Por desgracia, una gran cantidad de profesionales del conocimiento llevan tanto tiempo sometidos a tales niveles de estrés de su trabajo, que han llegado a la conclusión de que la responsabilidad implica necesariamente estar estresado. O se acostumbran de tal manera que ni siquiera se dan cuenta de sus efectos, asumiéndolos como algo natural e inherente a la naturaleza humana.
La gran promesa que trajo David Allen bajo el brazo cuando publicó su libro «Getting Things Done» allá por 2001, y que dio lugar a la metodología de productividad personal GTD®, era que es posible tener altos niveles de responsabilidad y, al mismo tiempo, mantener una sensación de control permanente sobre las distintas áreas de tu vida, tanto laborales como personales. Es decir, que existe una forma de gestionar todas las cosas que requieren tu atención sin sufrir estrés. Y que esa forma de gestionar las cosas no tiene nada que ver con conseguir terminar todo lo que tienes o quieres hacer.
A efectos de esta discusión, podemos decir que existen dos tipos de estrés: el eustrés y el distrés, más conocidos como estrés bueno y estrés malo. Llamamos eustrés a aquel que nos permite afrontar con éxito situaciones nuevas. Nos mantiene alertas, con una cantidad «saludable» de adrenalina en sangre que nos ayuda a mantener la atención en aquello que tenemos entre manos. Llamamos distrés, o estrés malo, al que aparece ante situaciones de alta incertidumbre, que bloquea nuestra atención y supone un obstáculo severo para nuestro desempeño. Es a este último tipo de estrés al que nos referimos cuando hablamos de estrés en el trabajo, y al que se refiere también Allen.
Muchas personas creen que el estrés surge por el exceso de trabajo, pero eso es una verdad a medias. Como explica de maravilla mi amigo y maestro José Miguel Bolívar en su libro «Productividad Personal», el estrés —malo— tiene su origen en la incertidumbre. Es decir, del no saber qué implicaciones tiene para nosotros los distintos «inputs» que recibimos constantemente, cuáles de ellos son «bombas» en potencia, o si/cuando pueden llegar a explotar.
Por tanto, reducir, o incluso eliminar el estrés de tu vida, no es cuestión sólo de reducir la cantidad de «inputs» que recibes. Esta es la solución a la que han llegado muchas personas, pero solo por su incapacidad de gestionar esos «inputs» adecuadamente. Evidentemente, eliminar «inputs» es una manera de reducir la cantidad de incertidumbre y, por tanto, las fuentes potenciales de estrés. Pero en muchos casos esta no es una opción realista.
Como profesional del conocimiento tienes que entender y aceptar que, te guste o no, siempre vas a tener más trabajo por hacer que tiempo disponible para hacerlo. Por tanto, la verdadera solución al problema del estrés empieza por ganar claridad lo antes posible sobre todos y cada uno de los «inputs» —trabajo potencial— que recibes, identificando y separando aquello que tienes que hacer tú en cuanto puedas, de lo que tienen que hacer otros, de lo que puede quedarse sin hacer si es necesario.
En los talleres y cursos que impartimos en OPTIMA LAB usamos a menudo este ejemplo: a la mayoría de las personas le estresa un bandeja llena de email, pero no si saben que todo el email se trata de SPAM. E incluso si un porcentaje significativo de ese email supone trabajo «de verdad», hay una diferencia enorme entre no saber exactamente qué hay que hacer con cada email, y tener claro qué tienes que hacer tú, que tienen que hacer otros y qué puede esperar o, directamente, quedarse sin hacer. Es la prueba definitiva de que la cantidad de «inputs» no es sinónimo de estrés, sino de falta de claridad.