Revista Cultura y Ocio

Lázaro

Por Humbertodib
LázaroDesde el preciso momento en que falleció, Lázaro dejó de ser el joven divertido, activo y bonachón de siempre, se lo veía triste y meditabundo, alejado de los placeres simples que tanto le habían gustado. Debido a su bonhomía, todos en su pueblo lo apreciaban, pues no había una sola persona que no hubiera pasado un momento maravilloso con él, por eso estaban tan preocupados por su cambio. Ahora el pobre Lázaro se pasaba el día entero acostado, sin ánimo siquiera para apretar el mando a distancia y ver una novela brasileña o Breaking Bad. Todos opinaban sobre su extraño comportamiento, pero nadie se animaba a encararlo y decirle algo que lo ayudara. Al segundo día, sus amigos se reunieron en el Club Social Betania para hablar de esta extraña actitud del finado Lázaro, allí cada uno dio su parecer, pero terminaron acordando que -en definitiva- era asunto suyo, que uno no podía andar metiéndose en la muerte de los demás así como así. Sin embargo, también concluyeron que el hecho de estar muerto no era razón suficiente como para alterar de tal manera sus hábitos y costumbres... su humor, qué embromar, si la muerte es parte de la vida y todos lo sabemos. Frente a tan grave problema que se había generado, una buena amiga tuvo el coraje de ir a hablarle sin pelos en la lengua, como suele decirse. Lázaro la escuchó con una atención extrema y sólo se manifestó cuando ella parecía no tener nada más que agregar. Le aseguró que iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para volver a ser el mismo que la gente conocía, le pidió amablemente que agradeciera a cada uno por preocuparse tanto por él y su estado, pero le dijo que dejara pasar otro día, que la muerte era una cosa seria y que necesitaba cierto tiempo para adecuarse. Finalmente, tres días después de morir, Lázaro retomó sus actividades normales y todos los habitantes del pueblo se pusieron muy contentos, menos yo, claro está, pues había escrito el mejor obituario de mi vida y ahora tendría que guardarlo hasta vaya Dios a saber cuándo.

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