a su vez en nuevos fuegos, perpetuando la sensación de escasez de tiempo.
La solución pasa ineludiblemente por crear holgura o slack, como lo llaman Mullainathan y Shafir. Disponiendo de la suficiente holgura, nuestras funciones cognitivas dejan de verse alteradas y tenemos más probabilidades de tomar decisiones informadas y de mayor calidad. En el caso de la efectividad personal, esto significa que deberemos trabajar de manera proactiva y consciente en crear holgura, o seremos incapaces de salir de la trampa de la escasez de tiempo y, por tanto, seguiremos tomando malas decisiones sobre qué debemos hacer en cada momento.
Afortunadamente, metodologías como GTD®, o la más innovadora OPTIMA3® que utilizamos en OPTIMA LAB desde hace ya tiempo, proporcionan las herramientas y principios de trabajo necesarios que nos permiten generar la holgura suficiente para trabajar en las cosas que debemos, consiguiendo resultados de manera eficiente y sin estrés. Y paradójicamente, la clave no está en aprender a gestionar el tiempo, como muchas personas creen erróneamente, sino en aprender a gestionar nuestra atención.
Así pues, es posible salir del agujero productivo, siempre que estés dispuesto a cambiar la forma de hacer las cosas e invertir el tiempo suficiente a consolidar nuevos hábitos de trabajo más efectivos. Si no, seguirás atrapado en la escasez de tiempo.