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Leyendo a Genji

Publicado el 21 octubre 2010 por Tiburciosamsa
Leyendo a Genji

Me ha costado, pero he logrado terminarme “La novela de Genji”. Tiene momentos de una sutileza psicológica tremenda y momentos en que acabas harto del refinamiento de los personajes y deseas que la autora escriba alguna obscenidad del tipo“y entonces Genji se hartó de las pamemas de Hachirusato, se bajó los calzones y se la metió hasta dentro” (después de estas líneas, se entiende porqué no me he dedicado a la poesía lírica, ¿verdad?). Leyéndola, me pasó lo mismo que me pasa con las novelas de Javier Marías, que siento que me sobra el 30% de las palabras. En el caso de Javier Marías mi juicio posiblemente sea atinado. En el caso del Genji, es que soy un bruto sin refinar.

Mi amiga Sukopa empezó a leer el Genji un poco después que yo, pero lo terminó mucho antes. “¿Cómo lo has hecho?”, le pregunté. “Ah, ¿no sabías que existe una versión en cómic de 20 páginas?” Pues bueno, Sukopa se lo leyó antes que yo y ya escribió una entrada sobre el Genji en el blog www.ucm.es/BUCM/blogs/Biblio-Polis. Aquí os la dejo:

Este año me marché de vacaciones con un libro voluminoso de la biblioteca: La historia de Genji de Murasaki Sikubu (916 páginas). Me llevó leerlo casi todo el verano, pero mereció la pena.

Murasaki tardó en escribir su obra alrededor de veinte años, de 1002 a 1022, cuando tenía entre 30 y 50 años de edad. Casi en la misma época aparecía en El Cairo otra obra narrada por una mujer: Las mil y una noches, pero la similitud entre ellas se reduce a a la trama laberíntica y galante.

Genji, el protagonista, es un seductor, un don Juan, visto esta vez con los ojos de una mujer. Murasaki no puede librarse como mujer de los encantos del atractivo Genji, elegante, culto y refinado, pero no se rinde a sus pies, ni tampoco toma a chanza su actitud.

La grandeza de la obra reside en que Genji es un personaje humano, que sufre como cualquiera por la impermanencia de las personas y de las cosas. Las páginas más hermosas del libro son aquellas en las que los personajes muestran la melancolía ante la pérdida o la separación, de una forma tan cercana, que llegamos a olvidar la distancia cultural que nos separa de la autora.

A los críticos machistas del Japón les costó reconocer que la máxima obra de su literatura hubiera sido escrita por una mujer. Por ello durante siglos inventaron complicadas teorías, según las cuales, ella había sido una mera amanuense, de una trama inventada por su padre.

Sin embargo, basta con leer el libro con atención para darnos cuenta de que estamos ante la obra de una mujer. Murasaki no es la única escritora de la corte Heian, también lo fueron la autora del Kagero-Nikki (diario íntimo de una dama de la corte) y Sei Shonagon, autora del Libro de la Almohada.

En esta sociedad en la que la poligamia estaba admitida, las mujeres nobles llevaban una vida monótona. Recluidas en sus aposentos, ni siquiera podían mostrar su rostro a otros hombres que no fueran su marido. Sin embargo, recibían una educación artística y musical exquisita, que les hacía virtuosas en el manejo de los instrumentos musicales, y también en la caligrafía y en la poesía. Estas mujeres fueron seguramente las primeras destinatarias de la novela de Murasaki.

A los interesados por la literatura japonesa, les recomiendo la lectura del libro de Antonio Cabezas: La literatura japonesa. Es muy ameno, y además de aprender cosas interesantes, os hará pasar un buen rato.


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