"A principio de los 90 fui por primera vez a Nueva York. Viajé con el equipo de la película The Commitments para hacer la promoción. Llevaba conmigo mi libro favorito de aquel momento, un libro con la historia de Kerouac, Ginsberg, Bob Dylan, Woody Guthrie... y una noche, mi única noche libre, salí a buscar el apartamento de Dylan, a conocer esos sitios míticos de la ciudad. Caminé y caminé y creo que localicé su casa, recuerdo que miraba la escalinata y pensaba "Por ahí ha bajado Dylan". Después me empeñé en encontrar la esquina en la que Guthrie tocaba y creo que más o menos la encontré. Pero lo que más recuerdo de esa noche fue que en medio de la calle, de repente, me encontré con una pila enorme de cosas personales. Era como si alguien hubiera vaciado su casa y lo hubiera dejado todo en la acera. Había camisas, zapatos, libros, fotografías con marcos, fotografías de carné, ropa interior, pornografía. Todo tipo de cosas que tenemos en nuestras casas, a la vista o escondidas. Me probé alguna camisa, hojeé los libros, la pornografía y, después de mirar muchas fotos, reconocí al tipo que salía en casi todas... el dueño de todo aquello. La gente me miraba, como te miran en Nueva York, pero yo seguí allí curioseando todo y al final me guardé en el bolsillo una pequeña foto de carné de aquel hombre".Esta historia tan increíble la contó Glen Hansard en su concierto de Madrid el pasado sábado. Años después se enteró de que durante los primeros años 90, muchos homosexuales neoyorkinos murieron de SIDA en sus casas porque ningún hospital quería tratarlos. Cuando morían, sus familias no tenían permiso para entrar en los apartamentos y los caseros tiraban todas sus cosas a la calle.
Toda una vida tirada por la ventana, literalmente.
Cuando Glen contó la historia en el escenario mientras cantaba la canción inspirada en aquel tipo al que nunca conoció, mientras disfrutaba del concierto, pensaba en cómo sería mi montón de cosas en la acera.
Mi vida entera en una acera. Habría montones de cosas. Bueno, tampoco tantas porque soy muy de tirar, pero en fin menos la pornografía (gracias, internet) mi montón se parecería bastante al del desconocido neoyorkino. Habría un montón de cosas que probablemente no reconocería ni yo y otro montón de las que es posible que me avergonzara. Pero, de todo ese montón de cosas, ¿cuales serían más yo? No serían las más valiosas, ni las más importantes, ni las más antiguas, ni las más nuevas. No tendrían porqué ser las más bonitas ni las más especiales. Serían los objetos que en esa montaña informe de pertenencias alguien que me conociera me reconocería.
La cadena que llevo al cuello desde los 3 años. El reloj que llevo desde hace 6 años en la muñeca derecha y que me recuerda a un 7 de enero paseando por la calle Goya. Mi sudadera de Nueva York que compré hace 21 años, los pendientes que me regaló mi madre hechos con unas joyas heredadas de mi abuela. Mi estuche de plumas. Mi sudadera azul "cool cat" que tiene la friolera de 30 años. Un par de gafas de ver. Mis gafas de sol. Mis discos de Springsteen. Mi taza Iñigo Montoya. Montañas de libros, todos con mi nombre, la fecha y el sitio dónde lo compré o quién me lo regaló. Mi vestido blanco, el vestido blanco más bonito del mundo, el vestido con el que me dan ganas de bailar. Mis cuadernos, todos y cada uno de ellos, los de lecturas y los de notas. Un marcapáginas de una exposición de Hopper. En el montón que encontró Glen había un montón de fotos, en los años 90 todavía no llevábamos nuestras vidas en los móviles y teníamos fotografías en casa; yo tengo bastantes pero creo que hay sólo un par que dirían algo de mi, una foto con El Ingeniero y laz princezaz en un barco en la ría de San Vicente y la foto con mis hermanos en la boda de Molihermana. Alguna que tengo haciendo el tonto con la pose que repito siempre.
En mi montaña de cosas podría haber muchas más, la mayoría insignificantes, anodinas, impersonales. Tampoco sé si un desconocido sentiría algo especial al ver las cosas que yo creo más yo o le llamaría la atención cualquier otra cosa.
No lo sé, no tengo ni idea. Sencillamente se me ocurrieron todas estas ideas al escuchar la historia de Glen.
No somos los que tenemos, pero las cosas que tenemos, algunas de ellas por lo menos, pasan a ser nosotros.