Ni el ambicioso avance de la Central Pacific Railway, de la que era cofundador y presidente. Ni las finanzas de sus bodegas. Ni siquiera sus responsabilidades como gobernador de California. La cuestión que hacia 1870 traía de cabeza a Leland Stanford –fundador de la prestigiosa universidad a la que presta su apellido– era si durante el galope los caballos llegan a mantener las cuatro patas a la vez en el aire. Él sostenía que sí. Su colega James Keene, presidente de la Bolsa de Valores de San Francisco, terqueaba que no. Para salir de dudas en 1872 Stanford contrató a Eadweard Muybridge para que saldase la disputa con la “magia” de sus cronofotografías. Un año después, en el 73, tras recorrer América Central y Sudamérica en búsqueda de mejor material para sus negativos e inventar un nuevo y más veloz obturador mecánico, Muybridge logró tomar una serie de placas que zanjaban de forma definitiva la discusión. Stanford tenía razón: los caballos “vuelan”. Aunque solo sea durante una breve fracción de segundo.
Supuesto autoretrato de Da Vinci conservado en la Biblioteca Nacional de Turín.
Aquella hazaña de Muybridge le animó en los años siguientes a usar sus cronografías para burlar las limitaciones de la visión humana. Otros pioneros, como Georges Demey o el físico Étienne-Jules Marey –conocido por su peculiar pero efectiva “escopeta fotográfica”- enriquecerían la técnica para captar y analizar todo tipo de procesos. Entre ellos el vuelo de las aves. En esto último sin embargo no fueron pioneros. Más de cuatro siglos antes otro visionario, Leonardo Da Vinci, ya había descrito con minuciosidad el movimiento de los pájaros que sobrevolaban los alrededores de Florencia, Milán o su Toscana natal. Tres manuscritos, los conocidos como L (c. 1497-1504), K (c. 1503-1505) y Codice sul volo degli uccelli (c. 1505) dan cuenta del esmero con el que el vinciano –sin la ayuda de obturadores mecánicos– estudió durante años la anatomía de los pájaros y el intrincado mecanismo de su vuelo. Su dedicación enraizaba en dos obsesiones: la fascinación innata que sentía por las aves –el primer recuerdo de infancia de Leonardo es un milano que se posa en su cuna, curiosa imagen que motivó incluso un análisis de Freud– y su deseo de volar, su afán por desarrollar una tecnología que permitiese al hombre elevarse y surcar los cielos.
Diseños de Da Vinci sobre una máquina de vuelo recogidos en el Códex Atlanticus.
Como anota Fritjof Capra, ese empeño llevó a Da Vinci a embarcarse en un estudio exhaustivo y multidisciplinario, que engloba desde la dinámica de fluidos, a la anatomía humana y de las aves o la ingeniería mecánica. Parte de esa labor la inició durante sus años de aprendiz en Florencia y la mantuvo hasta su vejez en Roma. En el Codex Madrid II se conservan explicaciones detalladas sobre la estructura de las alas y su comportamiento en el vuelo que -más de cinco siglos después de trazarse- siguen brindando una lección magistral de observación. Preciosas son también las anotaciones sobre el Milvus vulgaris, el cortone o el anignotto, similar a la grulla o al pelícano. Prueba de la importancia que concedía al vuelo de las aves es que en sus cuadernos Leonardo se refiere una y otra vez a sus prototipos aéreos como uccello (pájaro).
Retrato de Eadweard Muybridge.
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En su ensayo “Leonardo, el vuelo”, Domenico Laurenza llama la atención sobre la riqueza del enfoque leonardiano, diverso y perspicaz. El vinciano se centró en el vuelo dinámico, “mediante el batido de las alas”, pero también en las maniobras de equilibrio “sin favor del viento”. Sus notas describen la especial morfología de los pájaros y detallan –al modo de las radiografías modernas- sus potentes músculos pectorales, los ligamentos entretejidos de las alas o el hueso pectoral, único y sólido. El papel de la cola y la álula o las maniobras de equilibrio y viraje ocupan también un lugar destacado en esas páginas.
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Con el paso de los años la fascinación de Da Vinci por la anatomía de los pájaros parece acrecentarse. Hasta tal punto que se aprecia un interés cada vez mayor del vinciano por el análisis científico de las aves, al margen ya de sus aplicaciones prácticas para el diseño de alas mecánicas como las que se pueden ver en el Códice Atlántico. Sus dibujos de 1513 –cuando Leonardo superaba ya los 60 años–, denotan esa sutil variación del enfoque. En ellos valora también la “inteligencia” o “alma” de los pájaros, que para Leonardo es la clave de su instinto innato a la hora de desempeñarse con habilidad en el aire. La genuina visión del genio de Vinci ya superaba a principios del XVI las virtudes de las cronofotografías de Muybridge o la escopeta fotográfica diseñada por Marey.
Bibliografía consultada:
Capra, Fritjof, 2011, La ciencia de Leonardo. Anagrama
Nicholl, Charles, 2014, Leonardo, el vuelo de la mente. Taurus
Marco Cianchi, Domenico Laurenza, Carlos Pedretti, Leonardo, anatomía y vuelo, Tikal
por Carlos Prego MeleiroLicenciado en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela (USC). Desde 2010 ejerce como periodista en Faro de Vigo. En la actualidad cursa el Máster en Periodismo y Comunicación Científica de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
@CarlosPrego1