¿Cómo sienten los hombres y las mujeres? ¿En qué influyen los condicionantes sociales de género a la hora de amar? ¿Son más sensibles ellas? ¿Son más duros ellos?
Una buena amiga me pasa unos extractos del libro superventas Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, del autor John Gray. El texto no tiene desperdicio:
Por más que un hombre quiera a una mujer, necesita alejarse periódicamente para satisfacer su necesidad de independencia y autonomía. Sólo después podrá volver a acercarse. Como si se tratara de una goma elástica, el hombre se tensa hacia atrás para luego saltar hacia delante como un resorte. Si la mujer intenta acercarse cuando el hombre se retira a su cueva, éste se sentirá invadido y tenderá a distanciarse más. Si, por el contrario, la mujer respeta ese ciclo de intimidad del hombre, éste regresará con renovados sentimientos de cariño y amor.
De esta rocambolesca teoría, saco dos conclusiones:
a) Las mujeres no quieren tener independencia ni autonomía.
b) Lo normal en un hombre es aparecer y desaparecer para querer más a su pareja.
Se me ponen los pelos de punta al pensar cuantas relaciones Houdini (ahora me ves, ahora no me ves) se habrán justificado con este tipo de lecturas. Y cuantas resignadas seguidoras de Gray se habrán quedado esperando a que su hombre volviese de la famosa cueva, mientras el otro rebuscaba su autonomía – o anatomía- en otras cuevas menos conceptuales.
Pero la cosa no acaba aquí y se pone más peliaguda si cabe:
Una mujer es como una ola; cuando se siente amada su autoestima sube y baja con un movimiento ondulante. Cuando la ola de una mujer sube, siente que tiene mucho amor para dar, pero cuando cae siente un vacío interior que necesita ser llenado con amor.
Que entiendo como:
1) La autoestima de las mujeres depende de que alguien la quiera.
2) Si eres un hombre heterosexual, eres automáticamente responsable de la autoestima de tu pareja.
Desconozco el resto de libro, aunque no me cabe duda que entre la broza sexista, habrá algunos útiles consejos de psicología. Sin embargo, el enfoque que se anuncia desde el título los hombres son…las mujeres son…ya invita al prejuicio desde antes de abrir siquiera la primera página. Divide y vencerás: o por lo menos, venderás un buen montón de libros llenos de lugares comunes y tópicos complacientes para quienes se sienten más seguros pudiendo clasificar a la humanidad por categorías y rebaños.
Me pregunto cómo se las apañaría el señor Gray para adaptar su peculiar filosofía al público homosexual. ¿Algunos hombres son de Marte y otros son de Raticulín? ¿Algunas mujeres ven Pretty Woman y otras Xena, la princesa guerrera? ¿Y cómo se la apañarían para coordinar adecuadamente las gomas elásticas? Y si las dos olas están de bajona…¿a quien le toca gestionar el tsunami?
Durante estos últimos años, he visto miles de historias. He hablado, asesorado, escuchado y empatizado con hombres y mujeres en momentos duros o complicados de su vida emocional. Y si en todos estos casos hubiera ignorado por completo el sexo de quien me consultaba, no habría tenido ni idea de su género.
He visto la misma rabia, el mismo miedo, el mismo dolor en las palabras de un hombre o una mujer ante una infidelidad, una pérdida o un bloqueo terrible que les impedía tomar decisiones. Existen condicionantes sociales, tipos de educación o roles tradicionales que implican variables en determinados comportamientos. Pero el dolor atraviesa como un punzón ardiente todas estas capas artificiales apiladas sobre el ser real y al llegar al fondo del pozo, todos somos unisex. En esencia, no hay diferencia alguna en la manera de sentir de hombres y mujeres. Todos lloramos, gritamos, nos cabreamos, nos reimos o nos frustramos independientemente del género.
Las mujeres expresan más las emociones…los hombres no cuentan sus problemas…las mujeres son más dependientes…los hombres son más pasotas…
Falso.
Hay hombres que sucumben a relaciones catastróficas por la necesidad desesperada de ser amados. Hay mujeres con educaciones represivas a las que les cuesta expresar lo que sienten. Hay hombres absolutamente apegados. Y hay muchas mujeres con un pánico cerval a apegarse.
Desterrar prejuicios ya obsoletos y aprender a mirar a las personas por debajo de su careta social, lleva a la conclusión de que la guerra de sexos, en realidad no es más que una guerra de egos. La gigantesca maquinaria de negocio asociado a la conquista y seducción encierra en cálculo consolador lo que por su naturaleza, es siempre cambiante.
Presuponerse es mucho más sencillo que conocerse. En un mundo en el que muchísimas personas todavía no saben quienes son, es más sencillo instaurar la dictadura de los tópicos sobre lo que debería ser un hombre y lo que debería ser una mujer, que mirarles a los ojos sin estratagemas, sin juegos y sin fabulaciones idealizadoras y sentir que realmente quieres saber quieres son esas criaturas desconocidas que tienes delante.
Y que es un conjunto de cualidades totalmente único e irrepetible.
Una de las primeras lecciones que deberían enseñarse en los colegios, es que cada uno tiene su manera de experimentarse, de sentirse y de vivirse y no hay ninguna clasificación de género que vaya a poder dar una definición real de lo que es íntegramente una persona.
Empezando por ahí, llegaríamos al punto de tratarnos los unos a los otros con la autenticidad de quien se siente ciudadano de la humanidad, no su sexo.