"En esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Y las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra" (Eugenio Trías).
Porque lo único que no cambia es el cambio, vivimos en permanente movimiento, nada es estático; o crecemos o decrecemos, justo en el momento en que biológicamente dejamos de crecer, empezamos a envejecer. Somos objeto de una dualidad inexorable, nos debatimos entre el caos y el orden, nos asusta la crisis porque la novedad, lo que nos aparta de la comodidad, es un espanto al que le tenemos un miedo extremo, sin darmos cuenta de que el control es sólo un espejismo, una falsa ilusión con la que algunos se quedan tranquilos.
Si todo estuviera ordenado y controlado no existiría la creatividad, ni el cambio, ni la curiosidad. Seríamos tan previsibles que el aburrimiento nos mataría. Las crisis nos dan esa oportunidad de encontrarnos con nuestros límites. Como dijera William Shakespeare: "Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos llegar a ser".
Si nos limitáramos a existir nos ahorraríamos muchas dificultades, pero como muchos elegimos vivir, también estamos eligiendo las distintas realidades que nos pueden frustrar o alentar. ¿En dónde estará la morada del entusiasmo, de la alegría, de la ilusión? Si lográsemos colarnos en ella por unos instantes, tendríamos energía suficiente para vivir ese misterio que es la vida y olvidarnos de que es un problema que necesita solución. No nos resistamos a aceptar que esta vida lleva incorporado el cambio como premisa ineludible, pues cuanta más resistencia, más propensión a las crisis.