Fénix agotó su primera vida el día que encontró una chaqueta de poliéster que se había caído del tendedero de la vieja Carmela. Con la cazadora puesta fue en busca de las gatitas del vecindario y las encontró a todas reunidas en torno a los restos de una barbacoa. Fénix, para llamar la atención, saltó de sorpresa encima de las brasas sin percatarse que algunas de ellas todavía ardían. Las gatas salieron disparadas cuando vieron al galán y su chaqueta completamente en llamas.
La segunda vida de Fénix se esfumó en medio de una pelea de sables con su amigo Teodor. El hijo de la vieja Carmela había hecho limpieza y llevo varios trastos al contenedor del callejón. Los gatos encontraron entre los despojos un par de espadas toledanas. Como si fueran espadachines, Fénix y Teodor se fueron a jugar al borde de uno de los tejados. A punto de dar el corte final, Fénix levanta su espada con tal mala suerte que toca los cables de tensión que dan electricidad a todo el vecindario. Teodor es testigo de cómo su amigo termina frito.
La tercera vida de Fénix se acabó después de una carrera con su amigo Teodor. Siete días antes, Teodor se burlaba del paso lento de su colega debido a su creciente gordura. Fénix no soportó la mofa y le propuso competir para demostrar que él era el más rápido y ligero de los dos. Durante esa semana, Fénix robó del botiquín de la vieja Carmela varios frascos de laxante que se los bebió como si fuera leche tibia, sin saber de las consecuencias a medio plazo. Fénix ganó la carrera pero se desvaneció una vez que cruzó la meta a causa de la deshidratación. Teodor recibió el premio en su representación y se llevó los besos de las dos gatas que hacían de azafatas.
La cuarta vida la perdió dentro de la refrigeradora de la vieja Carmela. Un viernes por la tarde, el hambriento Fénix aprovechó que Carmela abrió la nevera para tomar los táperes que iba a llevar a casa de su hijo, donde pasaría el fin de semana. El gato no logró salir a tiempo y se quedó encerrado, hasta la hipotermia profunda. Carmela regresó la noche del domingo pero no abrió la refrigeradora hasta el día siguiente. No necesitaba nada de ella.
La quinta vida de Fénix terminó la noche en que luego de una fiesta, ebrio y con mucha droga encima, se puso a soñar con una orgía en la playa en la que todos los gatos y gatas participantes estaban disfrazados de perros. En mitad del sueño le entraron ganas de orinar y salió en busca de su arenero. Como estaba somnoliento se confundió de lugar, meó en el plato de comida del pitbull de la vecina de la vieja Carmela y buscó cariño acurrucándose en el lomo del can. Al perro no le hizo ninguna gracia.
La sexta vida de Fénix fue triturada por el nuevo camión de basura que había comprado el ayuntamiento de la localidad. Fénix estaba dentro del contenedor de orgánicos, comiendo las sobras de comida que dejaba el encargado del supermercado todas las noches, cuando llegó el camión para recoger los desperdicios. Fénix no se preocupó porque en otras ocasiones había acabado dentro del camión, recorriendo las calles del vecindario y saboreando los embutidos vencidos. Lo último que vio esa vez fueron las cuchillas que giraban y despedazaban en milisegundos hasta el hueso del jamón que acababa de comer.
La muerte de la séptima vida de Fénix, sin embargo, fue la más convencional de todas: lo atropelló un coche un día que se despistó a mitad de la calle. Un broche gris que ni siquiera convenció a la vieja Carmela: "Pudo haber explotado por una mina personal o morir por asfixia después de comerse una salchicha". El día del entierro de su amigo, Teodor resumió la azarosa existencia de Fénix y su absurdo desenlace en cuatro palabras: "¡Qué final de mierda!".
Publicado en "Asíntotas", blog colectivo basado en una misma línea creativa