Cuando escribo, escucho que en la calle llora un niño. Lo hace todos los días y es el mismo niño, aunque nunca llore a la misma hora.Hace un tiempo oí unos gritos desgarradores de un chiquillo, me llegaron de repente desde el otro lado de la puertaventana de mi apartamento. Era domingo, casi de noche, yo estaba sentado en el sofá leyendo un libro, en principio no pude entender qué pasaba, pero el niño decía papá, no, papá... Lo demás se perdía en un clamor confuso y sin embargo apremiante. Entonces largué el libro que al dar contra el piso hizo plof y me puse de pie, después salí disparado hacia el balcón. Un poco velada por las copas de los árboles, vi una escena desoladora de desavenencia matrimonial: había un auto blanco atravesado en la calle y tres figuras que se movían como cangrejos en una danza querellante, comprendí en el acto lo que estaba sucediendo y también pude entender las otras palabras del muchachito, gritaba papá, no, papá, por favor, no le hagas nada a mi mami. Por encima de las súplicas del chico, la mujer aullaba hijo de puta, vete con ella, ya déjanos en paz. El hombre apenas soltaba un bramido prolongado, como si hubiera perdido el don del habla. Cada uno de los padres tenía agarrado al niño de un brazo, lo tironeaban, mientras que con las otras manos se hacían gestos de hachazos y puños cerrados. En el forcejeo, a alguno de los dos se le cayó el teléfono móvil y se hizo añicos, entonces algo cambió, porque surgieron decenas de voces desde los diferentes balcones de la cuadra, por un momento creí estar en las gradas de un circo romano, la gente había decidido intervenir, suéltelo, suéltelo ya, le digo; cierre la boca, vieja bruja, es ella quien tiene que soltarlo, o no ve que es un padre extorsionado. Yo quería meterme, pero la angustia se me había atascado en la garganta como un bollo de Maizena, quería decirles a todos que se callaran de una vez, que la única víctima era el chiquillo, que yo..., pero era inútil, no me salía una palabra. Entonces el hombre largó el brazo de su hijo y se subió al auto, que era blanco, que era nuevo y estaba lustroso, tanto que todas las luces de la calle se reflejaban en el techo, entonces vi rojo, vi amarillo, vi azul y verde, y vi el color indeterminado de un auto nuevo para qué. El tipo metió la primera y las cubiertas chirriaron contra el asfalto, salió un poco de humo, pero el olor a neumático quemado demoró unos segundos en llegar hasta el cuarto piso, donde yo estaba. El vehículo, finalmente, salió pitando hacia la esquina, dobló a la izquierda y lo perdí de vista. Después todo quedó en silencio, como si nada hubiera pasado, pero.
Cuando escribo, escucho que en la calle llora un niño. Lo hace todos los días y es el mismo niño, de eso estoy seguro, aunque nunca llore a la misma hora.