Revista Vino
Mi vida en el vino está hecha de mil casualidades, de encuentros que el azar facilita, de puertas que se abren sin tan siquiera haber soñado que existían... Como en ningún otro de los mundos que vivo en éste, en el del vino me dejo ir, estoy abierto a todo y permito que las cosas suceden porque ellas quieren. Así ha sido, de nuevo, con Laventura Wines. Durante las cosechas de 2010 y 2011 en el Priorat, yo ayudaba en lo que podía y me dejaban (más bien poco...) en Terroir al Límit. En esa época (dos añadas muy distintas pero las dos, a mi modo de ver, excepcionales), Dominik Huber, Eben Sadie y Jaume Sabater formaban un equipo compacto y muy complementario. Jaume era (y es) la sabiduría espontánea que surge del roce íntimo con la tierra prioratina. Dominik era (y es) una combinación muy difícil de encontrar: intuición y método aderezadas con pasión. Eben...Eben era (y es, estoy seguro, aunque haga ahora años que no le veo) la fuerza de la naturaleza, el espíritu libre, el alma del Swartland sudafricano, que había comprendido a fondo la Borgoña y quería, ahora, hacer una simbiosis de ambas en Torroja.
Eben era como el crisol en el que todos los Pucks de la tierra se convertían en hombre barbudo (durante la vendimia): hábil, simpático, listo, abierto, generoso. La tierra amable hecha hombre. Le acompañaban siempre algunos "stagiers" del Swartland como él, gente que (intuía yo) gozaban de una conexión única con la tierra. Gente que había crecido y corrido entre viñedos, gente que había estudiado y sabía qué se llevaba entre manos, gente, al final, que se dejaba llevar por su amor a los viñedos y trasladaba ese amor y esa pasión a cualquier cosa que hicieran en la vida. Aprendí mucho viéndoles, sintiéndoles, admirándoles. Mi vida en el mundo del vino cambió en esas dos cosechas. Bryan Mac Robert era uno de esos "stagiers". Bryan parecía tímido y poco dado a la expansión hasta que veías cómo cambiaba su rostro mientras preparaba las brasas para la carne: un hombre de la tierra nacido para ella y que en ella se sentía como en ninguna otra parte.
Bryan dio vueltas por el mundo, salió y volvío al Swartland, siguió ayudando a Eben y con su ayuda, algunos vinos míticos de la Familia Sadie son lo que son hoy. Pero Bryan se enamoró de Clara. Y Clara es riojana hasta los tuétanos... Bryan volvió a España, se enamoró de la tierra de su mujer y decidió lanzarse a la aventura porque "quien no se aventura, no ha ventura". Laventura Wines es la aproximación al alma de la Rioja de Bryan y 2013, si no me equivoco, es su primera añada. Resultó que el padre de Clara es íntimo amigo de un amigo mío de Logroño. Resultó que este amigo mío es médico. Resultó que Bryan tenía que pasar por su consulta y que hablaron de vinos, claro (mi amigo es presidente de una importante bodega de la Rioja). Resultó que salió en la charla que Bryan había trabajado en el Priorat. Resultó que apareció mi nombre. Resultó que eso sucedía quince días antes de que yo diera una charla en Logroño. Resultó, claro, que Bryan estaba en la sala ese día con una sonrisa en el rostro y dos botellas de su nueva aventura en la mano. Y resultó que ese abrazo con él fue una de las alegrías de este año vínico mío, intenso como pocos.
Bryan está empezando a entender qué son viura y tempranillo, tarea nada fácil por la increíble riqueza y variedad de suelos, de maduraciones, de alturas y de rasgos genéticos distintos que un solo nombre (DOC Rioja) esconde y atesora. Está trabajando y seleccionando buenas piezas para dar la mejor uva a sus vinos. Lo hace como ha aprendido a hacerlo: con la mínima intervención posible (aunque no se declara nada de nada ni se pone adjetivo alguno) y la máxima compenetración y respeto al viñedo. No los he pisado todavía y poco puedo decir: sólo hablo de primera mano cuando veo el trabajo en el viñedo y en la bodega. Pero conozco a Bryan y he bebido ya sus dos primeros vinos. Un Laventura viura 2013 (monovarietal de 12%) y un Laventura tempranillo 2013 (monovarietal de 12,5%). Algo puedo avanzar...
El blanco va a ser un vino que crecerá y crecerá en botella. Nota todavía mucho el vino el efecto de la fermentación en barrica y muestra el trabajo de orfebre, paladiano y artesano como pocos, clásico pero con claros guiños de renovación que hay en él. La fruta está algo escondida todavía pero los aromas de retama y camomila seca se apoderan del paladar. Es un vino fresco y limpio, preciso y ortogonal. Posee la parte ácida de la flor de la mimosa, las lías acompañan amables pero la aireación y el tiempo se hacen todavía necesarias. La piel del membrillo y la flor de almendro. Es un primer buen blanco pero cuando Bryan defina mejor viñedos y carácter de la viura, este vino crecerá. Mucho. Al tinto apenas se le nota la madera. Si la tiene, que supongo que sí, el traje ha encajado con mayor rapidez que en el blanco y le ha dado una capacidad de ligereza, de trago fácil y placentero que pocos pueden mostrar en la Rioja. Es sencillo y austero en el primer trago, pero pronto salen picotas ácidas. Con las horas, la amabilidad, los taninos pequeños y pulidos y el traje a medida, perfecto, avanzan: es un vino fino, un vino grácil. De acceso mucho más inmediato que el blanco, el tempranillo marca (hoy) más el camino hacia el alma de la Rioja que la viura. En el corazón de Bryan está la respuesta: cuanto más íntimamente sienta esta tierra de privilegio, más se acercará a sus uvas y viñedos y mejor sabrá cómo llevarlas a la botella. No tengo la menor duda: este 2013 es ya la muestra de que está en el mejor camino posible.