Digámoslo claro desde un principio, Xavier Dolan, con sus 23 añitos y tres películas como tres soles, es uno de los cineastas con más talento de su generación. Un cineasta ávido de imágenes que ha absorbido todo Pedro Almodóvar y Wong Kar-wai en cine, Tennessee Williams en teatro y, me atrevería a afirmar, hasta Corín Tellado en novela. Todo en su filmografía es pasión desmedida, educación sentimental en curso, arrebatos de amistad y odio, por supuesto, sin límites, y maquillaje hasta en el corazón (dixit Mónica Naranjo). Desde la insolencia de los 20 años rueda J’ai tué ma mère en 2009. El odio desmesurado de un hijo hacia su madre maruja y pop. El resultado es un milagro continuo de escenas con diálogos sangrientos y el deseo irreprimible del espectador de ser Woody Allen en La Rosa Púrpura del Cairo para poder entrar en la pantalla y darle tres sopapos bien dosificados para calmar los tsunamis de egoísmo y las ofensas contra las migas de pan en la comisura de los labios maternales.Pero si al final un niñato de 20 años consigue alterar el patio de butacas hasta convertirlo en un rebelión es porque Xavier Dolan sabe filmar como un genio, tiene un sentido narrativo actual y perfectamente dosificado, una elegancia en los planos que ya quisieran muchos y una mezcla sabia e inteligente de ralentís al compas de la mejor selección musical que pueda imaginarse.Las malas lenguas y peores mentes esperaban ansiosas su segundo largometraje para confirmar que sólo podía haber sido un destello en la oscuridad que pronto se apagaría. El resultado, Les amours imaginaires, fue aún más elocuente, el destello se convirtió en un despliegue de fuegos artificiales y el talentoso cineasta se dio a conocer al gran público.Su última entrega sobrepasa las dos anteriores. Laurence (Melvil Poupaud), el protagonista heterosexual, decide el día de su 30 cumpleaños que va a realizar lo que siempre ha deseado: travestirse. De repente todo su universo adquiere un nuevo significado para él pero las consecuencias de su acto le pasarán factura a él y a todos los que le rodean.La historia de su amor imposible con su novia (excelentísima Suzanne Clément que ya actuaba en su primer film), sus padres más perdidos que Robinson Crusoe en plena M-30 madrileña o los intentos de comprensión de su entorno son, desde la primera imagen, hipnóticos, apasionantes y maravillosos. Rodado con su elegancia habitual y con una ambientación sublime de una época de hombreras que desafiaban las leyes de la gravedad y en la que todavía sólo se vestían de morado los obispos, la historia de este valiente heterosexual posee las virtudes de una epopeya antigua y la belleza kitsch de un cuadro de Julio Romero de Torres. Sin olvidar una banda sonora de antología.